Cultura

Aída Fernández nació en las tablas y no se baja de ellas

Esta actriz de origen español es cofundadora del Teatro Experimental de Cali. Participa en la Fiesta de las Artes Escénicas con El Silencio, del Presagio.

Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros. Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa.

28 de agosto de 2015

En la posguerra española, durante la dictadura de Franco, había censura y escasez. El pan era racionado. Aída Fernández, nacida el año del asesinato de García Lorca, 1936, guardaba su pan para sentirlo en la boca después de la comida, “porque la guerra hace que las cosas simples se conviertan en tesoros”.

Fundadora del Teatro Experimental de Cali, esta mujer de origen español, la memoria de las artes escénicas de Colombia, vino a Medellín como actriz invitada del grupo El Presagio, del Valle del Cauca, a disfrutar de la Fiesta de las Artes Escénicas.

Cuenta que para ella, en su casa paterna, en Barcelona, el teatro era algo cotidiano. “Mamá y papá pertenecían a la Cooperativa de Tejedores a Mano, porque los abuelos fueron tejedores. Tenían un club de artes, en que el teatro era importante. Todas las semanas, papá tenía que actuar. Hacían montajes en tres ensayos: lunes, miércoles y viernes. El domingo en la tarde era la función. No de memoria total, sino con apuntador”.

Domingo era el nombre de ese actor de quien ella aprendió una rigurosidad profesional, a pesar de no ser teatrero de carrera; lo suyo era pintar y para ganarse la vida, la litografía.

Un camino de tablas

Cuando en escena necesitaban niños, llamaban a los hijos de Fernández: Aída, Líber y Helios. Y cada vez que ellos tres salían a jugar con sus vecinitos, “jugábamos a hacer teatro”.

De modo que lo raro hubiera sido que esta mujer no hubiera tenido su hábitat en las tablas.

Su papá vino a Cali, con otros litógrafos, contratado para fabricar vitelas. Unas piezas decorativas en las que representaban escenas religiosas, históricas o “como de ninfas”.

Y a los dos años, contento porque liberaba tiempo para su pasión, la pintura, llamó a su familia para que viniera de la península a vivir a su lado.

Estaba feliz. Les escribía cartas diciéndoles cómo era Colombia. “Aquí es el trópico. Todo el tiempo es verano. Llueve a veces, pero no importa; no hace mucho frío”. Y en ellas también una sentencia: “Aquí no hay teatro. Lo que venga de Argentina o de España, nada más”.

Las mujeres duraron tres meses en la Sultana del Valle. A Líber no le sentó el clima, no comía y debieron regresar, al menos por un tiempo. Domingo se quedó con Helios en Colombia.

Aída ya tenía claro que se dedicaría al teatro. Estudió en España, con profesores particulares, mientras trabajaba como dibujante de una lencería. Estuvo en el elenco de La educación de los padres, una comedia intrascendente donde la familia se lamentaba porque los hijos fueron a estudiar lejos de casa y regresaron sofisticados... “Lo que permitía montar la dictadura...”.

De pronto, en una carta, Helios le informó: abrieron escuela de teatro en Bellas Artes, de Cali. Cuando pudo volver, en diciembre de 1957, habían abierto otra: la del Instituto Popular de Cultura.

Enrique Buenaventura estaba en el primero. Sin embargo, hacía montajes con estudiantes de ambas instituciones. “Gilberto Escobar nos enseñó a respirar, a vocalizar, a tener ritmo Textos, no. La escritura era con Enrique”.

Aída participó en los cinco montajes de En la diestra de Dios padre, de Tomás Carrasquilla; en Los papeles del infierno; en El enfermo imaginario, de Moliere.

Dicen que Aída lleva más de cincuenta años en el teatro. Y es cierto: son 79 años, porque ha vivido en él desde que nació.

“Nunca me he sacrificado. En el teatro y en la vida hay momentos difíciles, pero yo jamás me he sentido como haciendo un sacrificio”.