Antioquia

Abuela de Caterine Ibargüen vive un viacrucis por su jubilación

13 de junio de 2016

La vida de Caterine Ibargüen es un orgullo para el país, pero, a pesar de su exitosa carrera deportiva, hay algo que afecta directamente a su familia más cercana. Se trata de un caso que de amada abuela, Ayola Rivas.

Esta mujer, que es igual de amable a la medallista olímpica de Londres 2012, lleva ya más de un año esperando sentada en una silla plástica de su casa, en el barrio Obrero de Apartadó, y saliendo de vez en cuando a caminar, a que la empresa para la que trabajó por 34 años le dé la tan anhelada jubilación, pues está próxima a cumplir 79 años y aún le dicen que debe seis años de cotización.

Doña Ayola, como un gran porcentaje de los urabaenses, dedicó gran parte de su vida a trabajar de sol a sol en las fincas bananeras de la región, con horarios que superaban las ocho horas legales.

Su historia laboral empezó en 1981 con la empresa agrícola Sara Palma, con quienes pasó por diferentes puestos. “Empecé ‘gurbiando’, haciendo la selección de los ‘cluter’, después me sacaron a abrir bolsa, luego me llamaron otra vez porque estuve bien enferma con el veneno de la bolsa y me mandaron para la empacadora, ahí me pusieron a seleccionar (...) También me tocaba sellar. Esos eran los trabajos”, recuerda la abuela, que es maciza, como su ‘Cate’.

Ella asegura que desde el 2009 hasta hoy, la han tenido de un lado para otro llevando papelería y en reuniones con funcionarios de la compañía, sindicalistas y empleados públicos, porque en su registro laboral con la empresa se perdieron 13 años de trabajo, los cuales, dice ella, están plasmados desde el 2 de enero de 1981, fecha en la que entró a laborar, hasta 1994. Añade que durante este tiempo, la empresa no le cotizó al Seguro Social, porque este no había entrado en la región, pero aclara que ella sí trabajó.

“Yo les fui a preguntar cuántos meses es que tenía que pagar una mujer en Colombia de cotización para poder sacar la pensión, porque yo ya llevaba más de 20 años. Ahora hace como un año me contestaron, porque ellos se alían con la empresa para que le digan a uno que coja la liquidación o pague seis años de cotización”, menciona.

Esos seis años, que según los funcionarios ella debe, los ha estado pagando desde su casa, porque debido a su avanzada edad y sus quebrantos de salud no puede asistir a la finca ubicada en Turbo, las tres horas diarias que ellos pretendían que laborara. A este tiempo ella lo llama “los años de la muerte”, pues asegura que es una mala práctica que tienen los empleadores.

“Ellos tienen esa costumbre, le dan a la gente una licencia remunerada, engañándola, hasta que uno se muere. La abogada de la empresa dijo que se les había muerto uno en la licencia de los seis años y yo le dije: ‘eso es lo que tú quieres conmigo’. Ojalá que a mí no me vaya a pasar eso, pero yo sigo hablando”.

Por ahora la señora Ayola seguirá viendo por televisión los triunfos de su nieta en la liga Diamante y seguramente en los Olímpicos, caminando cada vez que pueda por las calles de Apartadó y esperando que quienes le han negado lo que es justo, le respondan muy pronto, antes de que ella fallezca y no pueda disfrutar de lo que trabajó.