Cultura

Una exposición para vernos en el espejo de la obra de Francisco Antonio Cano

El Museo de Antioquia inaugura la exposición Francisco Antonio Cano 1865 - 1935 La creación del gesto, una muestra que da cuenta del proceso de construcción de la identidad regional.

Editor General Multimedia de EL COLOMBIANO.

07 de junio de 2025

Francisco Antonio Cano nos pintó a todos. Su obra más emblemática, Horizontes, es el retrato de la antioqueñidad, de lo que se supone que somos. Esa pintura –hecha en 1913, cuando se cumplían 100 años de la independencia de Antioquia–, le da forma al discurso identitario que desde años atrás venían construyendo las élites regionales, ese que describe al antioqueño como un pueblo emprendedor, montañero, conservador, civilizado, piadoso y frugal. Imágenes y nociones que se contraponían a las producidas por los representates del poder colonial, que los señalaban de vagos y perezosos, como explica María Teresa Arcila Estrada en el texto El elogio de la dificultad como narrativa de la identidad regional en Antioquia.

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“Fue en los productos de la llamada alta cultura en donde se proyectaron los anhelos y ansiedades de las élites, que buscaban a través de la promesa de progreso aportada por las sofisticación del arte académico, configurar y legitimar el poder, la autoridad y la imagen propia como forma de identificación y distinción frente al resto de la sociedad, lo que creó una brecha de exclusión en un proyecto político que jamás consideró los intereses de la mayoría de las regiones del país, ni la diversidad cultural y social de las mismas”, dice el texto curatorial de la exposición Francisco Antonio Cano 1865 - 1935 La creación del gesto del Museo de Antioquia.

La exposición, que reúne más de 380 obras de Cano, entre dibujos, esculturas y pinturas provenientes de colecciones públicas y privadas de Medellín, Bogotá y Estados Unidos, celebra 165 años del natalicio del artista, 90 de su muerte y los 350 años de Medellín.

Pero no sólo celebra. La creación del gesto es una invitación a preguntarse cómo opera la mirada, cómo se construye la identidad, las ideas que tenemos de nosotros mismos y de los demás.

–Francisco Antonio Cano es un artista icónico y fundamental para entender el arte de finales del siglo XIX y principios del XX en Colombia. Si bien esperamos que esta exposición le haga justicia a su legado, hemos querido mostrarlo de una forma distinta, entender el contexto que le tocó vivir y sobre todo cómo piensa un pintor de estos, cómo resuelve lo que se esperaba del arte y de los artistas en esa época. Desde el mismo título de la exposición, La creación del gesto lo que estamos abordando es que en estas imágenes hay una puesta en escena, era lo que la élite esperaba y lo que se requería del arte, una representación veraz pero idealizada del mundo –dice Camilo Castaño curador de la exposición.

Por eso La creación del gesto incluye además de las pinturas, los bocetos que dan cuenta del proceso de creación que lleva a esa idealización, la obsesión por encontrar ese gesto perfecto que a veces nos refleja y otras nos atormenta.

La exposición es también la continuación de la anterior con Mapa Teatro, donde el gesto que empieza en Cano se cuestiona, se derrumba, se deconstruye. Así, La creación del gesto es un regreso al pasado, un viaje sin nostalgia y lleno preguntas para ir trazando nuevos horizontes.

La vida de Francisco A. Cano

Francisco Antonio Cano nació en una vereda de Yarumal el 24 de noviembre de 1865. Era hijo de una familia conformada por su padre el artesano José María Cano, quién le enseñó sus primeras nociones de platería, pintura y escultura, y de María Jesús Cardona, su mamá.

En 1879 intentó en vano conseguir una primera beca para estudiar en Bogotá. Cuatro años después, en 1883 empieza su trabajo como escultor y se víncula a El Club de los Amigos de Yarumal, con quienes colabora para la publicación del periódico manuscrito Los Anales del Club, del que hay una pequeña muestra en la exposición.

En 1885 se intala en Medellín y gracias al apoyo de la familia de sus amigos, los fotógrafos Horacio Marino y Luis Melitón Rodríguez, empieza a trabajar como pintor de retratos y profesor de pintura y dibujo. También estudia en el colegio de Rubén Restrepo y toma lecciones de pintura con José Ignacio Luna y con un pintor de la familia Palomino.

Siete años después, en 1892 impulsa y participa como pintor paisajista en la primera exposición de arte que se realizón en Medellín, abriéndose paso como pionero de este género de pintura en el país.

En 1986 contrae matrimonio con María Sanín, con quién tuvo cinco hijos, y 1897 viaja a Bogotá por trabajo. Allí además de conocer a otros pintores como Epifanio Garay y Ricardo Acevedo Bernal, expone algunas de sus pinturas de paisajes y retratos . Al año siguiente viaja a Francia gracias a una beca otorgada por el Congreso Nacional. Se establece en París e inicia estudios en la Academia Julian.

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En 1901, después de terminar sus estudios y recorrer países como Francia, Italia, Bélgica, Holanda, España e Inglaterra, Cano regresa a Medellín y retoma su trabajo como artista y profesor.

En 1910 logra fundir la primera escultura en bronce que elaboró en Antioquia en homenaje al militar Atanasio Girardot y 1911 consigue que la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín patrocine la apertura del Instituto de Bellas Artes, siendo el primer director del área de pintura y escultura. En 1912 se radica en Bogotá tras aceptar la propuesta del entonces presidente Carlos E. Restrepo para asumir como director de la Litografía Nacional y en 1913 pinta Horizontes, que terminará rifando dos años después. Así el cuadro termina en manos del expresidente Carlos E. Restrepo.

En los años siguientes, entre otras cosas, asumió la rectoria de la Escuela de Bellas Artes en Bogotá, lo nombran miembro de la Academia Colombiana de Bellas Artes, participa en el Primer Salón de Artistas Colombianos y escribe su testamento.

El 11 de mayo de 1935 fallece por un ataque de asma a los sesenta y nueve años.

Casi 10 años despúes de su muerte en 1949, la Sociedad de Mejoras Públicas abre la primera exposición individual de Francisco Antonio Cano en el Museo de Zea, hoy Museo de Antioquia, a donde ahora regresa el artista con está enorme exposición que recorre su vida, su obra y su influencia.

–Todo acá es supremamente importante entenderlo como una estructura donde pasan muchas cosas y ser artista hacía parte del discurso público de cosas que afectaban la colectividad –dice Castaño.

Entre las más de 380 obras que incluye la exposición hay retratos de empresarios, políticos, escenas de guerra, imágenes religiosas, paisajes, flores, desnudos, mujeres, vagabundos, hasta Cosiaca. Está por supuesto Horizontes, el cuadro original, que fue donado al museo por al familia del expresidente Carlos E. Restrepo, pero hay también cuadros que hacía para su familia y amigos, que no firmaba como Cano, sino como Canito. Obras que se hicieron juntas pero que llevaban años dispersas en diferentes colecciones. Está allí Cano, en casi toda su extensión, y está la ciudad y las preguntas por hacer.

Juan Felipe Goldstein Cano, bisnieto del maestro, el custodio de la obra

Desde que era un niño Juan Felipe Goldstein Cano tuvo consciencia de la obra de su bisabuelo Francisco Antonio Cano. Veía las pinturas colgadas en la casa de sus abuelos y una cantidad incontable de dibujos que se repartían entre los herederos. En parte, esta exposición está hecha de esos pequeños gestos de la memoria, de esas melancolías de la infancia.

El viernes, mientras los encargados del montaje etiquetaban y ubicaban en las paredes marcos grandes y pequeños, Juan Felipe recordaba: “Mi madre no conoció a mi abuelo porque él murió en marzo de 1935, y mi mamá nació en enero de ese año. Hay una foto, pero no la encuentro. Preciosa esa foto: era mi abuelo Cano con mi mamá recién nacida”. Le pregunto si en algún momento tuvo buena relación con sus tíos, nietos del maestro: “Sí, claro. Incluso en este espacio hay algunas piezas que eran del hijo, es decir, de mi tío Adolfo”.

Desde hacía varios años se pensó en esta exposición, una que mostrara los procesos creativos del maestro Cano, el hombre que para bien o para mal alumbra la conciencia pictórica de lo que es ser antioqueño. Abraham entre nosotros. Produce espasmos ver la evolución de una mano: el crecimiento de la técnica, la belleza lograda en el fin último. Se trata de una obra prístina -lo que es virtud puede ser su antónimo-: sin sangre en medio de guerras; sin dolor en las caras de los mártires; la mirada pétrea de los poderosos.

La misión de Juan Felipe por empujar –usa esa palabra– la obra del bisabuela adquirió en realidad en los años ochenta: “En ese momento, mi mamá aún vivía, pero era lo de ella, no mío. Entonces, había algunas piezas con problemas legales, pero muchas piezas de la obra estaban intactas. En los 80, cuando vivía en Colombia, conocí a Edgar Negret. No éramos amigos, pero lo conocía. Un día, fui a verlo y le mostré un fólder con dibujos. Le dije: ‘Maestro, tengo estos dibujos y quiero hacer algo con ellos, ¿qué opina?’. Él los miró y me dijo: ‘Inauguramos mi galería con una exposición del maestro Cano’. Y así comenzó todo.

Fue la abuela de Juan Felipe, nuera de Cano, quien salvó las obras, las enmarcó y cuidó con esmero. Ella fue quien se encargó de todo después de la muerte del maestro. “Mis padres se separaron en 1966 y recuerdo que un día llegué a la casa de mis abuelos en Bogotá y era una casa llena de cuadros, todo estaba colgado. Recuerdo que allá vi por primera vez un cuadro que fue vendido al Museo Nacional, cuadro de Acevedo Bernal, donde mi abuelo aparece parado con la paleta. Es un cuadro muy hermoso, que seguro ya lo han visto en varias exposiciones. Ese cuadro estuvo en la sala de mi casa”.

Después de la exposición con Negret, Juan Felipe exhibió los dibujos de su bisabuelo en la Cámara de Comercio de Medellín. Y hace un par de años el Museo Nacional tuvo un espacio al que nombró La mano luminosa, aunque lo que trae ahora el Museo de Antioquia es una muestra mucho más completa, con una curaduría que duró años, un esfuerzo casi obsesivo por encontrar procesos de dibujo y pintura en medio de papeles que parecían no tener orden.

“Esta es exposición más completa que hemos hecho hasta ahora, porque la colección es mucho más grande. Esto se debe a que ahora tengo en custodia la herencia de mi tío Adolfo Cano, y parte de su obra está aquí, en esta exposición. Otra parte había quedado en manos de mi tía Margarita, pero ella tuvo que vender algunas piezas. Yo mismo tuve que vender cuadros, y me dolió mucho, pero en ese momento era necesario. Afortunadamente, los compró el Museo de Antioquia, sé que están en buenas manos”.

Juan Felipe camina por las salas con una camiseta del Museo de Antioquia nuevísima, blanca. Habla en un acento de latino que llevaba décadas en Estados Unidos. Heredó además de las pinturas, la nariz del maestro y las maneras elegantes. Hay una particularidad de los familiares de los artistas: tienen una urgencia porque nadie pierda detalle. Pasamos por cuadros y dice: “El curador se enteró de que en estos cuadros, mi bisabuelo pintó a la misma mujer”; son cuatro: una mujer desnuda de frente, de espaldas, de lado.

Pasamos por unas flores (Cano les llamaba “los almuerzos”: dibujaba rosas para vender rápidamente y juntar para las necesidades urgentes) y el bisnieto señala algunas dedicatorias efectistas, coquetas, y reímos viendo en esa grieta el lado común del pintor que hizo una oda de una antioqueñidad que se expandió por otros departamentos, que colonizó, que se hizo mito.

No hay otra cara mejor para mirarse que en las pinturas de Cano ahora que Medellín cumple 350 años.