Antioquia

La metamorfosis que tuvo la plazuela del cacique

De punto de reunión social en medio del centro administrativo, a sede de compra y venta de trebejos. Esta es la historia del tradicional lugar del Centro.

14 de diciembre de 2019

En cualquier momento se larga a llover. El cielo está gris y cualquiera predeciría un aguacero torrencial. Pero allí están sentados, sin falta, los hombres que cada mañana llenan las bancas de la Plazuela Nutibara. Carrieles, sombreros, camisas de cuadros, chaquetas de lino. Voces que cuentan chismes de otras épocas, manos que negocian a la antigua cadenas, relojes y ropa de segunda.

Es la época de los cambalacheros en la plazuela, así como en otro tiempo fue la de los habitantes de calle y, más atrás, la de los empleados administrativos. La historia de este lugar es tan fluctuante como las atmósferas que la han habitado.

Para muchos, el espacio puede ser difícil de reconocer. Hay quienes la consideran parte de la plaza Botero, otros consideran que pertenece al parque Berrío. Algunos, incluso, la identifican solo como el corredor de transición que conecta un lugar con otro. Anónima, sin embargo, la plazuela se resiste a ser olvidada. Sus bancas siguen convocando a los que recuerdan su apogeo.

La época dorada

Por un lado: la carrera Bolívar, la más importante para entrar al centro desde el norte y el sur. Por el otro: la avenida Primero de Mayo, que recibía toda la afluencia del oriente.

A pocos pasos estaba el edificio de EPM, el prestante Hotel Nutibara, el parque Berrío, la Alcaldía (actual Museo de Antioquia) y la Gobernación (actual Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe).

Como una isla privilegiada, la plazuela descansaba próxima a importantes referentes de la ciudad. Y, asimismo, acogía la vida y el dinamismo que de ellos se desprendía.

Así lo explica Ramón Pineda, periodista y docente, magíster en estudios socioespaciales y conocedor del Centro. Tinterillos, papelerías, peluquerías, estudios de fotografía, eran algunos de los negocios que abundaban en la zona.

Pineda explica que “la plazuela no solo estaba en medio del agite administrativo. También recibía a las personas que llegaban para pagar las facturas en el edificio de EPM, y enviar cartas en el de correos. Ese era el paradero de muchos buses y la gente se daba cita en la fuente de la plazuela”.

Ires y venires

En 1987 terminó la construcción de La Alpujarra y empezó el declive de la Plazuela Nutibara. Durante más de cinco años los antiguos edificios de la Gobernación y la Alcaldía quedaron vacíos, y vacía también quedó buena parte de la zona circundante.

“Comenzó la decadencia. Muchos negocios se fueron detrás de los trabajos que producían los trámites administrativos, y esa zona empezó a ser frecuentada por quincalleros, habitantes de calle y prostitutas”, asegura Pineda.

Y, si con el traslado del centro administrativo la plazuela había cambiado su vocación, con la construcción del metro empezó a perder su identidad.

Emilio García, de 72 años, frecuenta este lugar desde hace más de tres décadas. De sus recuerdos, que no son pocos, rescata los que guarda de la plazuela. “Antes esto era muy bueno. Era más amplio, más elegante. Ahora estamos metidos entre muros de cemento y una descomposición social muy horrible”.

La estocada final fue la construcción de la plaza Botero. Aunque se trató de una medida que renovó el Centro, fue también el juez que la condenó al anonimato: a ser el extremo oriente de la nueva plaza, el norte del parque Berrío o los bajos del metro.

La esquina del cambalache

“A veces le decimos la plaza del Portacomidas”, asegura Alfredo Betancur, por la semejanza que un edificio contiguo tiene con el recipiente.

“Aquí cambalacheamos: vendemos y compramos de todo. Eso sí, al escondido porque la Policía no permite ocupar espacio público en este lugar”, explica mientras exhibe un reloj por el que pide dos mil pesos. Ha sido vendedor informal durante toda su vida y hoy cambalachear es su único medio de ingresos: compra, vende y hace trueques para sobrevivir.

“¡Se robaron un pantalón!”, gritan varios hombres al fondo, mientras la víctima del hurto se pone las manos en la cabeza. “Ya me habían ofrecido diez mil pesos, hombre. Ahora me toca vender este reloj como sea. Se lo doy en tres mil, ¿lo va a llevar?”. Betancur lo recibe y lo mira con desdén, lo analiza. Las nubes se corren y dan paso al sol, mientras otros hombres van llegando con mercancía fresca entre los bolsillos. El brillo ya solo pertenece al pasado .