Antioquia

El Salvador, un barrio para mirar el Valle de Aburrá

Una escultura centenaria, espacios para el encuentro y la tranquilidad de sus calles, son algunos atractivos que ofrece este sector de la ciudad.

Periodista con sueños de historiadora. Apasionada por la Medellín antigua, su memoria visual y sus relatos.

14 de diciembre de 2017

En el sitio despejado en el que el fotógrafo Jorge Obando se paró en 1940 para obtener una de sus famosas panorámicas del valle de Aburrá, hoy se erigen casas de tres a cuatro pisos junto a árboles frondosos, a lo largo de calles más estrechas.

El Salvador, donde “todo eran mangas”, es ahora un barrio en el que la tranquilidad habita las calles serpenteantes que llevan hasta el Cristo, la centenaria escultura, tradicional punto de encuentro para divisar la ciudad.

Un referente visual

Leonardo Ramírez, politólogo y quien ha trabajado en temas de memoria de la ciudad, comenta que tanto la geografía como la instalación del monumento, influenciaron en el surgimiento de este barrio.

“Es el relieve más cercano de lo que es el Centro y, desde antes se ha tenido como referente, incluso sagrado, pues allí fueron encontradas guacas. En 1900, con el cambio de siglo, se contempló la idea de construir allí un monumento a Cristo Salvador, pero solo hasta 1916 fue construida la base y en 1917 se instaló la figura religiosa”, explicó Ramírez.

Alrededor de él, comenzaría la creación de un nuevo barrio, con casas amplias y terrazas delanteras, a través de las cuales se abren paso calles estrechas y curvas, ideales para que los vehículos lograran subir al morro.

Referente a este sector, agrega Ramírez, “fue concebido como lugar de veraneo. Por ello aún se encuentran casas similares a las de Prado, eran para mirar la ciudad. Luego se dio otra población, esta vez más planeada y fue cuando se incluyeron las vías circulares. Finalmente, el cerro se pobló totalmente, pero ya no de una forma tan planeada”.

Volver al Cristo

Ligia Uribe o Doña Licha, quien vive allí desde 1971, recuerda que antes era normal ver las vacas pastando junto a la escultura, que el espacio era más verde y la transformación ha sido significativa.

Su vecino, Álvaro Darío Juan Ramírez, además de aclarar con cédula en mano que, efectivamente ese es su nombre, cuenta con detalle que en su niñez, “su padre los traía a él y a su hermana desde su casa, cerca a la Placita de Flórez, hasta el Cristo, para hacer chocolate y buscar pomas y guamas”.

Con el paso de los años, El Salvador se fue consolidando como lugar para el encuentro y el ocio de los medellinenses; sin embargo, con la llegada de la violencia, la soledad y zozobra, pasaron a ser los principales habitantes de sus calles.

Edwin Hernández, quien tiene como sitio de encuentro el parque donde está la imagen, comenta que durante su adolescencia, cuando vivió allí, eran frecuentes los enfrentamientos por el territorio entre los grupos delincuenciales.

Ahora, luego de que la calma regresó al barrio, él reitera en la necesidad de intervenir más en los espacios y fomentar actividades de encuentro en el sector, no solo para los vecinos del barrio, sino también para los demás habitantes de la ciudad.

Aunque ya no es uno de los puntos más altos de este sector, pues los edificios han ganado terreno, El Salvador, con su escultura y su gente, quiere recuperar su posición como referente de la ciudad.