Los manuscritos, huéspedes de las bibliotecas locales
Documentos de hace 500 años o de la cuna de la imprenta son conservados por archivos en Antioquia.
Periodista del Área Metro. Me interesa la memoria histórica, los temas culturales y los relatos que sean un punto de encuentro con la ciudad en la que vivo, las personas que la habitan y las historias que reservan.
Todo en la elaboración de ese tipo de papel era un acto contemplativo, exigente, de tiempos y cuidados. Podrían pasar cinco o seis años, desde que la mano del escriba pule con la tinta las letras sobre las pieles, hasta que el producto llega a las manos del lector.
Las planchas, el secado, la maduración de las pieles, cada uno de estos pasos eran como los engranajes de una máquina más grande cuyo fin era, además, la persecución de la belleza. Los cuadernillos eran cosidos con cáñamo, unidos a veces con las entrañas de los animales. Un libro de los contemporáneos, de esos que guardamos en las bibliotecas hoy, no sobreviviría 500 años. Muchos de estos sí.
Se trata de los manuscritos y los incunables, documentos históricos que las bibliotecas locales —de los archivos de Medellín o de las salas patrimoniales de las universidades— guardan con recelo y hasta con misticismo.
En la Universidad de Antioquia, por ejemplo, reposa un acervo documental de más de 15 colecciones bibliográficas generales y especializadas compuestas por 258.016 títulos de libros (397.164 ejemplares físicos).
Entre este gran repositorio algunos son auténticas reliquias de los siglos XVII, cuando el papel aún provenía de pieles de animales y cereales molidos, se escribía con cálamos y se borraba con cuchillos. Otros más tardíos, de los siglos XVIII y XIX, plasmados a través de tipos metálicos móviles.
Por ejemplo, la institución conserva la tesis original que permitió que Antioquia rompiera la montaña para asegurar el cruce de los vagones del tren, titulada “El paso de La Quiebra en el Ferrocarril de Antioquia” y escrita por el joven ingeniero Alejandro López en 1899. En sus páginas está la cartografía del túnel de La Quiebra, su trazado de 3,7 kilómetros que sirvió para atravesar los cañones de los ríos Porce y Nus.
Con arrogancia o quizás absoluta confianza, López expresó en su tesis: “Tal como se nos presenta a nosotros, el problema de la Quiebra es una lucha de igual a igual con la naturaleza”.
Las preguntas ancestrales
José Luis Arboleda, coordinador de las Colecciones Históricas de la Universidad de Antioquia, confirma que muchos de estos documentos están escritos en lenguas muertas —como el latín y el griego antiguo— y que, por eso, ya no los consultan mucho. Es más por la curiosidad de ver un libro de ese tipo.
En otras universidades como Eafit custodian el único incunable del que se tiene registro en Antioquia, impreso en 1494 en Venecia, Italia, y el cual condensa dos obras del reconocido poeta Publio Ovidio Nasón (43 a. C.-17 d. C.): De arte amandi y De remedio amoris.
La universidad también adquirió una edición del siglo XVIII del Quijote de la Mancha (1780), conocida como El Quijote de Ibarra.
Las mayúsculas delicadamente decoradas, las marcas sobre el papel, revelan no solo su edad de más de 500 años sino también su unicidad. El investigador de la Universidad del Rosario, Jaime Restrepo Zapata, recuerda en su libro “La invención de la imprenta y los libros incunables” que se les llama así a las ediciones hechas en los primeros años de vida de la imprenta, entre 1450 hasta 1500.
Sus predecesores fueron los códices, que relevaron a los rollos de papiro alrededor de los siglos IV y V d.C y exploraron con ímpetu las nuevas posibilidades del pergamino: aumentaron el tamaño de las pieles, las hicieron delgadas, las doblaron en pliegues formando la estructura de cuaderno. Allí nació el lomo del libro.
Hubo, después, que pulir la técnica para coserlos. Restrepo indica que no es en vano que la tradición romana viera la encuadernación como oficio y arte, que además la llamara ars ligatoria. Con ella se embellecía y protegía lo escrito. Los primeros libros incunables se parecían mucho a los códices manuscritos, tenían la misma pretensión de beldad.
El sacerdocio y el monacato fueron factores decisivos en la conservación y preservación de saberes ancestrales y clásicos. Fue su más esmerado secreto.
La cultura tuvo su hogar en el laborioso trabajo de los copistas, de la mano de dibujantes de mayúsculas (rubricatores), calígrafos de copia (antiquarii), decoradores e ilustradores (miniatores e illuminatores). Y, como reseña el investigador, la naturaleza fue siempre la despensa para la tarea de escritores o artesanos: La plumas de ave aparecerían en el siglo VIII. Los colorantes eran sustraídos de los insectos, caparazones o crustáceos.
El Archivo Histórico de Medellín no guarda incunables, pero sí la historia de la Administración Pública de Medellín entre 1675 y la actualidad. Sus documentos hablan de la forma en la que ha cambiado la Villa. Es el relato de cuánto nos hemos transformado, pero también de las preocupaciones y acontecimientos humanos que, 500 años después, aún nos atraviesan .