Antioquia

María, virgen de las grutas, custodia de calles y esquinas

Los altares en sus diferentes representaciones son comunes en la ciudad. Los construyen las comunidades y son para ellas símbolo de protección.

Periodista del Área Metro. Me interesa la memoria histórica, los temas culturales y los relatos que sean un punto de encuentro con la ciudad en la que vivo, las personas que la habitan y las historias que reservan.

11 de mayo de 2019

Fue en un sueño que la Virgen de Guadalupe le mostró a Edith en dónde quería su altar, escondido entre dos aceras y en un oasis de árboles. O eso cuenta Jaime Tobón sobre el santuario de esta advocación mariana, construido en el barrio La Floresta hace 13 años en el lugar señalado por su vecina Edith, con arena y cemento comprados a punta de vender empanadas y hacer rifas.

Cada año no falta en la gruta de “la virgen morenita” la misa en las fechas especiales y fue la familia de Jaime quien siguió cuidándola. Por amor a María, dice su esposa Gloria Pimiento, y no ha sido barato, ni fácil, pero “aunque es con las uñas, la Madre nos ayuda con la persona indicada.”

Al igual que esta, en varios rincones de Medellín se levantan otras grutas a María. En La Milagrosa, por ejemplo, o en Robledo y Belén. Muchas de ellas cubiertas de placas que imploran la sanación de un hijo, el reencuentro con un ser querido o hasta la bendición de una casa propia.

El altar a la Madre

La sociedad antioqueña, cuyas raíces cristianas fueron traídas por los misioneros españoles, le dio a la Virgen María un lugar privilegiado: la convirtió en una especie de modelo de vida y de refugio.

Y Antioquia, dice Camilo Andrés Gálvez, teólogo y filósofo de la Universidad Pontificia Bolivariana, es una sociedad ante todo matriarcal en la que las mujeres, cabezas de familia, transmitieron la tradición espiritual a sus hijos.

En medio de la violencia de finales del siglo XIX, María fue para las mujeres paisas una suerte de símbolo: era también madre, transitó como cualquier humano entre la alegría y el dolor. Por eso, explica el teólogo, en el siglo XX se popularizó la creación de estas grutas como una manifestación de religiosidad desde lo popular para pedir ayuda, compañía y solicitar protección.

Con esa idea de la gruta como signo de amparo coincide Silvia Patiño, arquitecta de la Arquidiócesis de Medellín. “Las personas sitúan grutas o vírgenes en esquinas peligrosas”, comenta, “son sitios de paso y de fe para quienes no alcanzan a ir a la iglesia”.

La arquitecta agrega que en la Curia no existe un inventario de estas grutas, pero que la Arquidiócesis sí dispone de santuarios en las iglesias, como es el caso de La Candelaria y de la parroquia de Nuestra Señora de la Piedra en Belén. El resto de altares de la ciudad han sido construidos por la devoción de habitantes y de los sacerdotes, casi siempre tomando como referencia la gruta en la que apareció la advocación de Lourdes, en Massabielle, Francia.

Las que no están en grutas, dice Patiño, están sobre pedestales. A veces adornadas con luces o cascadas de agua, como una forma de “darle status”, de dejar claro de que es un espacio íntimo e importante.

Las estatuas de María se fabrican vaciadas en cemento, en fibra de vidrio, “o en mármol, si tienen 8 millones de pesos para una figura pequeña”, dice la arquitecta. Eso sí, casi nunca en yeso, porque con el primer aguacero se mojan y desgajan.

Pero la de Guadalupe en la Floresta, por error, se fabricó en yeso en lugar de pasta. Tuvieron que ponerle un vidrio templado para que las velas no derritieran a “la morenita”, ni agrietaran más el cristal que ya se ha quebrado cuatro veces. Aun con repisa nueva, los visitantes siguen prendiendo las velas al pie de la Virgen, a la espera de favores o milagros que están más allá de las instancias humanas .