Antioquia

Manila, un barrio de contrastes en El Poblado

De las familias que llegaron hace más de 80 años en busca de su casa propia, quedan pocas. El comercio y los hoteles son los nuevos habitantes.

Periodista con sueños de historiadora. Apasionada por la Medellín antigua, su memoria visual y sus relatos.

28 de diciembre de 2017

Como muchos de los espacios de El Poblado, Manila antes de ser barrio fue una finca. El Seminario Conciliar y luego Isaac Restrepo Posada, fueron sus propietarios. A estas “mangas” se llegaba en tranvía por la calle de La Estación, ahora calle 10.

Con el paso de los años, los edificios y unidades residenciales y las vías congestionadas tomaron lugar en estas laderas del sur; sin embargo, hay un sector en el que perdura el alma de barrio: Manila, con sus calles amplias, casas de no más de cuatro pisos y su ambiente tranquilo y fresco.

Un pueblo en el sur

José Montoya, descendiente de los fundadores de El Poblado Central y quien se ha dedicado a estudiar la historia de su ocupación, explica que muchas de las familias adineradas del bario Prado tenían grandes propiedades en este sector del sur y solían donar lotes a sus trabajadores o mayordomos para que construyeran su vivienda propia.

“Luego los hijos de estas personas también levantaban sus viviendas y fue creciendo el barrio. Otras casas llegaron como producto de obras sociales de congregaciones religiosas o por compañías como Apolo. Era como un pueblo, donde todos construían juntos pero no revueltos”, contó.

Encuentro familiar

A pesar del crecimiento fragmentado, Manila tomó un aire familiar y uno de los referentes es la casa de Los Vasco o “Los Loros”, como también son conocidos. Ellos llegaron al barrio en 1970, luego de haber vivido cerca al parque de El Poblado y, según cuenta Ruth Vasco, poco a poco fueron arribando más familias, “eran matrimonios jóvenes, con varios hijos, que llegaban a hacer su vida acá”, cuenta.

De las historias que más recuerda Ruth y su hermano Álvaro, eran las Olimpiadas de El Poblado, un encuentro deportivo que reunió por años a los vecinos del sector. “Teníamos un grupo que se llamaba la Sagrada Familia, pues tres de los integrantes éramos hermanos y nos enfrentábamos a los de El Lleras, de Astorga y otros”, contó Álvaro, mientras desempolvaba algunos de los trofeos obtenidos en el torneo de fútbol.

La casa de “Los Loros” guarda otra tradición más allá de lo arquitectónico: cada navidad, desde 1960 el pesebre de la casa reúne a los habitantes del barrio: antes eran más de 180 niños los que asistían a la novena; pero en los últimos años solo llegan 20.

Así transcurría la vida en Manila: entre el encuentro, el deporte y la celebración. Ahora, con el reciente auge del turismo en la ciudad, la vocación del barrio se ha ido transformando: el comercio y la hotelería son los nuevos habitantes de Manila.

Aunque ha sido un choque difícil, Ruth cuenta que no están en contra totalmente de esto, lo que les preocupa es el cambio en el ambiente, pues el comportamiento de algunos huéspedes no es el ideal.

Claudia Ramírez, presidenta de la Junta Administradora Local de El Poblado contó que se han adelantado diferentes estrategias para mejorar el vínculo entre el comercio y el habitante tradicional, y fortalecer el control a los diferentes establecimientos actuales y a los que llegan.

Los contrastes se siguen dando: casas de familia y hostales, tiendas tradicionales y restaurantes modernos, nuevos edificios que comienzan a surgir entre los árboles frondoso, transforman el paisaje.

Entre tanto Ruth y sus vecinos esperan el ambiente de barrio no sea tema del pasado.