Colombia

Fernando Hakim y el arte de salvar vidas en silencio: “Si uno no tiene fe, ¿de qué se agarra?”

El jefe de Neurocirugía de la Fundación Santa Fe habla por primera vez, tras el episodio que puso en vilo al país: el atentado contra Miguel Uribe. Reivindica la ética, la fe y la innovación como pilares de su vida.

Comunicador social y periodista de la Universidad Central, especializado en Gobierno, Gerencia y Asuntos Públicos de las universidades Externado y Columbia. Experto en asuntos políticos, parlamentarios y de Gobierno. Subeditor de la sección Actualidad.

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El doctor Fernando Hakim solo tiene una condición para acceder a esta entrevista: no hablar ni referirse a Miguel Uribe Turbay. Los argumentos detrás de ese silencio ejemplifican con creces el porqué no solo es un excepcional profesional dedicado a la neurocirugía, sino un ser humano benévolo y afable. “Por ética, por su historia clínica y por respeto con su familia”, sentencia.

Hakim –uno de los artífices de que el exsenador permaneciera con vida 66 días contra todo pronóstico–, le ha hecho el quite a los reflectores. Fiel a un estilo de vida prudente y cauteloso, el médico cirujano ha preferido marginarse del foco mediático y mantener su juramento de salvar vidas como jefe del Departamento de Neurocirugía de la Fundación Santa Fe, en Bogotá.

En esta entrevista, la primera que le concede a un medio escrito tras lo sucedido aquel fatídico 7 de junio, Hakim –expresión que en árabe significa médico o sabio– habla de su trayectoria, de innovación médica y de los desafíos éticos a los que se enfrenta un profesional de su calibre.

Cada una de sus respuestas, entre líneas, permiten dimensionar su excelencia médica, su intensa espiritualidad y su irrestricto apego a la fe, valores que reconfortaron a todo un país en medio de la zozobra por lo ocurrido con Miguel Uribe Turbay, un episodio que hizo recordar una época que se creía cerrada en Colombia.

¿En qué momento de su vida decidió que quería ser médico, y por qué eligió la neurocirugía?

“Lo tengo muy claro. Yo decidí ser médico cuando tenía 10 o 12 años. Siempre me gustó la medicina y la biología, pero tuve un hecho en mi vida que me cambió la forma de pensar y me hizo ser médico. Mi mamá, que murió hace un año de 96 años, era gemela y nació con un problema cardíaco.

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Estando en Estados Unidos en unas vacaciones, a mi mamá se le bajó tanto la presión que no le llegó sangre al cerebro y perdió el conocimiento en un aeropuerto en Miami. Ante ello, fuimos a visitar a un amigo de origen libanés a quien le habían operado el corazón en el Miami Heart Institute, el instituto donde operan los corazones en Miami.

Y ahí, en plena entrada, mi mamá volvió e hizo lo mismo: perdió el conocimiento, la entraron a urgencias y mi papá incluso la atendió. Pero luego él salió y nos dijo a mi hermano y a mí: ‘su mamá se murió’.

Eso me golpeó mucho, porque uno a los 10 o 12 años que la mamá se muera es muy duro. A cualquier edad es terrible. Mi papá salió de la sala de urgencias cuando vio que mi mamá ya estaba muy mal y viendo incluso en el electrocardiograma que ya estaba fibrilando. Es decir, antesitos de morirse se salió.

Pero al ratico salió el médico y nos dijo: ‘No, lo logramos. Ella respondió muy bien. Es una mujer joven –tenía 44 años en esa época– y para hacer el cuento corto la operan del corazón, le salvan la vida y mi mamá vivió 50 años más después de eso.

En ese momento me di cuenta cómo un médico le puede cambiar la vida a una familia. Ese médico me devolvió a mi mamá y me di cuenta lo que podía hacer un médico que otras carreras no pueden hacer. Eso me motivó muchísimo para estudiar medicina”.

¿Cómo influyó la figura de su padre, el Dr. Salomón Hakim, en su formación profesional y en su visión de la medicina?

“Mi papá era médico y uno vivía en un ambiente de medicina y en los genes, digámoslo así, ya venía eso. ‘Hakim’ quiere decir médico en árabe. En Medio Oriente, en Líbano, el ‘Hakim’ es el sabio o el médico.

Mi papá influyó muchísimo en mí. Él era una persona con una inteligencia emocional increíble. Después de ser médico, yo quería ser cirujano cardiovascular por todo lo que había pasado con mi mamá, pero un día un médico que yo apreciaba mucho y él a mí, que tenía como la edad de mi papá, me dijo, ‘Chino, ¿usted qué va a hacer? ¿A qué especialidad se va a dedicar?’. Y me insistió: ‘No bote a la caneca lo que su papá ha hecho’. Por eso, decidí estudiar neurocirugía.

Mi papá en la medicina y en la neurocirugía siempre tenía una forma muy agradable de enseñar sin que uno se diera cuenta. Por ejemplo, estábamos en el desayuno y él me empezaba a hablar de una enfermedad. Me mostraba con lógica cómo se diagnosticaba, cómo era la radiografía, cómo eran los estudios y cómo era el examen físico. Y sin darme cuenta me estaba enseñando y uno aprende y graba esas situaciones porque estaba tranquilo y placentero con lo que está oyendo. Si hubiese estado bajo estrés en una clase no hubiera aprendido.

Lo más bonito de todo es que mi papá, que murió en el 2011, fue muy importante en mi formación como ser humano, como médico y como neurocirujano, porque me enseñó tantas cosas de una manera tan bonita que estoy por encima de muchas personas en eso. Tuve el privilegio de haber tenido de profesor a mi papá, el Dr. Salomón Hakim.

Alguien un día me dijo, ‘¿Y quién fue su profesor preferido en neurocirugía?’. Yo pensé en mis profesores en Estados Unidos y en Colombia, pero concluí que mi mejor profesor fue mi papá, que me llevaba de la mano y me hacía entender –con cuentos muy agradables y simpáticos–, la medicina y la neurocirugía. Y no solo fue en la parte médica, sino también le aprendí la formación ética y moral del profesional”.

¿Qué fue lo que más le aprendió a su papá, dejando de lado justamente ese bagaje profesional?

“En la formación ética un día mi papá me dijo una cosa muy bonita que nunca la olvidó. Me dijo: ‘Si usted ve al paciente con el signo de pesos en la frente, usted no hace buena medicina’. Y eso es verdad. Jamás se puede ver a un paciente pensando en plata. Debe haber ética y es lo que trato de transmitirles a mis residentes y las personas con las que trabajo.

Uno está formando muchachos para que hagan neurocirugía el día de mañana y todos son muy éticos porque ven el ejemplo de lo que nosotros hacemos. Yo vi el ejemplo en mi casa. Más de lo que a uno le enseña el papá diciéndole ‘no haga o haga’, es con el ejemplo. En todo sentido, no solo en la medicina, sino en todo. Eso fue lo que más me enseñó mi papá y mi mamá, obviamente.

En mi hogar había ética, las cosas eran correctas, no se hablaba mal de la gente, no había envidias. Por eso estamos donde estamos, porque venimos de un hogar además creyente, y todo eso influye”.

¿Y en lo profesional? ¿Cuál fue la gran enseñanza o lección de su papá?

“Mi papá me enseñó lo que son las ciencias básicas. Obvio uno iba a la universidad y estaba aprendiendo, pero cuando uno tenía una duda, él le reforzaba el concepto. Aprendí mucho de la neurocirugía –de lo básico, de cómo diagnosticar un tumor cerebral, una hemorragia, qué dolores de cabeza son importantes, en fin–, con él. Yo me sentaba con él y tenía una forma muy linda de enseñar. Era tan lógico como enseñaba con ejemplos de la vida que así aprendí.

Una de las cosas que yo más le aprendí a mi papá, y creo que somos autoridad en el mundo, es todo lo que tiene que ver con hidrocefalia con presión normal y el manejo de la de lo que es la válvula. Mi papá describe una enfermedad que no tenía cura, que se llama la hidrocefalia con presión normal, y lo más bonito de esa enfermedad –y es en lo que más quiero hacer énfasis– es que tenemos un centro para el manejo de esta enfermedad, que se parece al Alzheimer, pero la gran diferencia es que tiene cura.

Hemos visto que más del 38 % de los pacientes que nos llegan venían con un diagnóstico de una enfermedad intratable o que no tenía forma de mejorar, pero los hemos podido ayudar y mejorar su la calidad de vida.

Imagínese la cantidad de pacientes que hay en el mundo con diagnóstico de enfermedad Alzheimer y que más o menos el 30 % de esos pacientes en realidad no la padecen, sino otra enfermedad que se puede tratar, se puede curar y se le puede mejorar la calidad de vida. ¿Se imagina lo que impactaríamos en el mundo si ese concepto lo pudiéramos llevar a cabo? Sería algo muy grande para ayudar a la humanidad y en eso estamos trabajando. Pero la única forma de hacerlo es divulgándolo y demostrándolo”.

Usted es reconocido por desarrollar y perfeccionar técnicas mínimamente invasivas. ¿Cuál considera que ha sido su aporte más significativo a la neurocirugía moderna?

“No es que yo la haya desarrollado, pero hemos estudiado una técnica muy importante. Yo trabajo con un neurocirujano que se llama Diego Gómez Amarillo. Él es más joven –obvio– y tiene las ganas de hacer cosas nuevas.

Además de estar operando muy bien con una tecnología de punta en la Fundación Santa Fe, hemos desarrollado técnicas para operar las hernias discales por endoscopia. Hay gente que la hace, pero creo que ese es el futuro de mucha de la cirugía de columna. Una hernia discal se opera con una camarita y una incisión de 7 mm. A las dos horas el paciente se va caminando para su casa. Eso antes era impensable.

Otra de las técnicas que estamos haciendo en la Fundación Santa Fe y que no hace mucha gente en Colombia, es la cirugía de los tumores que se operan por la nariz. No los tumores de la hipófisis, sino los tumores de base de cráneo, por ejemplo, uno que llama un craneofaringioma.

La experiencia que tenemos de operar esos tumores es que les va mucho mejor cuando no hay que hacer una craneotomía y no hay que retraer tanto el cerebro para quitar el tumor, sino entrar por la nariz con la ayuda de un buen otorrino se llega a la base del cerebro y saca los tumores. Eso lo aprendimos yendo a cursos, aprendiendo, haciendo trabajos en Estados Unidos. Eso nos tiene a la vanguardia a nivel mundial. Pero no lo he hecho solo. Uno en la vida debe rodearse de gente buena, inteligente y echada para adelante. Ahí quiero honrar a Diego Gómez. Siempre digo que 1+1 no son 2, sino 3”.

En un país como Colombia, donde el acceso a la salud sigue siendo desigual, ¿qué retos encuentra un neurocirujano de su nivel para acercar la ciencia a todos los pacientes?

“Antes había muchas barreras porque los hospitales no tenían la tecnología. Yo admiraba a muchos médicos que hacían, hacíamos, las cosas con las manos, por decirlo así. Pero hoy en día la medicina en Colombia ha mejorado muchísimo, tanto que la Fundación Santa Fe o la Valle de Lili salieron como los mejores hospitales de América Latina.

La medicina en Colombia es buena porque hay médicos muy buenos, gente estudiosa y afortunadamente hay personas que piensan en grande. Si usted no piensa en grande en la vida no va a llegar a ninguna parte.

Yo tengo la fortuna de trabajar en centro médico donde las directivas piensan en grande. Acá todo se reinvierte. Tenemos la tecnología de tope y nos va muy bien. Hay otras instituciones que no tienen lo mismo, pero hacen las cosas muy bien. Yo admiro a los médicos y a los neurocirujanos en Colombia. Es gente excepcional y lo digo con orgullo. Hay gente muy buena. Todo mundo presta un servicio impresionante en Colombia, por lo menos a nivel de neurocirugía y de medicina, en todas las especialidades”.

No quiero meterlo en problemas hablando de política, pero en estos tiempos de reformas al sistema y demás, ¿qué diagnóstico hace de la salud en Colombia? ¿Siente que hay un deterioro en la prestación del servicio?

“Sí, porque antes las EPS prestaban un mejor servicio. El problema es muy lógico: usted tiene un hospital, atiende al paciente por la EPS, lo opera –por supuesto sin pensar en plata porque usted es feliz ayudando a la gente–, pero luego a esa institución no le pagan. ¿Cómo se sostiene esa institución?

Eso es lo que a mí me preocupa con el sistema de salud. Se les debe pagar a las instituciones lo que se debe. Si a usted no le pagan, pues le va mal”.

¿Cómo maneja el dilema ético entre la innovación tecnológica y los altos costos que impiden el acceso de muchos a estos tratamientos?

“La buena medicina es costosa. Las cosas buenas son costosas. Si no se usan herramientas de punta para un procedimiento después le sale más costoso. Recuerde el dicho: ‘No tengo tanta plata para comprar tan barato’. Si usted se pone a hacer las cosas con lo mínimo, después le puede salir más caro. Yo creo que la buena medicina es costosa, sin exagerar por supuesto.

Yo ya llevo varios años en esto y cuando vamos a operar un paciente despierto hay mucha tecnología para saber las vías del cerebro, la tractografía, ahora los conectomas. Se deben hacer esos estudios que son un poco costosos antes de la cirugía, pero cuando usted opera al paciente y ve los resultados, dice ‘valió la pena’. La tecnología va avanzando, es costosa y así vamos a seguir progresando. Las cosas buenas son costosas, pero los resultados son excepcionales”.

Usted siempre ha reivindicado el tema espiritual en su desarrollo y quehacer médico y científico. ¿Qué tanto influye Dios en su trabajo?

“Esa es otra cosa que se aprende en la casa. A mí nadie me impuso que tenía que creer en Dios. Desde chiquito me enseñaron que tenía que ir a misa. Iba a misa con mis papás y la fe de mi papá siempre hablaba ‘si Dios quiere’, ‘que Dios nos acompañe’. Mi mamá nos daba la bendición. Si uno no tiene fe, ¿de qué se agarra? Eso me decía también mi papá, ¿de qué se agarra uno cuando tiene un problema? Estoy seguro que uno es un instrumento de Dios y cuando estoy en cirugía y se complica, le pido a Dios que me ayude. Y me ayuda.

¿Por qué no voy a creer en Dios si me está ayudando? Nadie me puede prohibir creer en eso tan bonito si siento que me ayuda. La parte espiritual es muy importante, la fe lo último que se puede perder y más en un país como el nuestro, con las cosas que pasan.

Aquí somos muy creyentes, muy católicos, y ese es el denominador común, creer en alguien superior. Si todos pensamos así este país sale adelante volando. Yo creo en eso y creo en la fe, en Dios, en un ser superior y lo veo todos los días. Hay cosas pone Dios. Un paciente que uno opera en una cirugía muy difícil y al día siguiente está perfecto. Uno hace las cosas, pero a través de ser un instrumento de Dios. El hecho de pararse todas las mañanas, estar vivo, caminar, poder comer, poder hacer ejercicio, eso es Dios”.

¿Qué le recomendaría a la gente para tener una mejor calidad de vida?

“La primera, tratar de vivir contento. No porque sí, porque me levanté contento, sino tratar de vivir contento de varias maneras. Yo empiezo mi día a las 4:00 de la mañana. Hago ejercicio en el gimnasio. Hacer ejercicio es importantísimo.

Ya se ha investigado y se ha concluido que la masa muscular tiene que ver muchísimo con tener un cerebro sano. Definitivamente la persona que hace ejercicio puede evitar hasta el Alzheimer. Eso ayuda no solo al cerebro, sino a su bienestar. Usted sale de hacer ejercicio y tiene las endorfinas y la serotonina por las nubes. Usted está feliz y se va a trabajar delicioso.

Lo segundo es comer bien, tener una dieta sana también ayuda a usted estar bien. Usted es lo que come. Si usted todo el día está comiendo comida chatarra, pues su organismo se lo va a cobrar. Otra de las cosas muy importantes es socializar, tener amigos. Cuando usted está con sus amigos o amigas, se ríe en familia y hay alguien que echa chistes, eso es bueno. Estar al lado de gente con una energía positiva es muy agradable. Que lo hagan reír a uno hace que uno tenga una mejor vida.

Y vivir en luna de miel, como decía mi papá, estar contento con lo que uno hace y buscarse motivos para estar contento en familia. Eso hace que uno viva más, por lo menos vive más contento”.

¿Qué caso clínico lo ha marcado más en su carrera y por qué?

“A mí me han marcado muchos casos en mi carrera. Uno de ellos fue el de una chiquita de 11 meses a quien íbamos a operar y ya estaba intubada, pero en el momento en el que la volteamos para posicionarla –porque la cirugía había que hacerla por la parte posterior de la cabeza–, la niñita hizo paro cardíaco. Los anestesiólogos la volvieron a poner para hacerle masaje cardíaco y en ese momento, dice uno, me iluminó Dios. Me puse a mirar las radiografías y vi que tenía hidrocefalia. Dije ‘no se me puede morir’ y cogí una agujita, llegué al ventrículo cerebral a través de la fontanela, le saqué la presión, salió del paro y hablé con los papás. Les dije que había que operar. La niña se salvó.

Ella murió hace poco de un tumor, pero duró casi 10 años con una calidad de vida perfecta. Hay muchos casos en los que uno trata pacientes. La semana pasada, para no ir más lejos, tuvimos casos muy difíciles y vi a alguien con un tumor hipófisis que ya está en la casa. Otro tumor en la fosa posterior ya está en la casa. También operamos un aneurisma y el paciente está para irse a la casa.

Todos los casos lo marcan a uno. Devolverle a una familia a un papá, un esposo o un hijo es algo muy bonito que da muchísima satisfacción. Y no siempre se gana. Hay veces en los que se ve la voluntad de Dios”.

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