Antioquia

Javiera Londoño, la mujer considerada fundadora de El Retiro y libertadora de esclavos en Antioquia

La determinación de esta mujer inició la primera liberación masiva de esclavos en el Oriente de Antioquia.

06/03/2020

El baile, como el ritual de una familia en la intimidad de la casa, sucedía junto al fuego. Javiera Londoño, esposa del sargento español Ignacio Castañeda, danzaba junto a sus esclavos y tocaba el tambor en la puerta de la sala.

Para 1734 la pareja era propietaria de gran cantidad de minas y tierras en lo que hoy es el Oriente antioqueño y el Valle de San Nicolás. Como terratenientes, ocuparon parte de los terrenos de lo que ahora es El Retiro, antes propiedad del capitán Pedro de Torres y asiento de indígenas tahamíes y quiramas.

Con sus esclavos exploraron las minas de este sector, conocido como Aventaderos de Guarzo. Sin embargo, Javiera, hija de la elite de la Colonia que nació a finales del siglo XVII en Medellín (1696) y se crió en Rionegro, veía mucho más en estos trabajadores, hombres y mujeres, que labraban el campo y cuidaban la casa.

Como lo indica el historiador de la Universidad Nacional, Daniel Acevedo, del Centro Cultural de El Retiro, ella supo ver, en ese otro con el que compartía sus labores cotidianas, a seres humanos y no unas herramientas.

Los historiadores le atribuyen a Javiera el primer movimiento antiesclavista en Antioquia y en el país.

En la complicidad del hogar, en donde tenía cabida la danza junto al fuego, el chocolate y los golpes de tambor, Javiera se vestía de collares y brazaletes de perlas, le contaba confidencias a sus esclavas. Algunos registros apuntan a que ella se bañaba en el río, el mismo del que se extraía el oro y los minerales, junto a sus trabajadores. Devota y religiosa, rezaba antes de dormir y tenía una advocación favorita: la Virgen de nuestra Señora de los Dolores.

Algunos historiadores precisan que cuando estuvo con los esclavos en las minas construyó allí una pequeña capilla donde tenía un oratorio. Había dos imágenes de Nuestra Señora de Los Dolores y otra de San José, que hasta hoy se conservan en la Parroquia del mismo nombre, a la entrada de El Retiro.

Francisco Duque Betancur de la Academia Antioqueña de Historia, recuerda en su obra “Historia de Antioquia”, que en 1767 la hacendada dio la libertad a 125 esclavos suyos, la totalidad de su cuadrilla.

Acevedo añade que el número es variable y que hay quienes sitúan esta cifra en aproximadamente 140 esclavos. La promesa de libertad la dejó expresa en su segundo testamento y un año antes de su muerte, en 1766. En 1759, además, ya había firmado un primer testamento junto a su esposo Ignacio, donde otorgó la libertad a unos 40 esclavos.

Los números no son precisos, dice Acevedo, porque en estos documentos aparecían solo los nombres. “Decía, por ejemplo, la negra Francisca y sus hijos. ¿Cuántos hijos tenía? Podía ser de uno hasta diez”.

Duque cita, además, al historiador Tomás Cadavid Restrepo, quien cuenta que “para Javiera Londoño la libertadora no hay tributo que no sea pequeño. Conviene saber que la abnegada matrona que libertó a sus esclavos y legó al morir ocho mil pesos para favorecer a las doncellas pobres de Marinilla, Rionegro y Llanogrande fue motejada de loca, y que esta bella locura se convirtió en la más cuerda y justa de las leyes”.

En honor a su acto por la libertad, el centro cultural de El Retiro lleva su nombre.

En esa casa hay una estatua, del escultor italiano Giuseppe Agelao, en la que una Javiera Londoño de bronce se levanta cortando las cuerdas que atan a un hombre.

Javiera tenía sus minas de aluvión en los ríos Pantanillo y la quebrada La Agudelo, de donde sacaban el oro al bateo y con los esclavos de esas obras empiezan a llegar los primeros colonos de lo que hoy es el municipio de El Retiro. Su fundación oficial es en 1814, muchos años después de su muerte.

Los esclavos que luego liberó vivían en ranchos, cerca al río donde trabajaban. Llevaban el apellido Castañeda, como su esposo. Y añade Acevedo que “hoy todavía te encuentras en el pueblo con muchos Castañedas, descendientes de esos primeros esclavos”.

El investigador Luis Javier Villegas Botero, recuerda en “Abolición de la esclavitud en Antioquia”, que luego de su acto de liberación algunas personas la imitaron, como el padre Jorge Ramón de Posada, cura de Marinilla, que liberó a sus 83 esclavos en 1813: “Pero estos actos admirables de generosidad y sentido humano eran casos aislados y de buena voluntad”.

En la carta en la que daba la orden Javiera les legó a estos hombres y mujeres sus minas para que trabajaran en ellas y garantizaran su subsistencia.

Su acto fue revolucionario en una sociedad acostumbrada al maltrato. En “Breve historia de Antioquia”, obra bajo la dirección general de Clemencia Gómez de Jaramillo, se deja en evidencia que en el siglo XVI, los españoles extrajeron oro del cerro Buriticá y de los ríos Cauca, Nechí y sus afluentes. Para sacarlo compraron cuadrillas de esclavos de ambos sexos, traídos desde África. A los negros, indica la investigación, los pusieron a cultivar caña, o a trabajar en estancias ganaderas, herrerías y construcciones, y a las negras las usaron de criadas y cocineras.

Los esclavos, añade el libro, “se vendían, compraban y dejaban en herencia, como cualquier otra mercancía”. En juicios y pleitos de la época consta que algunos dueños maltrataron a sus esclavos. Muchos huyeron en grupo —les decían cimarrones — y organizaron palenques ocultos en las riberas de los ríos y en los bosques del bajo Nechí y el bajo Cauca.

Estos hombres y mujeres africanos no tenían nombres. Como reseña “Historia de Antioquia”, de Jorge Orlando Melo, su vida estuvo siempre marcada por las etiquetas. Eran “negros” mientras estaban apresados en los puertos de embarque. Eran “esclavos” y “piezas de Indias”. Si huían por su libertad se convertían en “cimarrones” y si se organizaban con otros para pelear para librarse del dominio eran “palenqueros”.

Posterior a su muerte lo único que se conserva de la imagen de Javiera es una pintura de 1817. Es anónima. Un dibujo a lápiz, en carboncillo, de la mujer ya anciana. El maestro Jaime Guevara, muralista, hizo un retrato en la Alcaldía de El Retiro el año pasado. Es la representación del acto de la liberación, en donde Javiera es representada con un vestido blanco.

En el testamento en el que Javiera le da la libertad a toda su cuadrilla, deja, sin embargo, una petición: Pide que cada año celebren una misa por el alma de su esposo y por la suya.

Cuando muere, muchos esclavos se quedan y otros se van al Suroeste buscando mejores oportunidades, persiguiendo el oro. Los que se iban lejos, cada año, volvían en diciembre. Venían y celebraban la misa. Era un momento de encuentro, de jolgorio, de celebración de la libertad; las familias que no se veían se reencontraban.

Estos esclavos libertos mantuvieron la tradición por generaciones. Alrededor de la misa se prendía la fiesta. Y allí, como un homenaje a estas primeros proclamas de liberación, es que se da el origen de la llamada Fiesta de los negritos, tradicionales del El Retiro, del 26 al 29 de diciembre.

Para Acevedo, en una sociedad en la que los personajes que se relatan son los hombres, porque eran quienes tenían acceso al poder político y social durante la Colonia, el testimonio de Javiera Londoño es el de una mujer que supo ver con sensibilidad la realidad de los otros, antes relegados a los márgenes de la Historia. Como antecedente de la libertad, su acto sensible fue incluso previo a la Revolución Francesa (1789).

Antes de que el mundo comenzara a hablar de igualdad, Javiera ya tenía la certeza de que todo acto de libertad es, por demás, la posibilidad de llevar un nombre y no una etiqueta —no más esclavo o cimarrón, nunca más pieza de Indias—, el derecho a tener una familia y un terruño. La posibilidad, innegociable, de salir de las sombras .