Antioquia

Biblioteca Pública Piloto, el Arca de Noé de las letras en Medellín

La Biblioteca Pública Piloto pasó del Centro al barrio Carlos E. Restrepo y fue un imán de expansión urbana.

Periodista de la Universidad de Antioquia interesado en temas políticos y culturales. Mi bandera: escribir siempre y llevar la vida al ritmo de la salsa y el rock.

06 de julio de 2019

Las colecciones de libros fueron nómadas antes de hallar su morada definitiva, cerca de la orilla occidental del río, pero desde 1954 la villa fue testigo de la apertura de la primera Biblioteca Pública Piloto para América Latina, ubicada provisionalmente en una casona de la avenida La Playa con la carrera Córdoba.

Entretanto, antes de que este recinto de las letras llegara al barrio Carlos E. Restrepo, ni la calle Colombia se llamaba así. Desde finales del siglo XIX era conocida como la Alameda, una vía carreteable que tenía un puente colgante para el paso de coches y personas que conectaba el Centro de Medellín con Robledo.

Víctor E. Ortiz G., antropólogo y miembro de la Academia de Historia de Antioquia, relata que donde hoy está la biblioteca existieron lotes baldíos y sí, como se suele decir de un lugar que después fue ocupado por la expansión urbana, “todo eso eran mangas”, con una que otra finca de cultivo desperdigada en los terrenos que la gente de Medellín conocía como Otrabanda.

Una isla

Las pretensiones eran grandes, pero el espacio para más de 10.000 libros se fue quedando chico. Había que buscar una sede propia, y según los archivos de la misma biblioteca, se proyectó el primer edificio de la ciudad construido para tal fin, porque los otros eran secciones o locales acondicionados para guardar el material bibliográfico.

Fue entonces como en 1957 inició la construcción de la actual ubicación. “La Piloto se levantó al otro lado del río, en ese entonces, un punto lejano para los habitantes de Medellín que andaban con libros debajo del brazo”, documenta el texto Un puente entre los tiempos de la BPP.

Las obras se prolongaron hasta 1974, aunque en junio de 1961, todavía en obra negra, el edificio fue ocupado y se puso al servicio de la comunidad.

En aquellos años, los 60, en la margen occidental del río Medellín ya estaba el estadio Atanasio Girardot (1953), que junto a la Piloto, explica Ortiz, se convirtieron en islas que atrajeron la expansión urbana hacia esa zona de la ciudad.

“La biblioteca estuvo muchos años sola. Luego de su construcción se comenzó a conformar el barrio Carlos E. Restrepo y fue inaugurado en 1971. Entonces, a esos terrenos que por más de medio siglo fueron considerados como las tierras baratas de la ciudad, por fin se les prestó atención”, indica.

En 1973 llegó a ocupar su lugar el Centro Empresarial Suramericana. Las mangas de Otrabanda fueron desapareciendo, y a esa “Arca de Noé” que aparentaba ser la biblioteca le aparecieron muchos vecinos, por lo que a la gente ya no lo quedaba la excusa de que era un sitio apartado.

La importancia de ser Piloto

Fue una fortuna para Medellín que la Unesco se interesara en la ciudad para su estrategia de construir bibliotecas en países en desarrollo.

Una decisión que, en 1952 se tomó en París y que puso a la capital antioqueña por delante de Manizales, o de países como México, Brasil y Cuba, que también la reclamaban.

Ortiz comenta que para las décadas de los 50 y los 60 el analfabetismo en Colombia era elevado. De hecho, según la base de datos histórica de Oxford, para aquellas fechas el país tenía una tasa en este ámbito del 20 al 30 %.

“La Piloto permitió a muchas generaciones contar con al menos dos buenas bibliotecas en la ciudad, porque también estaba la de Comfama en San Ignacio. Y le hizo honor a su nombre porque fue pionera para que luego llegaran muchas más a la ciudad”, expresa.

En tiempos en los que no había Wikipedia, Google y otras herramientas de la era digital, los libros de ese palacio de las letras les permitieron a muchos niños, jóvenes y adultos, ir más allá del aprendizaje y también zambullirse en el mundo de la literatura.

Lo más bello del lugar, dice Ortiz, es que es multipropósito. No se limita a estanterías y salas de lectura, sino que tiene talleres, salones de arte y auditorios para complementar su misión cultural.

Por eso fue que en la Piloto se invirtieron $14.000 millones y, desde 2015 hasta este año, fue modernizada en su infraestructura. Hoy tiene más de 207.000 ejemplares y cada día reivindica la razón para la que fue creada, y que Néstor Armando Alzate define en su libro La Bella Villa como una cura “contra la ignorancia”.