Hijos de la guerra en Colombia: niños bajo la ley del monte
Fotos obtenidas por El COLOMBIANO muestran la vida de los niños de comandantes de la guerriilla
Amo el periodismo, y más si se hace a pie. Me encantan los perros, y me dejo envolver por una buena historia. Egresado de la Universidad de Antioquia.
La última vez que alias “Mariana” vio a su pequeña hija en la selva fue hace 12 meses y 36 días. La vio correr entre matorrales, techos de plástico, andenes de madera y un lodazal que le impregnó la ropa a la niña de un pantano amarillo el cual no salió “ni con tres días de remojo en agua con jabón”.
—Parecía una guerrera lista para combatir, con ese camuflado y esa carita sucia, recuerda “Mariana”.
Sucedió entre las montañas de Antioquia, en un paraje ubicado a tres días de camino de cualquier centro poblado, antes de que esta mujer tomara la decisión de dejar esa estructura armada.
El encuentro entre “Mariana” y su hija fue corto. Duró día y medio, por eso la despedida entre madre guerrillera e hija fue más dura de lo previsto para la combatiente. “No comí en varios días y cuando se fue, me dejó un vacío que me hizo pensar en volarme para estar con ella”, recuerda. Hoy vive junto a la chiquilla, lejos de las armas, camuflados y formaciones guerrilleras.
La hija de “Mariana” resume uno de los capítulos guardados con más celo por los jefes guerrilleros: la historia de los pequeños que crecen entre su vida civil y la ida a los campamentos guerrilleros para encontrarse con sus padres, o incluso los que crecen junto a sus progenitores en contextos de guerra y bajo las reglas impuestas por los grupos guerrilleros, denominada por ellos “la ley del monte”.
Todo es alegría
Para “la Negra”, la llegada de su pequeño hijo al campamento del frente de las Farc al cual pertenecía era una forma de calmar las angustias vividas en tiempos de guerra.
Y no solo se las calmaba a ella; todo el contingente guerrillero tenía que ver con su pequeño bebé o con los niños que allí llegaban. “Todo el mundo los carga, se los pasan de brazos en brazos, la gente juega con ellos, se ríen y calman tensiones”, recuerda.
Pero para que un niño llegue a un campamento guerrillero, o algunos de ellos crezcan en estos escenarios, deben cumplir con ciertas normas establecidas por los grupos subversivos en sus zonas.
Antes de entrar —cuenta “la Negra”—, el niño es vestido con ropa camuflada o verde oscura, “muchas veces por capricho de uno mismo que le gusta verlo así o por órdenes de los frentes por seguridad”.
Además, hay leyes estrictas como los horarios para dormir, la hora de las comidas y los espacios para compartir, pues la presencia de los pequeños en zonas campamentarias no puede interrumpir la instrucción a los guerrilleros en distintas áreas como entrenamiento para combate o estudio de políticas guerrilleras.
En el monte y el exterior
Aunque muchos de los jefes guerrilleros prefieren tener a sus hijos lejos de los campamentos subversivos, algunos de sus descendientes prefieren quedarse con sus progenitores bajo las condiciones impuestas por cada frente.
Los hijos de quien fuera el máximo jefe de las Farc, alias “Alfonso Cano”, los de alias “Iván Márquez”, jefe negociador de las Farc en Cuba; y los de alias “Raúl Reyes”, segundo de ese grupo guerrillero muerto en un operativo en el 2008 en Ecuador, adelantaron estudios en Francia, México, Venezuela y Cuba.
“Sabemos por ejemplo que Federico, uno de los hijos de Cano, ha realizado estudios en licenciatura en Economía Política en la Universidad de Ginebra, además cuenta con un máster en globalización, regulaciones sociales y desarrollo sostenible en la Universidad de Lausana. Habla alemán, francés e inglés”, indicó un investigador del Ejército.
No obstante, no todos los hijos de los jefes guerrilleros terminan en universidades prestigiosas o viviendo en el exterior. Muchos de ellos terminan en la selva, por voluntad propia, siguiendo los pasos de sus progenitores. Esta condición no los exime de cumplir la normatividad de la guerrilla y, como cualquier otro insurgente raso, se arrastran en el lodo, ranchan (cocinan), y entrenan para un combate.
Además mientras se entrenan, deben acatar “la ley del monte” que prohibe relaciones sexuales indiscriminadas —deben pedir permiso para encuentros íntimos—, no viajar hasta las poblaciones cercanas para evitar ser seguidos por Inteligencia Militar, y estudiar los estatutos de las organizaciones guerrilleras.
Carlos Arturo Velandia, excombatiente del Eln conocido en el pasado como “Felipe Torres”, cuenta, desde su experiencia personal, que lo más normal es que los hijos de los comandantes guerrilleros estén en las bases campesinas o con los familiares de los combatientes, pero también los pequeños pasan largos periodos de convivencia en campamentos de retaguardia profunda, en los que se trata de darles lo mejor que se tiene.
“El cambuche de una familia es muy distinto al de un combatiente. El niño no duerme en una hamaca sino en una cama. Se busca darle la mayor comodidad y se elaboran planes de contingencia por si ocurriese un ataque. Se buscan vías de escape y lugares de reunión y los menores tienen una prioridad”, dice Velandia.
Agrega el excomandante del Eln, que tras este tipo de convivencia muchos de los hijos de los comandantes guerrilleros buscan quedarse en las estructuras armadas, no porque los padres los convoquen, sino por convicción.
“Puede darse que algunos de los hijos quieran ser como los padres. Allá los hijos no tienen televisión y no pueden ver a Superman o Batman. Los que se quedan pasan por el mismo proceso formativo que tiene el guerrillero raso, allí las cosas se ganan a pulso”.
Niños con pistolas
Si bien muchos de los niños son llevados a los campamentos guerrilleros para encontrarse con sus padres, una de las polémicas no se centra en el viaje hasta las zonas selváticas, sino en el riesgo al que se exponen los niños, pues los comandantes subversivos les ponen sus armas en el cinto en un acto calificado por los expertos en conflicto armado como irresponsable.
Esta acción es para Ximena Norato, directora de la Fundación Agencia de Comunicaciones Periodismo Aliado de la Niñez, Pandi, una violación a los derechos de estos niños que, a la luz de la normatividad, son iguales a los derechos de cualquier menor de edad.
Asegura Ximena que todos los menores deben ser protegidos contra el porte de armas y no deben ser utilizados ni para su porte ni para su transporte y en ningún caso.
“Entregarle a un niño un arma es vulnerarle su derecho a la protección. Uno no le entrega un arma a un niño porque este no advierte las consecuencias al disparar. El delito que cometa un niño con un arma, debería pagarlo el adulto que se la entregó”, precisa Norato.
La directora de Pandi hace énfasis especial en que llevar los niños a las zonas campamentarias es como hablar de reclutamiento, “y así sean los hijos de comandantes no pueden participar de las hostilidades o la guerra. Ellos gozan de los derechos que tiene cualquier niño colombiano”.
EL COLOMBIANO buscó la versión del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, Icbf, sobre el tratamiento que reciben estos niños, pero desde la entidad expresaron que no estaban autorizados para referirse a este tipo de temas, según dijeron, asociados al proceso de paz.
Normatividad dura
Uno de esos días en que “Mariana” no aguantó y fue a ver a su hija a escondidas, al regresar al campamento fue puesta como ayudante del ranchero como castigo, y le prohibieron ver a su “chiquita” por un largo periodo de tiempo.
“Me la escondieron y no sabía que familia la tenía. Eso fue desesperante para mí porque pensé que me la iban a quitar. Yo sé que me la iban a quitar”, asevera “Mariana”.
Pero una tarde después de su castigo, con el recuerdo vivo de su hija tomó valor y se escapó de la guerrilla. Ahora la lleva a la escuela y comparte helados y juega a muñecas. Su tiempo en la selva ha terminado, pero el de compartir con su hija apenas comienza.