Ahora y en la hora, el libro con el que Héctor Abad Faciolince aprendió de nuevo a escribir
El antioqueño narró la crónica del viaje al frente ucraniano que casi le cuesta la vida. EL COLOMBIANO conversó con él.
Periodista, Magíster en Estudios Literarios. Lector, caminante. Hincha del Deportes Quindío.
Minutos antes de recibirnos para esta entrevista, el novelista antioqueño Héctor Abad Faciolince recibió por WhatsApp las fotografías de los ejemplares impresos de Ahora y en la hora, su más reciente libro publicado por Alfaguara. Allí, en su estudio, junto a una mesa llena de libros –entre ellos uno de Victoria Amelina y varios de Mario Vargas Llosa– Abad atendió la primera entrevista sobre el relato de su viaje al frente de guerra ucraniano, en el que estuvo a punto de perder la vida durante un ataque de las fuerzas rusas a la ciudad de Kramatorsk.
Abad Faciolince confiesa que la escritura del libro fue una permanente cuesta arriba. Y no es para menos: las vivencias de la guerra de esos días tienen la fuerza para sembrar en la mente de cualquiera ese malestar existencial que los psiquiatras llaman estrés postraumático. Por momentos, el relato de Ahora y en la hora deja al descubierto una mente que sobrelleva los fantasmas de los muertos propios y ajenos, aquellos que perecieron por el poder de un mísil ruso de 600 kilogramos de explosivo y precisión de relojero. De esas cosas –y de otras, como se verá aquí mismo– habló Abad Faciolince con EL COLOMBIANO.
En este libro el acento está puesto en la mortalidad, en particular en la suya. En la primeras páginas le cuenta al lector que en el momento de la escritura tiene la misma edad que tenía el doctor Abad Gómez cuando lo asesinaron...
“Hay una frase de Conrad que leí hace poco, después de terminar este libro, que me llamó mucho la atención porque de algún modo resume lo que quise hacer en este libro. La frase es, más o menos, esta: ‘Se muere una sola vez, pero hay muchas formas de morir’. Una de las obsesiones que a mí se me despertaron cuando tuve la experiencia de Ucrania y cuando escribí este libro fueron las formas en que uno se puede morir, que no son todas iguales. No es lo mismo que uno se mate en una moto, en un accidente. No es lo mismo que uno se muera niño, no es lo mismo que uno se muera viejo, no es lo mismo que uno se muera de cáncer, no es lo mismo que a uno lo maten, deliberadamente o accidentalmente.
Me obsesioné con las muertes de mi papá y de mi mamá. Mi papá fue asesinado a sus 65 años y a mí casi me matan casi a esa misma edad. En ambos casos luchábamos por causas justas, pero mi papá fue un activista verdadero, mientras yo fui un observador. Y en el caso de esta mujer (toma un ejemplar de Looking at Women, Looking at War, de Victoria Amelina), naturalmente me impresionó mucho que ella tuviera la misma edad de mi hija y que hubiéramos estado en la misma mesa, que hubiera habido como una baraja de la muerte, una ruleta rusa de la muerte con cinco balas y que hubiéramos de algún modo cambiado de puestos y en un puesto cayó el dado señalado”.
Esa mortalidad la comienza a sentir con la pérdida de los sentidos...
“Tuve una sensación anterior al viaje, y quizá fue la que me llevó a hacerlo. La sensación fue que me estaba muriendo lentamente porque he ido perdiendo los sentidos. Perdí el sentido del gusto, el olfato, cada vez estoy más ciego y más sordo. Es una muerte a plazos. En el cuestionario Proust siempre había dicho que quiero morirme dándome cuenta de la muerte. Esta pérdida de los sentidos es como si me dieran gusto.
Entonces sí, detrás de este libro hay una obsesión por la muerte, por la que va llegando con la vejez y con la pérdida de los sentidos. Todo esto, de alguna manera, me persigue del libro anterior, que tiene que ver con un cura que muere y con una operación de corazón abierto donde sentí que me habían matado.
Por eso me parece pertinente que tu primera pregunta sea sobre la muerte, porque es así. En el restaurante en el que estábamos durante el ataque había unas gemelas de 14 años que comían pizza con el papá. Ellas murieron y el papá quedó vivo. Todas estas cosas me produjeron una convulsión mental. Escribí este libro en un estado mental muy difícil”.
Ese desconcierto llega a la escritura. Cuenta en el libro que escribirlo fue un proceso complejo...
“Todo fue muy difícil. Fue como si se me hubiera olvidado escribir. Durante mucho, al releer lo que escribía, me decía: ‘Pero, ¿yo escribí esto? ¿Cómo pude escribir un párrafo tan mal escrito?’. Como soy un experto en olvidar, y quería olvidar esas cosas, sentía la obligación de contarlas. Pero no quería contarlas veinte años después, como hice con la historia de El olvido que seremos. No quise tardarme tanto porque en ese tiempo me moriré y porque no quería tener esa historia martillando, así sea en segundo plano.
Pero contarla fue muy duro. Al no saber cómo contarla, lo hice de dos maneras. Escribí una novela y esta crónica. Se las pasé a mis editoras de Colombia y de España. Finalmente sobrevivió la crónica, que tiene elementos del ensayo”.
Al escribir esta historia tan pronto, ¿tuvo tiempo de tramitar el duelo como lo hizo con la historia de El olvido...?
“Primero, este no fue un duelo tan intenso. Segundo, en los años previos a escribir El olvido yo no estaba pensando todo el tiempo en esos hechos. En ese tiempo pensaba en educar a mis hijos alegremente, con felicidad. Tengo la convicción de que si a uno no lo educan con la ilusión de que la vida es una berraquera, así sea mentira, se hace mucho más difícil vivir. Entonces, eduqué a mis hijos con la historia del abuelo asesinado en la parte de atrás. Eso no era lo central.
En este libro las cosas son distintas porque ella (señala el libro de Victoria Amelina) no fue mi hermana ni mi pariente ni mi hija. Es una mujer que conocí cuatro días, los últimos cuatro días de su vida, que no es poca cosa. Cuando conocí al papá de Victoria le dije: ‘Yo no fui amigo de su hija, pero estuve con ella en sus últimos cuatro días’.
También debo decir que el hecho que ella y mi hija tuvieran la misma edad fue algo que me unió con Victoria. Entonces sí, escribí como en un intento de entenderla. En alguna parte del libro digo que ella me dictaba partes. Yo no creo en esas cosas, pero fue como si su fantasma estuviera por ahí y yo lo sintiera. También encontré una frase de ella, que puse en la parte de los epígrafes del libro (se refiere a las dos oraciones de la novela Un hogar para Dom, que dicen: ‘Las historias deben salvarse como sea, saltar de un cuerpo casi muerto a otro cuerpo vivo. Es su última oportunidad’)”.
Además el libro se enfrenta a la guerra, la gran sinrazón. A veces parecería que la guerra es peor que la muerte...
“La guerra es un agujero negro que se va tragando vidas y vidas y vidas y vidas. Ya han caído más de un millón de soldados de lado y lado y muchísimos civiles de Ucrania. Después llegó la guerra de Gaza, entonces la de Ucrania empezó a perder importancia porque las masacres de Netanyahu eran de tales dimensiones que las otras parecían poca cosa. De hecho, la parte de ficción del libro mío ocurría en Gaza, porque yo me sentía también muy culpable de ocuparme de una sola guerra. Pero, como no tengo experiencia directa de Gaza, las editoras sintieron que esa parte no tenía el sello de lo que escribo. Cuando escribo casi no empleo la imaginación, sino la experiencia y la memoria.
La guerra es una máquina, es una carnicería de muerte. Antes de la llegada de Trump, había en Occidente un mínimo acuerdo que los agresores eran los rusos, que no es lo mismo invadir un país que ser invadido. Luego, Trump dice lo mismo que dice el zar Putin, que la culpa es de Zelenski. Vivimos en un momento desesperante y desesperado para ese pueblo tan lejano. En el libro digo que no soy un experto, pero que sí estudié mucho sobre Ucrania. A esa gente la están masacrando de manera salvaje”.
Y decide estudiar sobre Ucrania porque dos ucranianas traducen El olvido al ucraniano...
“Sí, ese fue el contacto inicial. Cuando me proponen traducir el libro al ucraniano me surgieron preguntas sobre ese país: ¿qué idioma hablan en Ucrania, cómo son físicamente? Cuando uno estudia estas cosas y trata de entenderlas se da cuenta que la historia de ellos es muy compleja y dolorosa. Ucrania es un país que ha sido invadido por el este, por el oeste, por el norte y por el sur, por todas partes”.
En su vida ya había semillas de esa relación con Ucrania (señalo el retrato de Joseph Roth, detrás suyo)...
“Ah, este es uno de mis ídolos. Yo no sabía que había nacido en la actual Ucrania. Él siempre habló de Galitzia.
Precisamente, en Chile encontré un libro de él en el que cuenta su último viaje por Galitzia. Él llega a Lemberg, que es Leópolis, que es Lviv, la ciudad en la que nació Victoria. Joseph Conrad también nació en una ciudad de lo que hoy es Ucrania”.
En el libro encuentro un eco del libro de Jonás, ese personaje que, a pesar de todo, va al encuentro de su destino...
“Incluyo varias palabras que me dijo la gente cuando regresé de ese viaje. Acá en Antioquia se usan mucho las expresiones ‘No te tocaba’ o ‘Ese no era el día tuyo’. Esas frases recuerdan la idea de destino como algo que está escrito en un libro que tiene Dios o está escrito en alguna parte. Otros me hablaron de la providencia, y esto asume la forma divina. También me dijeron que fue mi mamá la que me salvó. Entonces, fue el destino, la providencia o alguna ánima que me cuidó. Creo en el azar.
También en la culpa. La culpa de uno mismo de exponerse a un peligro así.
También incluí en el libro una cita de Roth que dice que quien se expone voluntariamente a un peligro comete un pecado”.
A pesar de que las cosas parecen estar muy claras sobre quienes son los agresores y las víctimas, no son pocas las voces en América Latina que se ponen del lado de Putin. ¿Cómo explica eso?
“Eso es muy duro. Es duro que una colega de la talla de Laura Restrepo haya dicho en una entrevista que el movimiento Aguanta Ucrania es un movimiento criminal. Todavía hay gente de izquierda del siglo pasado que no se ha dado cuenta que Putin no tiene nada que ver con la izquierda, que es un dictador de extrema derecha. De hecho, quienes lo apoyan son de extrema derecha. Pienso en Viktor Orbán, Jair Bolsonaro. También lo apoyan políticos de la naturaleza de Daniel Ortega y Nicolás Maduro. Incluso el mismo Petro, que dijo en Bruselas no saber escoger entre Putin y Biden. Biden es un viejito gagá, pero no un asesino del tamaño de Putin.
No tomar partido en ciertas guerras es estar al lado de los asesinos. No condenar la masacre de Hamás es estar con los asesinos como no condenar la venganza de Netanyahu es estar con los asesinos. Intento no ser tuerto para ningún lado. Condeno a Putin rotundamente”.