Desgarrador testimonio de Lyan tras su liberación: lo amenazaron con matar a su niñera
La persona delegada de Cali a cargo de su caso relató el primer testimonio que dio Lyan luego de ser llevado al hospital; relató que lo humillaron y amenazaron.
La noticia de que el pequeño Lyan José Hortúa había regresado con su familia alegró a todo el país. Estuvo dieciocho días en cautiverio, por parte de, al parecer, un grupo de las disidencias de las Farc.
Una foto de un abrazo grupal de reencuentro se hizo protagonista en redes sociales y medios de comunicación; pero, minutos después, cuando el niño de 11 años entró en el hospital, comenzó uno de los testimonios más duros que un niño puede contar. Con él estaba su madre y la delegada de Cali a cargo del caso.
El niño contó que cuando lo iban a liberar lo tiraron al suelo, y le dijeron que si no venían por él “lo iban a explotar”. Cuando él preguntó el significado de eso, le dijeron que se lo iban a volver a llevar. Mientras hablaba, su madre lloraba a sus pies.
“Es inhumano, condenable”, dijo la delegada. El niño, mientras estaba secuestrado, fue maltratado de maneras no solo físicas, sino psicológicas. Al momento de su liberación, le dijeron que iban a matar a su niñera, cuando él empezó a llorar, lo botaron de la camioneta.
Una de las primeras cosas que notaron de Lyan era que tenía sus uñas destrozadas. “Mientras estuvo en el sitio de su secuestro, dibujaba rayitas en la pared para contar los días”, explicó la representante de la Alcaldía de Cali, y añadió: “hacía líneas para contarlas y hacía dibujos en la pared. Solo tuvo dos oportunidades de ver televisión o de distraerse”.
Por último, Lyan contó que en las noches soltaban varios perros agresivos para custodiarlo y, de alguna manera, asustarlo. También contó que escuchó la voz de 4 personas cerca que lo vigilaban, sin embargo, las autoridades del municipio creen que fueron más.
En cuanto a la zona en la que estuvo, contó que era montañosa. Que podía ver aquel paisaje, a veces, por pequeños espacios en las ventanas.
El detalle más desgarrador es que, al estar retenido, Lyan experimentaba mayor angustia cada vez que debía comunicarse con su madre. En esos momentos, sus captores lo aislaban aún más, confinándolo en espacios completamente cerrados, donde fuera imposible que se filtrara cualquier indicio de su ubicación.
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