La incertidumbre del edificio Vásquez
Este edificio patrimonial, terminado de construir en 1894, es un documento histórico de la transformación de Medellín.
Periodista. Hago preguntas para entender la realidad. Curioso, muy curioso. Creo en el poder de las historias para intentar comprender la vida.
Comunicador social y periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana, especializado en la investigación de temáticas locales. También cubro temas relacionados con salud, historia y ciencia.
Los pesados muros de ladrillo del edificio Vásquez bloquean los sonidos de la ruidosa Medellín. En el patio central, invadido por una luz directa y tenue, las enredaderas caen desde los balcones como cascadas de agua verde. Construido hace 127 años, el lugar es un oasis de silencio en medio del caos de la ciudad.
El pasado martes 23 de febrero, esta edificación fue objeto de una controversia, cuando Comfama anunció que la Alcaldía de Medellín le había solicitado terminar de forma anticipada un contrato de arrendamiento, que se extendía hasta el 26 de enero de 2023.
Esta caja de compensación familiar, que ajustó 18 años protegiendo el lugar, había firmado con el Municipio un convenio en 2002 para rescatarlo de las ruinas. La restauración tuvo un valor de $3.900 millones, que fueron asumidos por esa institución.
Karen Delgado Manjarrés, secretaria de Suministros y Servicios de Medellín, argumentó que el gobierno local había decidido emplear los 3.300 metros cuadrados del recinto para reubicar algunas de sus oficinas administrativas.
Según explicó, la terminación anticipada obedecería a un “plan de austeridad”, con el que se busca que varias dependencias, algunas creadas durante la última reforma administrativa, se ubiquen en edificaciones de propiedad del municipio, evitando el pago de arriendo en otros lugares.
“Sentimos algo de tristeza al entregar esta sede, la cuidamos con cariño por su naturaleza patrimonial e, igualmente, la llenamos de oportunidades, de cultura y de educación”, expresó David Escobar Arango, director de Comfama.
Aunque la caja de compensación se abstuvo de cuestionar la decisión de la Alcaldía, el episodio despertó un debate público. Algunos académicos cuestionaron la precipitud del gobierno local en pedir el edificio.
“En una ciudad cuyas sucesivas administraciones no han tenido coherencia, sistematicidad, ni respeto por el patrimonio, uno sospecha por qué se decide efectuar un desalojo, o terminar de forma anticipada el contrato, de una institución que recicló el edificio, mantuvo su dignidad y cumplió a cabalidad con lo convenido”, cuestionó el arquitecto Luis Fernando González Escobar, quien encabezó los estudios históricos para su restauración.
El corazón comercial de Medellín
González Escobar, señala que para entender la importancia de ambas edificaciones hay que remontarse a 1888.
Durante ese año, el Concejo de Medellín otorgó a Carlos Coroliano Amador la concesión para la construcción de una nueva plaza de mercado, ubicada en un terreno al sur de la ciudad.
Pantanoso y malsano, el terreno que ocuparía después el barrio Guayaquil era afectado por las crecientes del río Medellín y por una ramificación de corrientes de agua que impedían urbanizarlo.
Sin embargo, el visto bueno del Concejo, el comienzo de los trabajos para rectificar el cauce del río y la inauguración de la Plaza de Mercado Cubierto, en 1894, convertirían la zona en un nuevo nodo de expansión urbana.
Según recogió González Escobar en su investigación, después publicada en el libro El Carré y el Vásquez, memoria urbana de Medellín en el contexto de Guayaquil, el industrial Eduardo Vásquez se adhirió al negocio en 1893, cuando compró por $62.880 un terreno de “1.570 varas cuadradas de 84 cm por lado” a la familia Amador.
Luego de contratar al arquitecto francés Charles Carré, el mismo encargado de culminar la catedral de Villanueva, Vásquez proyectó los futuros edificios como de uso mixto, con sus primeras plantas dedicadas a establecimientos comerciales y las superiores a un uso residencial.
Entre febrero de 1893 y julio de 1894 concluyó la construcción del primero, ubicado al norte y bautizado en 1916 con el nombre de Carré. Tiempo después, casi en paralelo, se concluiría la construcción del segundo, al sur, que sería nombrado con el apellido de su propietario.
Luego de la llegada del primer tren a la estación del Ferrocarril de Antioquia, el 3 de marzo de 1914, Guayaquil se transformó en el puerto seco de la ciudad.
Aunque las familias ricas fueron expulsadas por los problemas de higiene y orden público, hasta la primera mitad del siglo XX la zona se transformó en el corazón mercantil de Medellín.
Mientras esto ocurría, el edificio Vásquez fue uno de los ejes de esa dinámica. Ocupado hasta el hacinamiento por forasteros, comerciantes y personas de todos los pelambres, el lugar ganó fama de ser un foco de infecciones e informalidad.
Ese hacinamiento, tal como recogen los documentos de la época, fue uno de los factores que explican los dos incendios que sufrió. El primero, en 1901, que derribó su techo y afectó su estructura, y el segundo, en 1922, que afectó su “muro occidental, techos y entrepisos”.
Durante esa década, las autoridades lo catalogaron como una amenaza para la salud pública, tras identificar allí múltiples casos de disentería y tuberculosis.
El ocaso de Guayaquil
Según recogió González en su investigación, el “agotamiento del proyecto urbano de Guayaquil” comenzó en 1948, cuando el Municipio contrató a los urbanistas Weirner y Sert para la formulación del Plan Regulador de Medellín.
Como producto de ese documento, explica el arquitecto, se construyó el Centro Administrativo La Alpujarra, y se tomaron otras decisiones, como la ampliación de la calle San Juan, que borró del mapa a la antigua plaza de Cisneros.
De igual forma, agrega, una serie de factores externos terminaron por marchitar el barrio. El 15 de agosto de 1968 se incendió la Plaza de Mercado, que posteriormente sería demolida en 1975.
Hacia 1978, la empresa Ferrocarril de Antioquia dejaría de prestar servicio, generando que, tiempo después, la estación Medellín fuera reemplazada por la terminal del norte como la principal del sistema.
Finalmente, entre 1984 y 1987 la construcción de los nuevos edificios de la Alcaldía y la Gobernación le darían la estocada final al sector.
Mientras esto ocurría, los edificios Vásquez y Carré comenzaron a entrar en un proceso de deterioro progresivo. La aparición de El Pedrero y el aumento de la informalidad condenaron a ambas estructuras a convertirse en inquilinatos y lugares de paso de todo tipo de habitantes.
Bajo ese contexto, llegada la década de 1990, arquitectos, urbanistas y el sector público y privado comenzaron a posar la mirada en ambas edificaciones patrimoniales.
En el caso del Vásquez, y tras varios intentos fallidos, en 1996 la Alcaldía logró comprarlo por un valor de $1.240 millones.
Posteriormente, el 6 de agosto de 2000, el Ministerio de Cultura declararía al Vásquez y el Carré Bienes de Interés Cultural de la Nación, abriendo el campo para que un equipo de arquitectos formularan un proyecto de restauración.
El nuevo Vásquez
Detrás de la restauración del Edificio Vásquez está el arquitecto Laureano Forero, quien después de 15 años describió el estado de la edificación: abandonado, pintado de otros colores, con grietas, humedades y las ventanas selladas con bloques de cemento. “Era recuperar no solo la arquitectura sino la historia urbana, estaba absolutamente deteriorado, sucio y caído”, dice.
El punto de partida para esa restauración, explicó, fue el análisis de sus valores históricos y arquitectónicos, además se hizo un estudio de sus deterioros y potencialidades.
“El edificio prácticamente lo desbaratamos, lo sostuvimos en pie con unos tacos que son unas columnas metálicas y enumeramos cada uno de los ladrillos con los números de posición geográfica dentro del edificio para volver a localizarlos en la misma posición. Los que estaban en la obra los arreglamos, mejoramos y les quitamos las manchas de pintura, los que estaban partidos los tuvimos que reemplazar con otros fabricados en ladrilleras de Medellín”, recordó Forero.
Durante los trabajos, se recuperó el patio central, parte importante del espacio interior, y se preservó su fachada respetando el estilo original, con los elementos de carpintería que se restauraron de manera cuidadosa. “Las maderas de las ventanas se mantuvieron, se cambiaron algunas que estaban mal por la humedad y el agua, pero en lo posible las mantuvimos todas”.
Un trabajo minucioso adentro y afuera. La cubierta fue restaurada respetando la forma original propuesta por el arquitecto Carré y cumpliendo las normativas actuales de construcción. En los entrepisos (son de madera) colocaron losas en concreto que se dejaron como material de piso y hacen las veces de diafragma estructural porque “el edificio se estaba abriendo, las fachadas estaban yéndose hacia afuera hasta 12 centímetros, si eso no se hubieran hecho (las lozas de concreto) para amarrar los muros de la fachada este edificio se hubiera abierto como una caja de cartón”.
“En los techos se utilizaron las mismas maderas, se tuvieron que bajar para pulir, limpiar y cepillar. En el techo del patio central cambiamos las tejas que tenía más de 100 años por un material transparente de mucha mejor condición que permite mucha más luz al patio”.
Puertas abiertas
En 2003 Comfama se puso en la tarea de devolverle la vida a este edificio que estaba prácticamente en ruinas en uno de los sectores más deprimidos de la ciudad: indigencia, drogas, prostitución. Eso era Guayaquil. El proceso de restauración terminó en 2006.
Fue devolverle la dignidad a un lugar que escribió parte importante de la historia de Medellín. “Más allá de lo que pasaba adentro del edificio es la respuesta positiva que se tuvo en el entorno, el solo hecho de que una obra patrimonial de estas se mantenga ocupada, viva y activa significa mucho teniendo en cuenta lo que era caminar por ahí, la dinámica social cambió, ese el orgullo mayor”, dijo Carlos Esteban Villa, responsable de Conexiones y Desarrollo de Comfama.
Anualmente a esta sede se le invierten “alrededor de 142 millones de pesos en mantenimiento” de la estructura y equipos. Por ser una construcción patrimonial el proceso de conservación de los materiales incluye lavar la fachada cada cinco años con un jabón especial, revisar la cubierta para limpiar las canoas y verificar el estado de las tejas. Los pisos de madera de los corredores también reciben un acabado especial una vez al año.
En esta sede trabajan 54 personas que atienden a cerca de 110.000 personas al año. “Tenemos clases de programación, de baile, yoga, ofrecemos créditos, ahorro y seguros, programación cultural, exposiciones y galería”. Dentro de los servicios educativos está la Escuela Holberton de San Francisco (Estados Unidos) que cuenta con 300 estudiantes de desarrollo de software. “Estamos en la tarea de reubicarlos en alguna de las otras sedes del Valle de Aburrá, nos toca conversar con los usuarios para saber dónde les queda mejor”.
“Le pedimos a la Alcaldía de Medellín que conversemos antes de entregar el inmueble para tener en cuenta el tiempo de reubicación de los usuarios que requiere una logística y decidir qué hacer con los otros comercios que hay allí (comerciantes y entidades financieras) porque son espacios en concesión o subarrendados, entonces necesitamos un tiempo prudente para no afectarlos”.
Nuevo inquilino
Una vez Comfama desocupe el espacio llegará al histórico edificio la Secretaría de Cultura de Medellín. “Esperamos que sea a finales del segundo semestre de este año porque eso implica hacer una adecuación, dotaciones, es posible que también lleguen otras secretarías o direcciones nuevas a trabajar allí”, manifestó Álvaro Narváez, secretario de Cultura de Medellín.
Y agregó que inicialmente estarán en esta sede “cerca de 189 funcionarios de la parte administrativa, contratistas, asesores y artistas, tenemos la Secretaría regada en muchos lugares de la ciudad, hay unas que son naturales como las casas de cultura donde tenemos a los directores, coordinadores, productores y promotores”.
También explicó que la Secretaría de Cultura paga “alrededor de 600 millones de pesos anuales en todas las sedes que tenemos en la ciudad, incluyendo los gastos administrativos en la sede de Plaza de la Libertad”, por lo que con esta reubicación “nos ahorramos esa plata y podemos hacer un mantenimiento y adecuación del edificio”.
Además, según Narváez, van los programas de prácticas artísticas, becas y estímulos, parte del equipo de Bibliotecas y Patrimonio. “En este edificio empezaremos el desarrollo de la Economía Creativa a través de cocreaciones y para eso necesitamos espacios parecidos a coworking donde podamos tener emprendedores del sector cultural interactuando con nosotros mismos”.
“Guayaquil hace 100 años era la zona creativa y comercial de la ciudad, por ahí pasaban las músicas populares, era el centro de interacción cultural y hoy lo que queremos, entrando en un tema de nuevos desarrollos urbanos, es que este edificio se convierta en un símbolo de la creación del arte en zonas del espacio público”.
Este icono de la arquitectura de Medellín, señaló él, seguirá fortaleciendo el tejido artístico de la ciudad. “Trabajaremos con los consejos de cultura, tendremos exposiciones de arte y fotografía, mapping, música en el espacio público”.
El Edificio Vásquez mantiene su ingreso principal por la calle Carabobo: carrera 52 #44- 31 que, a diferencia del siglo XIX, ahora es un eje peatonal del centro. También tiene ingresos por la Plaza de Cisneros y la Avenida Estrada que lo conecta con el Edificio Carré, el vecino, con el que ha mantenido una unidad urbana. El Vásquez es más que un edificio, es una arteria histórica que une a Medellín.