Mompox sobrevive a la pandemia y reactiva el turismo
Tras una cuarentena que vació sus calles de turismo, Mompox retoma la senda y reactiva el sector.
La iglesia de Santa Bárbara comenzó a construirse a finales del siglo XVI y quedó terminada en 1613. Dice la leyenda que allí fue recluida una princesa árabe musulmana.
FOTOS Jaime Pérez
Periodista de la Universidad de Antioquia con estudios en escritura de guión de ficción y no ficción.
Hace un calor de 35 grados, seco y pastoso. No ha llovido en varios meses, avisa el conductor. Serpentea la sabana de Sucre, unos prados corozaleros de marrón aspecto, a unos 50 o 60 km de velocidad. El cielo luce de azul despejado, con pintas amarillas y rosadas. El cañaguate y guayacán florecen en verano. Sus flores cubren la carretera que del aeropuerto Las Brujas dirige a Mompox.
Son poco más de dos horas por tierra a través de una autopista que se desliza por suaves hondonadas. La vista plena al río Magdalena se hace esperar hasta Magangué, donde a partir de su borde se planea sobre grandes cuerpos de agua. Un paisaje lleno de ciénagas se despliega: la Grande; la De Lona; la Pajaral; la Bochica; la Ancón. Hasta hace unos años, el viaje a Mompox se debía completar por un ferry que partía dos veces al día, en la mañana y en la noche, desde Magangué. Eso cambió en marzo de 2020.
Ese año se inauguró, en completo silencio, la conexión Yatí-Bodega de 12 kilómetros, en la que se construyeron dos puentes: Santa Lucía de 1 km y Roncador de 2,3 km, que cruzan el río. Esa renovada conectividad es la esperanza de turismo en la zona. Según el último ranking del Índice de Competitividad Turística Regional de Colombia (ICTRC 2020), la ciudad ocupa la novena posición, sobresaliendo por sus atractivos declarados bienes de interés cultural de la nación. Una esperanza que truncó la pandemia y ahora comienza a despegar.
Turismo cultural
Mompox es un pare en el tiempo. Sus grandes casonas de un solo piso, construidas en forma de ‘L’ o ‘C’, de fachada blanca, patios amplios, techos altos y pozos internos, son la huella andaluz de una opulencia congelada. La ciudad fue fundada a la orilla del río Magdalena en 1537, “un lugar estratégico para el comercio. Durante esos años fue uno de los puertos principales del país”, señala Luis Alfredo Domínguez, director del archivo histórico. Caminar sus calles es una ficción.
Un relato histórico continuo que involucra a personajes como Simón Bolívar, que llegó allí derrotado de la batalla de Puerto Cabello y partió con 400 momposinos a emprender la “Campaña Admirable” que culminaría en Caracas el 6 de Agosto de 1813. En las calles está grabado su reconocimiento a la ciudad, en la exclamación “Si a Caracas debo la vida, a Mompox debo la gloria”. No resulta extraño que este paisaje haya sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1995.
“La pandemia nos dio duro. Durante casi 7 meses todos los hoteles, restaurantes, bares, y en general los servicios turísticos estuvieron cerrados, la ocupación fue cero”, señala Domínguez. El golpe se sintió en toda la economía, mucho más en la del día a día, como la de Édgar Rojas, vendedor del tradicional queso de capa, uno de esos símbolos que el país asocia a Mompox.
“Todo esto se quedó vacío. Para sobrevivir tuve que vender varias cositas como la moto”, cuenta Rojas. Hoy recorre las calles momposinas cargando la tabla de quesos que ofrece a turistas. Este queso es una tradición en la familia de Rojas y de otras tantas en la ciudad que trasladan la herencia de generación en generación. Su realización, completamente manual, puede tardar hasta 9 horas a partir de que la leche, recién ordeñada de vaca, se corta, se cuaja y se estira en láminas donde se le puede mezclar de todo: lo más tradicional, el bocadillo, pero también hay quien lo hace con aceitunas o arequipe.
La crisis comenzó a ver la luz cuando la cuarentena obligatoria terminó en septiembre de 2020. “Un domingo cualquiera salimos al malecón y había un montón de gente”, relata Domínguez. A partir de ese día las cosas han ido mejorando en todos los sectores. Desde el hotelero, que ya tiene ocupación casi completa para la próxima Semana Santa, hasta el sector cultural y económico, reflejado también en la filigrana, ese arte delicado en el que se trenzan pequeños hilos de plata u oro para hacer joyas.
Los secretos de Mompox
Doris Peñalosa es una araucana que llegó a Mompox después de casarse con un local. Su esposo, hijo de una familia momposina dedicada a la filigrana, no sabía tampoco el arte. Ambos aprendieron ya adultos, en un proceso que solo para capturar lo básico requiere mínimo de un año. “Es un trabajo difícil, un proceso que mezcla la delicadeza y la fuerza física”, describe Peñalosa. Durante años su familia adoptiva se dedicó solo a ser los orfebres de la joya. Su pretensión, sin embargo, siempre fue completar el ciclo.
“Les propuse que tuviéramos nosotros mismos el contacto con el cliente”, cuenta desde el taller, en el centro histórico de la ciudad. Su idea desembocó pocos años después en “Wamaris”, un centro que además de cumplir el propósito de Doris, ese de ser la tienda de las joyas que ya hacía junto a su esposo, se volvió también una escuela. Al fondo de las máquinas y los escaparates, un salón con varias sillas típicas de estudiante preparan la próxima generación de joyeros artesanales.
La ciudad guarda tradiciones que, como su arquitectura, se han mantenido pese al paso del tiempo. No solo se trata de obras u objetos físicos, en Mompox hay tradiciones espirituales que recorren sus calles, más de 400 años después de fundación, con igual vigorosidad. La Semana Santa es una de ellas.
Durante esos días la ciudad se entrega a Dios. Procesiones de largas horas por las 6 iglesias que tiene el municipio, al son de una orquesta de hasta 70 músicos cuyo ritmo marca la velocidad de la procesión. Se trata de una tradición oral y espiritual que tanto jóvenes como adultos atesoran como parte de la identidad momposina. Hay otros mitos culturales que han forjada el calificativo de “ciudad mágica”.
Como esa condición que hace de su cementerio (construido en 1831), un típico escenario de realismo mágico. Allí, además de los difuntos, merodea más de una docena de gatos que se posan tranquilos sobre sepulcros y ronronean a visitantes y conocidos. Cuenta la leyenda que tras la muerte de un integrante de la familia Serrano, una gata comenzó a visitar la tumba. Ellos, sorprendidos, comenzaron a dejarle comida. Y así, desde 2001, más de una decena de gatos se han quedado haciéndole compañía a los Serrano y de paso al resto de difuntos.
Mompox atardece con un color rojizo que parece traído por la brisa del Magdalena. El río baña la historia de la ciudad, su presente y su futuro. Allí regresan los momposinos a pescar, los niños a bañarse y los adultos a recordar viejas historias de conquistadores altivos que navegaron esas aguas. Son más de 480 años sobreviviendo a imperios, guerras y pandemias.