El drama de los adictos a los juegos de azar en los casinos de Medellín
En una sola noche se pierden fortunas, familias y profesiones. Hay que proteger a los menores.
Comunicador social-periodista de la Universidad de Antioquia. Redactor del área Metro hace 20 años. Periodista judicial hace 30 años. También ha trabajado como locutor y periodista de radio en la Cadena Caracol. Autor del libro Expresión oral para periodistas, editorial UPB.
En 27 años de juego compulsivo, el constructor Francisco R. Martínez perdió más de 2.000 millones de pesos en casinos y juegos de máquinas tragamonedas.
Su problema es tan complejo, que tras recibir 240 millones de pesos en un contrato, separó 60 millones para liquidar a sus trabajadores y enviarles dinero a sus dos hijos. Los 180 millones de pesos restantes los perdió, uno a uno, en maratónicas jornadas en casinos y máquinas tragamonedas. Nada pudo sacarlo del abismo en que cayó.
Comenzó a jugar a los 21 años, cuando un amigo lo llevó a un casino. Ese día lo acogió la suerte. Su amigo se retiró del juego, pero él, como se creía con buena suerte y ya ganaba dinero con su profesión como constructor, comenzó a moverse entre los casinos y todo aquello que tuviera máquinas tragamonedas.
A los 29 años, Francisco se sumergió en los casinos. “Llegaba en la mañana y salía a las tres o cuatro de la madrugada del día siguiente porque cerraban los negocios. Más tardaba en despertar que en regresar al mundo del que había salido horas atrás. Ni siquiera llegaba al trabajo”.
“No me importaba la comida ni mi presentación personal solo pensaba en el sonido de las máquinas. Me tomaba entre 30 y 40 pocillos de café y me fumaba dos o más paquetes de cigarrillos, ya que hasta hace unos años dejaban fumar en los casinos. Así fue pasando mi vida, dejando lo que me ganaba en el día en juegos”.
“Si en la semana las máquinas me daban 10 millones de pesos, a los tres días volvía a perderlos. Entonces, me iba por más dinero porque tenía a los trabajadores laborando y con la esperanza de recuperarme, quedaba sin un solo peso en los bolsillos”, comenta.
Hace unos seis años, en un rato perdí cuatro millones de pesos y toqué fondo. Aprendí, que en estos sistemas el único perdedor es el apostador compulsivo. Que si bien gana, vuelve e insiste hasta quedar con las manos vacías”.
Meterle un peso, uno solo, a los juegos, puede resultar la inversión más costosa de su vida”, dice.
EL COLOMBIANO lo encontró en un salón de billares del sur del Valle de Aburrá, que cuenta con un cuarto de máquinas tragamonedas. Francisco se enfrentaba a una máquina llamada “la faraona”, la que de un momento a otro le mostró 5 pirámides que le dan la opción de 15 jugadas sin costo. Si llegaba a acertar, se le multiplicaría el premio tres veces. Miró las pirámides y dijo: “son un señuelo. La red para que le eche con confianza porque el premio mayor está cerca”. Esta vez Francisco dio vuelta atrás y no le hizo caso a las pirámides.
Asunto de vida o muerte
Más allá de ganar o perder, la ludopatía puede traer serias consecuencias. “Lo más grave es que esta adicción tiene una mortalidad del 10 al 20 por ciento, en su mayoría por el suicidio”, comentó José Mario Gómez Lizarazo, siquiatra coordinador del Grupo de Adicción del Hospital San Vicente Fundación y profesor de Siquiatría y Adicciones de la Facultad Medicina de la Universidad de Antioquia.
Si bien los juegos y apuestas tienen un gran arraigo histórico y cultural en Antioquia, hoy el fenómeno crece de manera exponencial, gracias a internet y la conjugación con la práctica de formatos internacionales como los casinos, las máquinas tragamonedas y las cartas.
Las cifras son contundentes. Según estadísticas de Coljuegos, Antioquia tiene 472 casinos legales, 14.823 máquinas electrónicas tragamonedas autorizadas, 108 mesas de juegos de azar y 2.000 sillas del juego de bingo.
A esta oferta hay que añadirle un número no calculado de máquinas y juegos de azar ilegales que funcionan en los barrios y municipios del Valle de Aburrá, sin autorización, que son controlados por grupos armados ilegales, afirma el comandante de la Policía Metropolitana, general Óscar Gómez Heredia.
Sobre las rentas, el administrador de un casino, de 20 máquinas tragamonedas y otros sistemas de juego, quien habló bajo reserva de su nombre, reconoció que el mismo puede dejarle al propietario entre 35 y 40 millones de pesos mensuales. Pero una sola máquina tragamonedas le deja a Coljuegos, 500.000 pesos al mes, es decir, 10 millones en total.
Sobre las tragamonedas, anotó que si están ubicadas en un sitio concurrido, cada máquina deja una rentabilidad cercana a los 500.000 pesos a la semana, de los cuales 250.000 pueden ser para premios y el resto le queda al dueño que le debe entregar el 40 por ciento de la ganancia al administrador de la tienda, granero o heladería donde esté ubicado el aparato.
Experiencia de vida
No es solo el dinero lo que se va en los casinos, las cartas, bingos, ruletas y tragamonedas. “Tenía 19 años cuando ingresé por primera vez a un casino. Lo hice porque me sentía muy solo y con problemas familiares. Allí hallé un calor humano que me sorprendió, pero a la larga, me salió más cara la cura que la enfermedad”, comenta Luis Esteban Arroyave, ingeniero industrial.
Cada una de sus palabras Arroyave las acompaña con un movimiento de sus manos, como si estuviera acariciando fichas o pulsando teclas a una máquina de casino. “La primera vez entré a un juego que se llama “blackjack”. Era un día del año 2000, se le grabó en su memoria, porque, en Londrina, Brasil, la selección sub-23 de ese país goleó 9-0 a la de Colombia.
Muchos de sus días en los casinos comenzaban con 5.000 pesos que le daban sus padres para que se sostuviera como estudiante universitario. Cuando la suerte le sonreía llegaba a ganarse hasta 100.000 pesos en un día. Al igual que muchos otros apostadores, la ansiedad no lo dejaba abandonar las salas de juego y jugaba hasta que alguien le tocaba la espalda para advertirle que la jornada había terminado. Algunas veces cogía taxi para ir a casa y otras lo sorprendía el nuevo día deambulando por calles vacías.
Como jugador quedó con los bolsillos vacíos, pero lo que más lamenta es el tiempo perdido, que nunca recuperará y los sueños de vida profesional y personal que prácticamente desaparecieron.
EL COLOMBIANO lo encontróa al frente de un casino del Centro de la ciudad. Allí comentó que llevaba cuatro meses sin jugar, pero que la ansiedad y la presión por la adicción lo llevan a donde no quiere ir. “Si la heroína es adictiva, estos casinos y los juegos también lo son”, dice para sí.
“Tengo 36 años, vivo acá en el centro, pago una pieza y si gano algo lo compro en comida. Cuando no consigo dinero para la habitación, ya que nadie me da trabajo, duermo en la calle, aunque mis excompañeros de bachillerato hacen vaca para colaborarme, pero sueño trabajar, así sea vendiendo minutos de celular a pesar de haberme graduado, en 2007 como ingeniero”.
Es una enfermedad
Sobre este tipo de tragedias personales y familiares, el médico Guillermo Castaño, magíster en adicciones, especialista en patología dual y PHD en Sicología de la Salud, docente y coordinador de la maestría en Drogodependencias de la Universidad CES, comenta que algunos jugadores poseen factores predisponentes o de riesgo y el juego frecuente puede llevar a desarrollar una adicción o ludopatía, un trastorno que se caracteriza por una pérdida incesante o episódica del control sobre el juego, continua preocupación por este y por tener dinero para jugar, pensamientos irracionales sobre el juego y sobre mantenerse jugando, a pesar de las consecuencias negativas”.
Además de los condiciones individuales, culturales y familiares, uno de los factores de riesgo es la disponibilidad y oferta de máquinas tragamonedas y casinos, muchos de ellos ubicados en barrios de la ciudad sin mayor control de la autoridades y algunos ni siquiera autorizados por Coljuegos que es la entidad que en Colombia regula los juegos de azar.
El especialista advirtió que si bien la Ley 643 restringe y prohíbe el ofrecimiento o venta de juegos de azar a menores de 18 años y a enfermos mentales que hayan sido declarados interdictos judicialmente, hay muchos espacios donde esto no se cumple, como tampoco las normas encaminadas a la protección de los jugadores, pese a que se cuenta con herramientas preventivas. “Mucho menos, de ofertas terapéuticas para los ludópatas”, precisó.
Recordó que en la ciudad se realizó un estudio, en 2010, por investigadores del CES, con muestra de 3.486 estudiantes de 10 a 19 años, probabilística y representativa de una población de 290.000 jóvenes escolarizados en la ciudad. Se encontró que el 48,6 por ciento no presentaban este problema, 37,6 por ciento estaban en riesgo y 13,8 por ciento eran posibles jugadores patológicos. Los hombres tenían mayor riesgo que las mujeres (2,5 a 1) y la mayor proporción de posibles jugadores patológicos pertenecían al grupo de 10-14 años (58,7 por ciento).
Comentó que el juego patológico produce consecuencias negativas y problemas en diferentes ámbitos: personal, familiar, social, laboral, económico y legal. En lo personal, los jugadores tienden a aumentar el consumo de alcohol y tabaco, sufren de sentimientos de culpa, irritabilidad, tensión, ansiedad, síntomas depresivos y trastornos sicosomáticos como dolores de cabeza, alteraciones del sueño y problemas estomacales.
La adicción puede llevar a incurrir en robos de dinero que pueden conducir al despido o a graves pérdidas económicas en trabajadores autónomos. Cuando el juego es un problema en adolescentes, las malas calificaciones escolares y el fracaso están presentes en muchas ocasiones.
El siquiatra Gómez Lizarazo recalcó que la ludopatía hace parte de las adicciones comportamentales no químicas, que tienden a producir en las personas mucho placer y estimulación cerebral.
“Esto quiere decir que se repiten de forma compulsiva estos comportamientos, lo que genera una adicción que tiene un componente genético, porque de abuelos y padres se pueden heredar rasgos de carácter como la impulsividad y la búsqueda de la novedad.
Al igual que su colega del CES, comentó que las entidades de salud que trabajan el tema en Colombia están preocupadas porque falta más regulación y hay un descontrol total, en especial en Medellín, donde en casi en cada cuadra hay un casino o maquinitas
Qué hace el Estado
Andrés Felipe Tobón, subsecretario de Gobierno de Medellín, indicó que la Ley 643, de 2001, reglamentada por los decretos 725 de 2006 y 606, de 2016 de la Alcaldía de Medellín, le delega a su despacho la emisión de conceptos favorables para establecimientos de juegos de azar. Además, el actual Código Nacional de Policía y Convivencia establece los requisitos mínimos de funcionamiento de cualquier establecimiento comercial.
Entonces un casino o una sala de tragamonedas debe tener, mínimo 20 máquinas. Si hay un lugar con menos, es ilegal. “Medellín, desde 2006 ha emitido en total 135 conceptos favorables, pero desde 2015 el POT o Acuerdo 48, prohibió cualquier casino nuevo y después del mismo solo se pueden autorizar los que se compruebe que existían antes de la norma. Nosotros hacemos controles permanentes y el año pasado cerramos dos en el sector del Parque de Bolívar, centro de Medellín”.
“Esperamos que Medellín tenga esos 135 casinos, los otros no tienen nuestro concepto y no son legales”, indicó.
Las máquinas de estos establecimientos están reguladas por Coljuegos mediante un software instalado en cada una.
La familia también sufre
El drama personal es tan complejo como el familiar. Testimonios recogidos por EL COLOMBIANO en distintas sedes de Alcohólicos Anónimos, dan cuenta de familias completas arruinadas por la ludopatía de alguno de sus miembros: padres, madres, abuelos, abuelas u otros miembros
Marcela Amaya, experta en Comercio Exterior, dice que la familia también se ve afectada con los ludópatas, pero es fundamental para el tratamiento de esa adicción y por ello asiste con su compañero, que era jugador compulsivo, al grupo de Ludópatas Anónimos que se reúne todos los días desde las 5:30 p.m. en el sede de Alcohólicos Anónimos del parque de Belén.
“Cuando me di cuenta de que mi novio tenía esa adicción, pensé dejarlo ya que me decía muchas mentiras y no salía de los casinos. Pero decidí buscarle ayuda y la encontré”, comenta.
“La vida era difícil y yo me estaba enfermando porque él no salía. Sin embargo, me di cuenta de que era él el que tenía que dar el paso y para ello le tenía que hacer sentir que yo estaba ahí para que saliera adelante. Es importante el apoyo, no dejarlos solos, pero no es pagándoles las deudas ni solucionándoles sus problemas económicos. Es ayudándoles a hacer el cambio. Lo metí hace cuatro años al grupo y salió, ya que a sus 26 años no podía arruinar su vida”.
“Lo que le aconsejo a los jugadores es que no esperen tocar el fondo para buscar una ayuda, porque puede ser tarde”, dice Marcela.
Cada máquina o casino tiene sus clientes y formas de atenderlos. Hallamos casinos donde se cuenta con personal capacitado para atender a los jugadores en momentos de gran exaltación por sus triunfos o fracasos. En barrios periféricos, los principales clientes de las tragamonedas son vendedores ambulantes de frutas y otros productos. Allí dejan el producto de sus largas y extenuantes jornadas de trabajo, para luego llegar a su hogares con las manos vacías