“Pido a Petro que actúe ante injusticia”: Colombiano que estuvo preso en Venezuela
Brayan Navarro estuvo 10 meses secuestrado por autoridades venezolanas acusado, sin pruebas, de conspiración. Ahora que fue liberado, pide por sus compañeros.
Comunicadora social con énfasis en Periodismo y Audiovisual de la Javeriana. Ha trabajado para El Tiempo, Portafolio, Directo Bogotá y ahora en EL COLOMBIANO. Apasionada por temas de cultura, género y derechos humanos.
El 6 de enero de 2025, cuando Brayan Navarro fue detenido por la Guardia venezolana, solo tuvo tiempo de mandarle un mensaje de WhatsApp a su mamá avisándole -en una frase- que estaba en manos de las autoridades.
Después de eso pasaron seis meses hasta que su familia volvió a escuchar su voz durante algunos segundos en una llamada cortada; y diez meses hasta que pudo volver a casa. La pregunta, tanto de él como de sus allegados, era la misma: ¿por qué?
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En diálogo con EL COLOMBIANO, su tía Yarileinis Navarro aseguró: “Su pecado o su delito fue creer que había un mejor futuro en Venezuela”. Brayan nunca había salido de Pueblo Bello, en César, hasta que le ofrecieron trabajo como chofer cruzando la frontera.
Pasó las fiestas con su familia, se arregló y fue a trabajar. Luego desapareció. En medio del silencio de Brayan, el presidente Gustavo Petro reconoció que varios colombianos habían sido detenidos “en el marco de las elecciones” de aquel país.
La frescura del mandatario colombiano contrastaba con el dolor de las familias de los detenidos, que pronto se convirtieron en secuestrados: nunca tuvieron un juicio, una judicialización o un abogado. EL COLOMBIANO habló con Brayan sobre lo vivido, que describió como “el infierno”.
El infierno
Brayan no puede describir el camino a la prisión, tampoco puede dar muchos detalles de los pasillos o del patio, porque todo el tiempo tuvo puesta una capucha. “Sin eso no nos sacaban de la celda, tampoco nos dejaban salir sin esposas, eso era horrible”, relató.
En medio de la oscuridad de la capucha, también luchaba con el silencio a su alrededor: nadie se dirigía directamente a él, no contestaban sus preguntas.
”Nos aseguraban que nosotros éramos especiales, y decían que, supuestamente, nuestros casos e investigaciones iban muy avanzados. Que era un tema secreto del Gobierno, pero que sabían mucho de nosotros”, dijo Brayan y agregó: “en ellos (los guardias) no se puede confiar, no se les puede creer nada”.
Durante los diez meses que estuvo en El Rodeo I, Brayan solo podía salir una hora al día al patio. “Era hora se sentía como 20 minutos”, recordó, agregando que ni siquiera allí se libraba de la capucha y las esposas.
En su cautiverio comió tres veces al día: “Era muy poquito, pero estaba bien”, explicó, aunque hubo un tiempo en el que aquella comida causó una ola de gastroenteritis que los mantuvo a todos en el baño.
A pesar de eso, los guardias no permitieron que les enviaran medicamentos. ”Si alguno se negaba a comer, lo golpeaban o lo llevaban al cuarto piso. Allá los desaparecían por uno o dos días y volvían heridos. Yo nunca protesté, allá no subí. Prefería quedarme callado”, le dijo Brayan a EL COLOMBIANO.
El fin de la pesadilla
El día en el que Brayan fue liberado también estuvo lleno de interrogantes. Los guardias le dijeron a todos que el Gobierno colombiano había llegado a hablar con ellos, pero no les dieron más detalles.
El primer grupo pasó, habló con el embajador y volvió a sus celdas. El segundo grupo -en el que estaba Brayan- también pasó al patio, pero no hablaron con el embajador, sino que los mandaron a bañarse.
”Los guardias nos dijeron que debíamos ponernos lindos”, narró Brayan y agregó “nos preguntaron qué talla éramos: de zapatos, de camisa y de pantalón. Después nos llevaron al tercer piso. Allá me dieron la ropa con la que llegué a la cárcel y luego de arreglarme me hicieron ponerla. Luego nos mantuvieron allí todo el día”.
Sin explicaciones, les dijeron que debían comer. Luego, les pasaron una pila de papeles: “Nos hicieron firmar actas asegurando que nos habían tratado bien, que no nos habían pegado ni ultrajado”. Al terminar de decir esa frase, Brayan soltó una risa sarcástica antes de continuar con la historia.
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Cerca de las 3 de la tarde volvieron a ponerles una capucha en la cabeza, y las esposas. Los subieron a un bus y así, en medio del calor y la oscuridad, fueron transportados hasta Cúcuta.
Al bajarse del bus, Brayan asegura que sintió la felicidad más grande de su vida: volvió a ver a su familia. Ocurrió el 23 de octubre de 2025, y desde entonces todo su tiempo ha estado dedicado a recuperar los momentos perdidos con sus allegados.
Dice que está bien, que no se ha sentido amenazado, que lo han dejado tranquilo y que le agradece a Dios. Quiere olvidar lo vivido y seguir construyendo una vida tranquila.Sin embargo, no ha sido así para todos. EL COLOMBIANO también habló con otro de los liberados, que prefirió mantener el silencio por miedo a represalias.