Hilos de plátano y lana de ovejo para tejer un mundo imaginado
Esta es la historia de dos artesanos de culturas distintas que exhiben sus obras en Plaza Mayor.
Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros. Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa.
El tallo del plátano o, mejor dicho, la corteza que lo envuelve, es lo primero que desechan los productores cuando cortan el racimo de su fruto. Es también lo que aprovechan los artesanos de San Agustín, Huila, para fabricar mochilas y manteles.
En Expoartesano quien habla de este tema es una mujer cuyo nombre también parece hecho a mano: Listbina Becerra.
Y mientras habla invita a los visitantes a que tomen en sus manos las bolsas hechas de papel de plátano, coronadas con cogederas de cabuya, y prueben su textura. A que revisen por el revés y el derecho las carpetas y los manteles hechos con el hilo obtenido a partir de esas fibras.
Tiene a disposición un trozo de corteza, para mostrar las fibras de las que sale todo. Y ovillos de hilo para la venta.
Un artesano llanero se acerca a comprarle hilo para ensayar unas puntadas con ese material, cuando regrese a su tierra.
“¿Resistente? —Listbina repite la pregunta de la mujer que observa un individual para mesa—. Se puede lavar y planchar. ¡Y dura años! Se garantiza”.
Las obras en color natural son de un color cercano al habano claro. Pero también las tiñen con achiote para lograr tonos rojizos o con cáscara de coco para conseguir marrones.
Pensamientos de lana
El dios Kaku Serankwa está representado en las mochilas arhuacas que teje Cheyka Torres, una indígena de Valledupar. Y también el rayo, el pensamiento del hombre, el de la mujer, los cerros, las lagunas, lo que sostiene el mundo y el caprichoso decorado de las culebras cascabel, que tienen un mapa en su piel.
“Hemos registrado, además de la marca, Arhuaco, 80 diseños distintos”, comenta Cheyka.
Un mes tarda en tejer una mochila. Allí, mientras espera que acudan clientes a su puesto de venta en Plaza Mayor, sentada al lado de José Rosado, va tejiendo con aguja capotera el asiento de una nueva.
“Esta es labor de mujeres”, explica José, quien usa un sombrero blanco en forma de cono, con orejeras, el tutusona. “Las de los hombres —continúa hablando— son las tareas agropecuarias: cuidar las ovejas, cultivar y fabricar nuestros vestidos: los ika”.
Los arhuacos dicen que su cultura está fuerte. No solo los grandes hablan el idioma, sino también los niños. Y que en las mochilas ellos tienen una forma de escritura de los elementos de su mundo.