Cultura

Chente, el ser humano detrás del cantante

En los años 80, la música de Vicente Fernández caló en un país que ya estaba impregnado de México. Una figura polémica.

Periodista, Magíster en Estudios Literarios. Lector, caminante. Hincha del Deportes Quindío.

12 de diciembre de 2021

En un principio fue la voz: a veces seda –la de Perdóname, del álbum inicial La voz que usted esperaba (1967) –; en otras, reclamo –la de Tu camino y el mío, de Palabra de rey (1968)–. Luego imagen y movimiento: las películas Tacos al carbón (1972), El hijo del Pueblo (1974) y la consagratoria La ley del monte (1976), hasta cierto punto reescritura en clave revolucionaria de Cumbres borrascosas.

Así, por los caminos de los oídos y las retinas Vicente Fernández se convirtió en una presencia insoslayable en las fiestas de Antioquia y el Eje Cafetero. No en vano, en los 80 su carrera musical adquirió nueva energía en Colombia. Sin embargo, para entender la importancia de sus canciones en el gusto popular de esta región se debe recordar que, a partir de la década del 30 del siglo pasado, la cinematografía y la industria musical mexicanas tuvieron enorme influjo en la idiosincrasia campesina colombiana.

Por ejemplo, sin los corridos, las rancheras de José Alfredo Jiménez, Jorge Negrete, Pedro Infante, Javier Solis, la música de carrilera –también llamada guasca o de despecho– tendría compases y poéticas distintos. Los Andes colombianos tejieron un vínculo con el sentimiento y las maneras artísticas del país azteca. Durante años casi todo llegó de México: Los Panchos, Cantinflas, Vicente Fernández, las ideas del amor y el duelo, la dignidad del ranchero –propietario de una finca–, Agustín Lara, El Santo, el Chavo del 8.

La estética del dolor

En estricto sentido, la ranchera es música campesina. El charro –antes de ser un emblema pop– fue la versión mexicana del arriero, del cowboy, del gaucho del sur. Antaño la música ranchera tuvo un fuerte acento narrativo: las faenas del cultivo, los viajes por el monte, la vida cercana a las fieras y los grandes espacios naturales fueron sus temas principales. El ensayista Carlos Monsiváis detectó una ruptura en la estética del género en la canción Ella (1943), de José Alfredo Jiménez. En sus estrofas se representa la crisis emocional del despecho.

El charro, quizá por primera vez, se reconoce desbordado por el dolor. Y ante él, el camino del alcohol es la única salida. De esa forma, de un tema de apenas tres minutos y medio, surgieron los ingredientes de la narrativa imperante en la música popular latinoamericana: el sufrimiento del amor y el licor como sinónimo de duelo. Con la formula hecha y ante las vidas trágicas de sus antecesores –Negrete, Infante y Solis murieron en pleno apogeo de sus carreras–, Vicente Fernández tuvo la senda abierta para ser el rostro del charro de los tiempos de la globalización.

Una figura polémica

A pesar de ser el puente entre una música campesina y los habitantes de las ciudades, Fernández murió anclado a una visión del mundo centrada en valores de otra época.

Si bien no son muchos los escándalos en su larga trayectoria musical, los que tuvo fueron producto de una mirada cautiva en el pasado, en palabras de la escritora Olga Wornat. Uno muy recordado es la ríspida relación con el cantante Juan Gabriel. Fernández “no soportaba a Juan Gabriel porque era gay y Chente tenía mucha cosa de homofobia, esto me lo confirma Javier Rivera, que fue representante de muchos artistas mexicanos”, contó Wornat, autora de una polémica biografía del Charro de Huentitán.

El rechazo a los homosexuales no fue algo oculto: en 2019 el diario El Universal informó la negativa de “Chente” de recibir un trasplante de hígado por temor a recibir el órgano de un gay o de un adicto. A la sazón, Fernández declaró: “Me querían poner un hígado de otro cabrón y les dije: yo no me voy a dormir con mi mujer con el hígado de otro guëy. Ni sé si era homosexual o drogadicto”.

Todos los ídolos tienen un lado b, no tan luminoso. El chorro de voz de Vicente Fernández acompaña a sus seguidores desde la distancia de la muerte vencida por el arte y la música