José Barros, cien años de canciones
El 21 de marzo, hace cien años, nació el compositor. El Mincultura declaró 2015 como su año.
Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.
AJosé Barros no le decían José en El Banco, Magdalena, el pueblo donde nació el 21 de marzo, cien años atrás. Para los amigos él era Benito, como su segundo nombre.
El maestro empezó de cantante cuando estaba muy pequeño, y lo de compositor vino después, y para el resto de vida. Dicen que a los 12 años escribió su primera canción.
—Él se inicia en todo ese tema de la música siendo cantante, porque de niño cantaba y le daban una que otra moneda. La niñez de mi papá fue bastante limitada en cuanto a recursos y le tocó desde muy pequeño trabajar y eso era embolar y cantar. Él empieza a desarrollar esa faceta de cantante hasta que ya decide solo dedicarse a componer canciones —explica Veruschka, una de sus hijas. Ella dice que la consentida, si bien nunca le escribió una canción.
Como compositor su nombre se fue quedando en la memoria. La cuenta es que escribió más de 800 piezas, aunque lo primero que viene a la cabeza de muchos son esas primeras cuatro estrofas de La Piragua. “Me contaron los abuelos que hace tiempo/ navegaba en el Cesar una Piragua./ Que partía del Banco viejo puerto/ a las playas de amor de Chimichagua”.
También hay otras como Navidad negra, Momposina, El Gallo tuerto, Las pilanderas, El pescador, José Domingo y La llorona loca.
— Todas las canciones —sigue la hija— tienen sus propios protagonistas. La momposina —Mi vida está pendiente de una rosa,/ Ella es hermosa y aunque tenga espinas /Me la voy a llevar a mi ranchito/ Porque es muy linda mi rosa momposina—se la dedicó a un amor de vacaciones. Estando él muy joven llega una niña de Mompox llamada Edith Cabrales, creo, y él se enamora mucho de la joven y le crea esta canción, y habla del otro jardinero, que era otro pretendiente banquero, pero mi papá comentaba que gracias a la guitarra y a su capacidad de hacer música y de cantar, terminó conquistándola.
El maestro era curioso y lo que vio cuando estaba niño, luego de andariego —porque el maestro se fue de casa a los 16 años a recorrer pueblos, ciudades y hasta a cruzar fronteras—, y después enamorándose y desenamorándose lo escribió en sus letras. Él era un gran observador, y seguramente, un gran escuchador, aunque a la hija le parezca que era más lo primero.
La curiosidad lo llevó a Cartagena, a Cali, Panamá, Chile, Argentina, Brasil, México. También pasó por Antioquia, donde alguien le dijo que podría ser minero y ganar buena plata. En Medellín vivió en el barrio Guayaquil y fue donde ganó su primer concurso, La voz de Antioquia, con un pasillo, Pesares, él que nunca había hecho pasillos hasta entonces.
— Medellín fue un lugar muy importante para mi papá. Ahí despega verdaderamente como compositor.
Porque Benito no se fue por un solo género. De cumbias y porros llegó hasta el tango, pasó por la ranchera, el bolero, el bambuco, el danzón, el vallenato, la cumbia, el currulao, el valse. No había límites para don José.
—Mira, lo que pasa es que cuando él decide ser un compositor tan grande como Agustín Lara y demás, decide explorar el mundo, por decirlo así, y llega a la Argentina y se encuentra con una cultura del tango, a México y se encuentra la cultura de la ranchera. El interior del país juega un papel importante en su desarrollo como compositor, se encuentra con el bambuco, el pasillo, el currulao. Eso hace que él aprenda. Él era un constante alumno de la vida.
Fue polizón
No le importó incluso viajar como polizón. Rodó hasta 1950, cuando ya se quedó en el país. Eso le abrió el mundo para escribir. “Además de su versatilidad como músico —escribió el cronista Alberto Salcedo Ramos en su columna de domingo en EL COLOMBIANO—, Barros era variado en sus letras. Lo mismo podía escribir una pieza narrativa que una lírica, lo mismo podía componer una elegía para celebrar a una boga que una canción picaresca para mofarse de un mal vecino. Era narrador como Rafael Escalona, hondo como Pablo Flórez, burlón como El tuerto López, inspirado como Rafael Campo Mirando. Agustín Lara lo consideraba ‘el mejor compositor de América Latina”.
—Fíjate que era curioso —recuerda Veruschka—, él tenía como rutina diaria sentarse a escribir. Ya eso hacía parte de su día a día y escribía y escribía y no se cansaba de escribir. Eso de ‘me voy a encerrar nadie me moleste’ no tenía cabida en él. Él llegaba donde su gran amiga Socorro Cárdenas y pedía un tinto, un papel y un lapicero. Se tomaba el tinto y escribía.
El maestro se fue cuando tenía 92 años, un 12 de mayo de 2007. Dejó toda su música, incluso alguna sin publicar y hasta un ritmo que nunca se llegó a grabar, aunque la hija espera que se haga pronto. En sus últimos días dejó la música y escribió cuentos y novelas. Hay cuatro inéditas, que “ahí miraremos —dice la hija— qué se puede hacer”.
Cien años hace que nació el maestro. Un año y, ojalá cien años más, para recordarlo. Para leerlo, incluso, como esas canciones de antes, que se podían leer. Tanto así, que el productor —escribió Salcedo Ramos— le rechazó La Piragua porque era “demasiado poética”