Grandes Historias Empresariales: Mallas Fátima nació de un amante por crear cosas nuevas
Mauricio Restrepo buscó la tranquilidad en Ebéjico, pero el destino lo llevó de nuevo a su pasión por inventar.
En la vía de Ebéjico a Sevilla, en la vereda Fátima, una casa enmallada y atestada de maquinaria es el taller de Mauricio Restrepo. Allí, trabaja a paso lento, con unas manos anchas que parecen recordar cada parte del proceso. Saluda con una seriedad inicial, pero luego de una charla, su rostro se ilumina y comienza a narrar sus incontables experiencias y aprendizajes.
Relata con una humildad notable todas sus facetas: desde fabricante y vendedor de zapatos, hasta obrero y finquero de un inmenso lote que hoy alberga a cientos de familias. Su hito más destacado fue, sin duda, la creación de su propia empresa de mallas con un sistema de fabricación propio.
La incursión de Mauricio en el mundo de las mallas ocurrió por casualidad en la década de los 80. Cuando tenía 24 años, su madre lo animó a utilizar la máquina primitiva que tenía un tío, similar a un molino de arepas. El aparato era lento, producía apenas un rollo de 10 metros al día. En aquel entonces, Mauricio trabajaba en Fabricato, pero solicitó una licencia para dedicarse por completo a este nuevo oficio, pues un solo contrato de mallas equivalía a seis meses de salario en la fábrica.
Dejó la vida corporativa, invirtió en mejorar sus máquinas y el rendimiento se disparó: pasó de los 10 metros a 180 metros lineales de malla en una jornada. Consolidó su empresa, y desde entonces ha formado parte de obras significativas como las mallas para las canchas de tenis del Parque Juanes en Castilla, en 2007.
Hace once años, Mauricio se jubiló, vendió algunas propiedades y se instaló en Ebéjico en busca de una vida tranquila. Durante un tiempo, las máquinas permanecieron arrumadas en su casa. Sin embargo, sus antiguos clientes no lo olvidaron. Lo buscaban para trabajos de alta complejidad que solo él podía ejecutar con su sistema patentado que llamó M3 (Mallas Metálicas Modulares). Fue entonces que pulió sus mecanismos y creó un nuevo taller. “Yo no iba a dejar encerrado todo esto, antes me entretengo”.
La empresa opera ahora bajo el nombre de Mallas Fátima, en honor a su vereda. Aquí, fabrica mallas de diversos calibres —desde las que controlan roedores en gallineros hasta láminas de 3 metros—. Pero, sobre todo, alimenta su pasión por la invención. Crea artilugios que sustentan su sistema M3. Casi todas las máquinas son fruto de su ingenio y han llegado a venderse en Cundinamarca, Neiva y San Andrés.
“Todavía camino, cojo pero derecho”, dice. A sus 74 años, ha lidiado con varios accidentes que lo obligaron a llevar metales en el cuerpo para mantener sus huesos unidos. Vive con su hijo menor, Juan Camilo, quien es su socio y ayudante y, entre el colegio y las clases de inglés, disfruta asistir a su padre. Mauricio también tomó cursos gerenciales en la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia. Así ha consolidado las bases financieras de su empresa.
Hoy halla paz entre el ruido de las dobladoras, la soldadora y en el silencio de la vereda. Una muestra de que la pasión, más que un trabajo, es la mejor manera de vivir.