Cultura

Francisco quiere una Iglesia de puertas abiertas

Hace siete años empezó su papado, aunque él ya pensaba en retirarse. Los planes fueron otros y el argentino asumió el liderazgo de los católicos.

Periodista que entiende mejor el mundo gracias a la música, que atrapa cada momento que puede a través de su lente fotográfico y a la que le fascina contar historias usando su voz.

16 de abril de 2020

Antes de ser Francisco, era simplemente Jorge. Jorge Mario Bergoglio fue el nombre con el que lo bautizaron sus padres. A él, más que simple, le ha encajado mejor la palabra sencillo. Lo aprendió de su abuela Rosa, que no solo le enseñó a rezar, le mostró que había que ver más allá del ombligo. A ella la cita con frecuencia, hace alusión a sus lecciones cuando le habla a la Iglesia. Como buen latino, la familia siempre fue un eje de su vida. Sus abuelos y sus padres, Mario José y Regina María, tuvieron que salir de su natal Italia en 1929 y emigraron hacia Argentina.

Bergoglio nació en Buenos Aires en 1936, fue el primero de sus hermanos, y todos en esa casa tuvieron que acomodarse a una vida de pocos lujos y mucho esfuerzo. “A la abuela nunca se le olvidó esa condición de pobreza y cuando lograron llegar a una posición de cierta comodidad le enseñó a su nieto a tener siempre en cuenta a los pobres”, dice Luis Fernando Fernández, decano de la Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades de la Universidad Pontificia Bolivariana.

De ahí se deriva parte de esa sencillez; la otra, de haber entrado a la Compañía de Jesús inspirada en las acciones de Ignacio de Loyola y cuyos pilares dentro de la Iglesia Católica están enfocados principalmente hacia el servicio. Se unió a ellos en 1958, después de haber decidido que el camino de su vida era el sacerdocio a los 17 años. Bergoglio empezó haciendo parte del noviciado y se vio influenciado, con fuerza, por las ideas que formulaban Lucio Gera y Juan Carlos Scannone, quienes pertenecían a la Teología del Pueblo. Se trató de una corriente teológica argentina que nació luego de que se desarrollaron dos eventos importantes para la religión católica, el Concilio Vaticano II y la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín en 1968. Sus focos estaban en la inclinación por velar “por los pobres y los excluidos”, dice Fernández.

Una pregunta le rondaba la cabeza, ¿qué podía hacer la Iglesia por los excluidos? “Estaban interesados en la idea del pueblo y en verla como un pueblo, como una familia en la que todos aportan en la medida de sus posibilidades y que todos los miembros están llamados a servir”, explica Fernández, así fuera como sacerdotes o laicos.

Bajo ese concepto, Bergoglio dirigió su vida como sacerdote cuando se ordenó en 1969. Vivió sometido a esos principios desde el comienzo y siguió siendo así cuando se convirtió en obispo y posteriormente en arzobispo de Buenos Aires, el principal cargo de la Iglesia en la capital argentina.

“Por encarnar ese espíritu de pobreza decidió no vivir en el Palacio Cardenalicio de Buenos Aires, sino en un apartamento en el centro de Buenos Aires, un edificio modesto”, detalla el decano. Relata que él hacía las labores del hogar, le gustaba mucho cocinar y les preparaba comida a quienes invitaba a su casa. Sin importar si ocupaba o no algún puesto de alta jerarquía, seguía recorriendo los barrios más pobres de su ciudad. “Iba en bus, en subterráneo o en tren siendo ya obispo e incluso cardenal a cumplir sus citas. Era una persona sencilla, sin protocolos”, añade el sacerdote paulino Martín Sepúlveda.

Durante uno de los periodos más oscuros para su país, Bergoglio desempeñó el cargo de provincial de los jesuitas en Argentina. Ya llevaba tres años desempeñando ese liderazgo en la Compañía de Jesús cuando Jorge Videla tomó el poder y se acomodó en él durante una dictadura que arrancó en 1976 y culminó en 1983. A Bergoglio se le señaló por haber denunciado a dos sacerdotes compañeros, Orlando Yorio y Francisco Jalics, como terroristas, ya que estaban inmersos en obras sociales en los barrios más pobres de la capital y a los ojos del régimen eso levantaba sospechas.

Yorio y Jalics fueron secuestrados y torturados. Bergoglio ha dicho en varias oportunidades, incluyendo en el libro El Jesuita, que no los denunció y que las veces que se reunió con representantes del gobierno fue para ayudarlos a salir. “Algunos sienten que él fue cómplice, pero diría que no. Más bien asumió una postura prudente –considera Fernández–. Si se ponía a criticar de frente a la dictadura la represión podría haber sido peor para el clero que estaba más comprometido con los pobres. Él decidió asumir una postura discreta, para salvar algunos sacerdotes que estaban siendo perseguidos”.

Donde quepan todos

Jorge Mario Bergoglio planeaba retirarse después de cumplir 75 años, pero en febrero de 2013 recibió la noticia de la renuncia de Benedicto XVI. Su posición como cardenal, la cual le confirió Juan Pablo II durante su papado, lo invocaba a reunirse pronto en un cónclave en el Vaticano para decidir quién sería el nuevo sucesor de Pedro.

Pasó algo que él tampoco esperaba, se convirtió en Francisco el 13 de marzo de 2013, el primer Papa de origen latinoamericano y el número 266 en la historia de la Iglesia Católica. Desde entonces, la forma en la que había intentado llevar la vida como sacerdote y obispo las quiso trasladar al Vaticano, lo cual alzó muchas cejas en escepticismo y muchas otras de pura sorpresa.

Durante su primer año como Sumo Pontífice, Francisco publicó el Evangelii Gaudium, su primera exhortación apostólica, que también puede definirse como el primer texto que escribe el Papa y presenta al mundo su visión. “Allí quiso decirle de nuevo a los que estamos en la Iglesia, no solo a los sacerdotes, que vivamos el evangelio y la alegría de tener a Cristo en el corazón. Las diócesis y arquidiócesis han tratado de asimilar el llamado de que vayamos más hacia la gente”, recalca Sepúlveda, quien cree que la llegada de Francisco hace siete años sí ha supuesto cambios en la consciencia de la Iglesia en cuanto al deber ser de su cercanía con la gente.

Fernández dice que lo que ha pretendido Francisco ha sido formar una Iglesia más sencilla y acogedora. De hecho, a diferencia de otros papas, “no ha insistido tanto en la doctrina, sino en la acogida de calidez con todos. Ha querido ser un pastor”. No solo ha querido quedarse en compartir para los católicos sino para quien quiera acercarse a Dios.

Durante su periodo como sacerdote en Buenos Aires también se encontró con líderes de otras Iglesias, con rabinos o pastores evangélicos, con personas ateas, e incluso llegaron a tener programas de radio juntos en los que conversaban acerca de las diferentes posiciones de su fe. No siempre se rodea de personas que piensen igual que él, siendo profesor de literatura en Buenos Aires, antes de ordenarse como cura, llegó a entablar una amistad con el célebre escritor Jorge Luis Borges. Es un aficionado de la literatura y en alguna oportunidad invitó a Borges a una de sus clases en el colegio, efectivamente así sucedió. Borges no era creyente y eso no impidió nunca su amistad.

De hecho, así ha querido Francisco que sea la Iglesia, “sin aduanas”, señala el decano Fernández. “Es una casa de puertas abiertas como el corazón de Dios, que no sólo está abierto sino traspasado por el amor que se hizo dolor”. Por eso se le escuchó decir en su primer año como Papa, “¿quién soy yo para juzgar?” a personas homosexuales que querían buscar a Dios y que tenían la voluntad de hacerlo, por ejemplo.

En otro momento señaló: “Creo que la Iglesia no solo debe pedir disculpas a una persona homosexual que ofendió, sino que hay que pedir perdón a los pobres, a las mujeres que han sido explotadas, a los niños obligados a trabajar, pedir perdón por haber bendecido tantas armas”.

Estas afirmaciones han causado fricciones en la Iglesia, pero Francisco desde un comienzo ha dejado claro que desde su perspectiva el amor de Dios no se le puede restringir a unos cuantos, la Iglesia debería abrazarlos a todos.