Del ritual de la muerte se ha perdido hasta el duelo
Medellín giró del entierro en fosa o bóveda a la cremación y se han ido acabando, incluso, las velaciones.
Periodista egresado de UPB con especialización en literatura Universidad de Medellín. El paisaje alucinante, poesía. Premios de Periodismo Siemens y Colprensa, y Rey de España colectivos. Especialidad, crónicas.
Cremar o enterrar el muerto: ¡he ahí el dilema! Esa decisión que llegó a ser tan trascendental y hasta motivo de agitadas discusiones familiares en los años 80 y 90, ya parece superada hoy. La mayoría de los cadáveres que están quedando bajo tierra o en bóvedas son los fallecidos de manera violenta, término que incluye los asesinados y los que son víctimas de accidentes.
Dice una prestadora de servicios funerarios con injerencia en dos camposantos, que de 100 muertos, 80 van a los hornos crematorios y 20 a las bóvedas o lotes.
-Si acá se pudiera, a los 100 los cremarían, pero a los que matan o se accidentan no lo permite la Fiscalía-, dice la fuente.
Carlos Darío Ospina, gerente del cementerio Campos de Paz, ubicado en Guayabal, afirma que allí, de cien sepelios, 80 van a cremación.
En el San Pedro, ubicado en la comuna Nororiental, la relación está 70-30 a favor de las cremaciones, una cifra menor, que puede deberse a que este camposanto —que es patrimonio de la ciudad y bien de interés cultural de la Nación— atiende personas de estratos 2 y 3, que habitan las comunas del nororiente y noroccidente, una población superior a 1’800.000 habitantes, que es más aferrada a los rituales.
-En los estratos 5 y 6 vemos que la gente, cada día más, cuando se muere una persona, reclama la caja con cenizas, se la lleva a una parroquia y hace una breve ceremonia-, comenta Juan José Restrepo, director ejecutivo del cementerio, que tiene 176 años y donde reposan personajes como el periodista Fidel Cano, el poeta Ciro Mendía y el escritor Juan de Dios El Indio Uribe.
Ya no hay duelo
“Cuando haya muerto/llórame tan solo/ mientras escuches la campana triste/anunciadora al mundo de mi fuga/ del mundo vil hacia el gusano infame”, escribió William Shakespeare.
“Qué solos se quedan los muertos”, dicen unos versos del poeta del amor, Gustavo Adolfo Bécquer.
La bóveda de Dioselina Caro (fallecida en enero de 2001), en el cementerio Campos de Paz, es una muestra de que mientras creman a unos, otros aún les rinden tributo a sus difuntos. Esta tumba en tierra, además de estar elegantemente decorada en mármol, tener ramos de flores frescas, moños y varios detalles decorativos, también lleva escrito para ella un mensaje que muchos lo quisieran en vida: “no todos tienen el privilegio de contar con un ángel como madre, ese honor nos tocó a nosotros... Esta tumba guarda tu cuerpo, Dios tu alma y nosotros tus recuerdos, enseñanzas, valores y el inmenso amor que nos diste”, dice el epitafio.
Como esta, hay muchas tumbas en este y los demás cementerios, pero lo particular es que Dioselina falleció hace 18 años y el ritual a su recuerdo sigue vivo en la memoria de algún doliente.
Sandra Amaya, vestida de negro y sentada al lado de la fosa de su madre, Rosalba López, escribe en su celular y ora en silencio alguna oración. Dice que al estar su madre enterrada allí, tal vez puede seguir sintiendo su cercanía, aunque tiene claro que ya su alma está en el vuelo infinito de la muerte.
-Ella en vida decía que la cremáramos, pero como murió en un accidente no lo pudimos hacer. De todos modos, para mí es un momento bello, pues yo quedé sola y venir acá me da cierta paz-, dice.
El parque cementerio, con las aves y mariposas que vuelan entre árboles y jardines, da una sensación similar a la de un bosque urbano: transmite calma y serenidad y les permite a los visitantes de las tumbas tener un instante de intimidad consigo mismos. No hay estrés.
Patricia Ríos, una maestra de escuela que fue a visitar a uno de sus alumnos fallecido y sepultado en una tumba, es tajante al decir que prefiere la cremación a la inhumación.
-Me parece mucho más doloroso ver el muerto bajo tierra, y tampoco me gustan mucho los rituales. Nosotros somos una energía que trascendió, ¿para qué me vienes a visitar a la tumba si ya no estoy ahí?-, expresa Patricia, de gafas oscuras, mientras camina con calma por los senderos del cementerio.
Se fue la velación
“No es tu final como una copa vana/ que hay que apurar. Arroja el casco, y muere”, nos dijo Vicente Alexaindre.
... Y mientras unos y otros deciden en vida cómo quieren que sea el ritual de su muerte cuando esta los asalte en el camino, los prestadores de servicios funerarios expresan preocupación por un viraje que ha dado la sociedad medellinense en la manera de asumir la muerte, que ya ni siquiera está dejando tiempo para el duelo.
-Nos fuimos al otro extremo y estamos es evacuando nuestros muertos, la gente no quiere ni la velación y eso implica que no se están elaborando los duelos, lo que luego genera arrepentimientos y culpas-, expone el gerente de Campos de Paz.
A Medellín los hornos crematorios empezaron a llegar en los años 80, que fueron los mismos del auge de la guerra del narcotráfico en las calles y, aunque al principio hubo resistencia, con el paso del tiempo las familias comenzaron a virar hacia a la cremación, que evitaba repetir las exhumaciones cada cuatro años y se convertían como en otro sepelio.
-Al principio, la tendencia en las cremaciones crecía muy poco, pero en las últimas décadas se subió y creo que ya está estable en un 71 por ciento o más. En Medellín estamos más avanzados que en Estados Unidos, donde la relación es de 45 o 40% cremaciones contra las inhumaciones-, indica Fernando Arango, pionero de los servicios funerarios en Medellín y gerente de la Funeraria San Vicente.
Gregorio Henríquez, antropólogo, advierte que lo que experimenta la sociedad actual es una evacuación del muerto sin duelo, lo que puede tener resultados contraproducentes.
-Si una persona se muere en la mañana y en la tarde ya está sepultada, se perdió el ritual y esto, terapéuticamente, no le permite al cerebro procesar el duelo-, asegura.
Entre estas personas hay amigos, compañeros de trabajo, familiares lejanos y a lo mejor la enamorada que nunca pudo llegar al olvido.
Según Henríquez, por cada difunto hay alrededor, en promedio, 150 personas que quisieran darle un adiós, pedirle un perdón o expresarle algo, y esto no se está haciendo.
-La gente que no pudo despedir al muerto toda la vida te va a reclamar porque no se lo permitiste-, añade el gerente de Campos de Paz, cuya funeraria hace campaña para que las familias no omitan las velaciones, así sean cortas y no hasta de dos días, como ocurría antes del auge de las cremaciones.
Lo curioso es que no es un asunto de costos, pues el pago preventivo de los servicios funerarios, que en Medellín lo hace más del 85 por ciento de las familias, incluye la velación y el destino final, sea por cremación o inhumación y en bóveda o en tierra.
Las exhumaciones, aunque se hacen a los cuatro años, implican trámites que resultan complicados y tienen costos, que oscilan entre los $600 mil y $1’000.000. En el Parque Cementerio San Pedro, el 10 por ciento de los que acompañan el momento del sepelio nunca regresan a la exhumación.
-Yo llevo un mes haciendo vueltas para desenterrar un primo, porque la mamá no quiere venir a eso, dice que no es capaz de sentir ese dolor de nuevo, pero ha sido muy duro porque nos mandan de un lado a otro sacando papeles y nada nos resuelven-, dice Doris Ceballos a la salida de un camposanto local.
Por situaciones como estas, se impuso la cremación, que cambió el negocio de las fosas y las bóvedas por los cenizarios y osarios.
Aún así, dice Carlos Ospina, “el ser humano no es una cosa de empacar y botar”, y un cadáver, para el derecho, “es una cosa que no es cualquier cosa”, indica Gregorio Henríquez.
-La belleza y la muerte son dos cosas profundas-, escribió Víctor Hugo...