Antioquia

Así se vive en un barrio de Medellín con 252 escalas

Así es la lucha cotidiana de subir y bajar 252 peldaños cada día durante casi 30 años.

Periodista egresado de UPB con especialización en literatura Universidad de Medellín. El paisaje alucinante, poesía. Premios de Periodismo Siemens y Colprensa, y Rey de España colectivos. Especialidad, crónicas.

13 de junio de 2022

Subir 252 escalas para darles la comunión a ocho enfermos y volverlas a bajar una vez cumplida la misión es algo más que una penitencia para María Zenobia Bedoya: “es cumplirle al Señor lo que él nos enseñó por el prójimo, y por él lo hacemos todo”, afirma mientras desciende apoyada en un pasamanos que le ayuda a darles más firmeza a los pasos.

Tiene 77 años y dice que es un sacrificio difícil, pues a su edad esos trotes dejan consecuencias: las rodillas pueden doler, las piernas pedirán descanso y lo mejor será no moverse mucho en los días que siguen. “Si uno no está acostumbrado es muy horrible”, dice mientras camina escalas abajo junto a María Espinal, de 82 años y compañera en la misión.

Pero ellas, que hacen parte del Grupo Bienaventuranza de San Javier, en la comuna 13 de Medellín, solo realizan la actividad los viernes y al final tienen tiempo de recuperación. No les pasa lo mismo a las personas que residen en el sector, a quienes les toca subir y bajar la misma cantidad todos los días, y a veces en varias ocasiones.

Qué no dirá por ejemplo Joel Bustamante, que lleva 29 años padeciendo las mismas escalas que recibieron sus pisadas al llegar del Chocó en busca de un lugar para cumplir sus sueños. Tenía entonces 56 años y toda la vitalidad del mundo para trabajar y luchar por su prole.

“Si bien las escalas ya estaban cuando llegué, era más joven y las fuerzas estaban enteritas, yo compré una casa y un lote, esto era pura tierra, y trabajé duro para que toda la familia quedara con su propia casita”, recuerda Joel parado en la última de las escalas.

Pero a pesar de que ya conquistó el mundo, no deja de reconocer que fue duro. Observar las escenas que transcurren mientras cuenta la historia le ayuda a recordar esos tiempos de vitalidad en los que las piernas soportaban todo. “¡Ah! bultos de cemento que me tocó cargar al hombro subiendo esas escalas, eran muy difíciles, hasta que el Simpad (organismo de prevención de emergencias de la alcaldía en aquellos años, hoy llamado Dagrd) nos construyó unos rieles por otra cuadra y puso los pasamanos para que nos apoyáramos. Eso nos dio un poco de descanso”, dice.

Penurias y peldaños

Todo ocurre en esas 252 escalas que suman las dos cuadras de la carrera 108 entre las calles 36 y 35. Una mujer de contextura delgada sube con dos talegos de reciclaje al hombro. Dice que se llama Mery Álvarez y que tiene 56 años: “solo hago esto una vez al día, me canso mucho”, balbucea.

En su paso se cruza con una niña de diez años que baja con un perro. Después aparece una pareja que sube con sendos cascos de moto en sus manos. El hombre dice que va de afán, pero alcanza a decir que es difícil: “las motos no las podemos traer a la casa, toca dejarlas parqueadas en la calle de arriba”.

Pero al total de escalas las separa una calle. Un tramo tiene 142 peldaños y doce puntos de descanso y el otro 110 escalas, más pequeñas, con mayor inclinación y sin puntos de reposo para parar y darle sosiego al cuerpo. Son más inseguras, agotadoras y causan más incomodidades en los residentes. Las historias afloran.

“Yo tengo un centro de estética, pero por lo maluco de las escalas las clientas preferían que les hiciera domicilio, hasta que un día me caí y me partí el peroné, y me quedó un dolor en las piernas y ya no puedo estar subiendo y bajando. Las clientas tienen que venir a mi casa”, cuenta Alba Doris Pérez mientras arregla las uñas de Bertha Luz Góez, de 67 años y quien también llegó al barrio 20 de Julio cuando apenas este empezaba a poblarse.

“Con las escalas todo es dificultad y para todos, no solo para los enfermos y las personas mayores, los niños también sufren, no tienen una calle para jugar”, comenta.

Es mediodía y el calor escala a los 27 grados, el sol ardiente agota más las fuerzas. Se ve subir a una sexagenaria con sombrilla en mano. Solo mueve su cabeza para saludar, pero con la respiración agitada prefiere no hablar de sus penurias.

“Los que vivimos en esta parte de las escalas la pasamos más mal porque son muy verticales”, explica Alba Luz.

Dice que tiene una vecina de 25 años que sufre de las rodillas, pero que se mantiene en el sector porque en esa cuadra los arriendos son más baratos. “Es que un apartamentico que cuesta 300 mil pesos en otra parte por acá se alquila en $170.000, las casas se desvalorizan”, asegura.

Otra escena muestra a una mujer de 20 años que lleva a un niño en sus brazos. Se llama Paola Moreno y sostiene que le pesa, pero que su hijo se cansa caminando entonces le toca cargarlo.

“Yo subo y bajo las escalas hasta ocho veces, porque voy comprando cada cosa que necesito de a poquito. Lo más duro que me tocó fue el trasteo, cargar cosas pesadas por estas escalas no es pa cualquiera”, afirma y continúa bajando con niño de nombre Moisés.

En el barrio esperan que un día llegue allí otra etapa de las escaleras eléctricas, porque también han sufrido las misma dificultades que en Las Independencias. Pero amanecerá y no veremos, pues de este proyecto ni siquiera se habla en los planes de la ciudad. Al futuro le faltan todavía muchos pasos por dar.