Medellín

En Medellín hay una “Pequeña Venezuela” que revivió una calle del Centro

La calle 55, en Barbacoas, era una olla de vicio. Población venezolana llegó y le dio un nuevo aire. Historia.

Comunicador Social-Periodista de la UPB. Redactor del Área Metro de El Colombiano.

23 de julio de 2021

La calle era un albañal. Cuesta imaginar un lugar así en el centro de una ciudad. En los andenes, tendidos sobre el suelo, hombres y mujeres fumaban bazuco. Con carpas improvisadas, o plástico tersado, se guardaban de la lluvia. Era una multitud la que vivía en la calle, a la intemperie, soportando esta vida, pero quizá imaginando tener otra; una irreal, propiciada por las utopías del sacol. Y el olor, que notaban los que por allí pasaban, cubriéndose la nariz y frunciendo el ceño, era el de todas las miserias humanas. Pero la calle 55, por cosas del azar, tuvo una segunda oportunidad.

Esa resurrección comenzó en 2018. La administración municipal de ese entonces desplegó un operativo con 800 hombres de la Fuerza Pública. Cayeron a la calle de madrugada, antes de rayar el día, y sorprendieron a todos sus inquilinos. Al final de la jornada, 34 bienes entraron a extinción de dominio y dos casas fueron demolidas. El albañal había terminado, pero las penurias siguieron ahí.

Una vez idos los moradores de la calle, su asfalto quedó desolado. Solo algunas reminiscencias, empaques de bazuco y desperdicios humanos, recordaban aquella vida mundana, de excesos inconcebibles, que durante años reinó a sus anchas. Pero quedó la tristeza, una tristeza insondable. Nadie quería pasar por ahí. Los locales comerciales, pese a que la pequeña Sodoma había sido destruida, seguían vacíos, con las persianas metálicas abajo. “Nadie quería venir acá. ¿Quién iba a alquilar un negocio? El sector seguía muy deteriorado, con una mala imagen ante la ciudad. Se había terminado lo que se llamaba ‘El Bronx’ de Medellín, pero quedó desolado”, cuenta Jorge Zapata, artista que frecuenta la zona desde hace 20 años.

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Sandra Contreras, oriunda de Valencia, Venezuela, llegó a Medellín en 2018. Un amigo le recomendó el sector de Barbacoas, en pleno centro, donde no hacía mucho había sido desmantelada una olla de vicio. Le dijeron que se llamaba “El Bronx”; que era un lupanar de respeto, que el hedonismo se desbordaba sin control.

Pero ella no necesitaba más que un lugar donde dormir y trabajar. Tocando puertas dio con una señora que la acogió de brazos abiertos. Dice que llegó a Medellín muy flaca, en los puros huesos, luego de soportar las penurias y el doloroso desarraigo. La señora que la recibió le dio trabajo en un restaurante de comida costeña y, como no tenía como pagarle, le remuneró con alimento. Entonces recobró el ánimo y el semblante. Era un nuevo inicio, uno jamás barruntado, pero que prometía, al menos, la supervivencia.

Lo que más la impactó de Barbacoas fue, en sus palabras, la libertad sexual. Un día, igual a todos, ya acostumbrada a su nueva vida, vio a una mujer trans desnuda. Entonces, soltó la escoba y la detalló. Nunca había visto algo así. “Acá eso es normal, pero yo nunca lo había visto. Me dijeron que no la mirara, pero yo no podía quitarle los ojos de encima. Fue de las cosas que me sorprendió cuando llegué al sector”, rememora.

Mientras la vida de Sandra se recomponía, un compatriota suyo, pero nacido en Barquisimeto, surcaba la frontera entre Colombia y Venezuela. Lo hacía a pie, remontando la cordillera con una maleta al hombro. Como el camino era tan fatigoso y el equipaje tan pesado, fue botando ropa hasta llegar a Medellín. Lo hizo con lo justo.

Su nombre es Axl Colmenares. Llegó a la ciudad en enero de 2019. Después del viaje, se asentó en un inquilinato de Barbacoas, sobre la calle del viejo Bronx. Su obligación, nada fácil, era conseguir $20.000 al día para la pieza. Así que comenzó a ofrecerse como tatuador, el oficio que desempeñaba en su país. El primer día, recuerda, hizo uno que transó por $20.000, justo lo que costaba la habitación. Y así comenzó su vida en la nueva ciudad, rayando la piel de algún interesado. “Fue muy impresionante llegar acá. Nunca había estado en un lugar así, en el que se consumía droga al aire libre, sin problema. Pero ha ido cambiando mucho, las dinámicas han mejorado”, cuenta.

Mientras Axl daba sus primeros pasos como tatuador en Medellín, Samuel Graterol, nacido en Maracay, Estado de Aragua, llegaba a Barbacoas. Había vivido cinco años en Montería, en donde se sintió como en Venezuela por la similitud del clima y las costumbres. En esa ciudad, que está a la vera del Sinú, comenzó su carrera como barbero. Nunca se había desempeñado como tal, pues en su país era técnico en refrigeración. Pero qué más daba, dice, había que seguir adelante.

Como Axl, Samuel se quedó en un inquilinato de Barbacoas. También tocando puertas, como ya lo había hecho Sandra, consiguió trabajo en una barbería. El primer día, nervioso, conoció a sus compañeros. El hielo se rompió de inmediato cuando uno de ellos le dijo “chamo”. Entonces se dio cuenta de que todos, como él, eran migrantes venezolanos. “Me sentí como en casa. Fue una cosa increíble. Estaba en mi cultura, con los míos”, recuerda.

Pero la verdadera pasión de Samuel es la música, que le heredó a su madre, una cantante de música llanera. A mediados de 2019 se conoció con Sandra, la otra protagonista de este relato. Cuando se encontraron, Sandra ya no trabajaba en el restaurante de comida costeña, sino que era la administradora Gallery at Divas, un bar y galería de arte en Barbacoas. En ese lugar hizo su primera presentación, en un evento celebrado con la Alianza Francesa. Y la carrera de Samuel despegó.

Hoy tiene dos barberías y produce sus piezas musicales. Su nombre ahora es Samuel Elemental. “Soy músico urbano y quiero ser conocido como uno de los venezolanos que salió de su país y pudo abrirse paso. Acá en Barbacoas comencé, di inicio a una nueva vida”.

Sandra sigue administrando el bar-galería en donde el viernes, justamente, se inauguró una nueva exposición. “Los venezolanos venimos a hacer bien las cosas. Hay un mito de que somos flojos, pero no es así. Trabajamos duro, somos buenos. Este sector ha cambiado mucho gracias a nosotros”, comenta.

A muy pocos metros de allí, en la calle del pasado oscuro, Axl logró montar su local de tatuajes. Lo hizo con lo justo, así como llegó a Medellín. Tuvo que vender un celular para pagar el arriendo. Pero lo que le dieron no fue suficiente. Entonces, un día, recibió una llamada a las 3:00 de la mañana. Sobresaltado, contestó. Le dijeron que un cliente necesitaba que lo tatuaran. Entonces, como pudo, aturdido por el sueño, se levantó. “Cobre 300.000 y con eso pude pagar los primeros 15 días de arriendo. Así comenzamos, lento, pero seguro. Ya llevamos año y medio y los clientes vienen. Nos va bien. ¿A qué venimos, si no fue a trabajar?”, comenta.

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Teresita Rivera es una líder de Barbacoas. Hace años frecuenta el lugar. Recordando el pasado de la calle, exalta el presente: “Los venezolanos le dieron otro aire. Montaron sus negocios, le dieron una nueva vida económica, que antes estaba perdida. Ellos cambiaron este lugar para bien”.

Y es que, además del de Axl, en la vieja calle del Bronx han montado varios negocios de venezolanos. En la esquina con la carrera 50, una familia del país vecino abrió un local de comidas rápidas que se ha hecho famoso; al lado del estudio hay otro de comida venezolana y un salón de belleza. “Ellos le dieron una segunda vida a la calle y al sector”, sentencia Teresita.

El viejo Bronx, como los venezolanos llegados a él, tuvo una segunda oportunidad. Ha sido tanto el cambio que, a la calle, ayer un albañal intransitable, se le comenzó a llamar, en voz baja, la Pequeña Venezuela en Medellín. “Tenemos pensado celebrar la Independencia de Venezuela el otro año, en un evento para congregar y agradecer a esa población. La idea es que sea cultural y resaltando las expresiones de ese país”, concluye Teresita.

La Pequeña Venezuela seguirá cambiando con el tiempo. Mutará, seguro, como lo hizo en el pasado. Pero, por ahora, tendrá que agradecer la llegada de los vecinos y celebrar, a viva voz, una Independencia que la sacó de sus días más aciagos .