Cultura

El Zarco y el arte de escribir con fuego

En una esquina del Centro de la ciudad, Óscar Muñoz Ocampo elabora y vende tarjetas de madera pirograbadas.

Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros. Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa.

12 de julio de 2015

Siempre ingenioso, a Óscar Muñoz Ocampo, El Zarco, le dio por hacer alcancías de madera pirograbada. Anduvo por Pichincha con Carabobo con una docena de esos cubos decorados con manchas negras y los vendió todos en minutos.

De esto hace cuarenta y cinco años y desde entonces comprendió que eso era lo suyo: el pirograbado.

“Tengo que ensayar unas tarjeticas de Día de madre”, se dijo por aquellos días. Frases escritas con caligrafía pulida, que salían con facilidad de su espíritu de artista y que iba apuntando en una libreta...

Qué lindo es saber que tu sangre es la mía, y también que si mi corazón late, es con tu mismo pulso. Te amo.

Dios te bendiga. Nunca me faltes.

“Y esas tabletas se fueron todas en un santiamén”.

De modo que ese hombre nacido en Manizales, pero radicado en Medellín desde los seis años, encontró un lugar en la vida. Atrás dejaría esos días de trabajo rudo, en una fábrica metalúrgica productora de contadores de acueducto, inhalando químicos tan fuertes, recuerda, que le daban a cada trabajador cuatro litros de leche en la jornada, como recurso para contrarrestar los efectos nocivos.

—¿Si le traigo una sillita en miniatura, para que usted me haga otras de muestra, me las hace? —Le pregunta una mujer que se detiene en la acera de esa esquina de la calle 49, Ayacucho, con la carrera 47, Sucre, al ver ese exhibidor de tarjetas de madera, portarretratos y alcancías—. Soy repostera. Esas sillitas son para poner en un bizcocho. De prestarlas, se han perdido algunas.

—Cómo no. Cuando quiera, señora. Aquí me encuentra de lunes a sábado, de ocho de la mañana a siete de la noche.

Los mensajes de las tarjetas son también para el papá, el hijo, la persona amada. Y los hay también religiosos. Algunas placas de agradecimiento a algún santo por «los favores recibidos», hechas por el Zarco, están clavadas en muros de la iglesia de San José.

De madre y padre

“¿Que de dónde viene el talento? Creo que viene de mi madre, Clara Elena Ocampo. Fue profesora, primero en Manizales; después, de la escuela José Celestino Mutis, de Villa Hermosa. Daba cuarto de primaria. Todas las materias. Ella, en esa época, enseñaba manualidades. Ahí inició mi historia con las artesanías”.

Óscar también fue cantante de música tropical en los años setenta. Cumbias y porros. Grabó canciones con Discos Fuentes, acompañado por el Combo Caribe. Dice que se le acabó la voz de tanto fumar.

“El canto lo heredé de mi padre: Hernando Muñoz, El Tenor que Canta con el Corazón. Así le decían. Se dio el lujo de alternar con Libertad Lamarque, Alfredo Sadel, Pedro Vargas, Carlos Julio Ramírez...”.

Tú vives en mi corazón sin pagar arriendo. Pero esto se acabó. A partir de ahora me seguirás pagando con besos, caricias y abrazos. Y el ingrediente más importante... tu amor.

Otra mujer se detiene a hablarle. Es Yolima López. Católica hasta los tuétanos, quiere llevar en su manilla de cuero un mensaje: «Amarás al Señor tu Dios».

Explica que los primeros cristianos, los discípulos de Jesús entre ellos, tenían marcado en manillas semejantes un letrero igual, corriendo riesgos por persecuciones:

—La compré ayer para eso. ¿Me la puede marcar?

—Si estuviera rústico, sin lustrar, sí podría. Liso, como está, se corre la marca.

—¿Y por debajo? —dijo Yolima, desatando el cordón que sostenía el accesorio y volteándolo al revés, por donde se veía el cuero crudo.

—Por ahí, sí.

La mujer le entregó el objeto al artesano y mientras él escribía con su lápiz de fuego, tan fácilmente como quien lo hace en un cuaderno, desprendiéndose un humo fétido, el del característico olor a piel, ella predicó algunos asuntos sobre la bondad de la Virgen María y de su hijo, Jesucristo. Luego de dos minutos, a lo sumo, lo recibió listo.

—Cuánto le debo.

—Lo que quiera darme.

Ella buscó un billete en su cartera y lo entregó, cuñándolo con bendiciones. El Zarco, volviéndose hacia mí, remató diciendo:

“Como ve, así me consigo la yuquita”.