Cultura

La prensa debe elevar el debate, no recargar odios: Fidel Cano

El director de El Espectador, Fidel Cano, lamenta que con la riqueza de líderes de opinión del país, la gente prefiera, por ejemplo, las lecciones de moral de “Popeye”.

19 de agosto de 2017

Fidel Cano Correa es periodista de pocas palabras y muchas letras. Apacible. Dirige El Espectador desde 2004, que es como empujar una carreta con 130 años escritos en papel periódico y cargar, además, un costal de plumas que pesan demasiado en la historia de Colombia.

El miércoles vino a presentar una exposición de páginas e imágenes de su diario en el Museo de Antioquia. Era la oportunidad de saludar a la gente de una Medellín que también “murió y resucitó” en medio de las cruces que le colgó el narcotráfico en los ochenta y los noventa. La ciudad y El Espectador sobrevivieron para contarlo, y para escribir otra historia.

Antes de ir a recorrer el museo pasó por EL COLOMBIANO y habló sobre periodismo y periódicos, sobre ese diario que él dirige y que nació en Medellín en las manos de un innegable pariente suyo: Fidel Cano Gutiérrez.

El “viejito” potente

¿Qué valor cobran hoy 130 años de trayectoria frente a discusiones sobre noticias falsas, redes sociales desbordadas, sobreoferta informativa no fiable, todo ese inventario de desmanes y faltas al rigor periodístico?

“Por un lado, exigen mucha fidelidad a lo que ha sido el periodismo de El Espectador toda la vida. Pero también de qué manera adaptar esa historia a los tiempos actuales. Cómo hacer que haya valor en el periodismo en los nuevos mundos y usos de la información, que es lo que está en riesgo: que los periodistas podamos demostrar, en ese escenario, que hay una diferencia en lo que hacemos y que es necesaria para las sociedades”.

A los 130 de edad, su diario tiene la energía y el ingenio para competir con tantos jovencitos...

“Sí creo. Es adaptar esa tradición a los nuevos lenguajes. Obviamente, hay un gran interrogante: si la gente valora esa información o no. Ahí es donde nos la tenemos que jugar. Tenemos 130 años pero nadie se puede sentar en la tradición o en las marcas. Hoy eso se puede crear en un año y no se necesitan 120 años de solidez. Hay que estarse renovando, respetar una tradición y unos ideales que si no se transforman se pueden ver morir lentamente”.

¿El Espectador qué es hoy en su visión del país, en su perspectiva editorial, qué postura esperar frente a Colombia y el mundo?

“El Espectador nació como un periódico liberal en el momento más adverso para defender ideas liberales y, de alguna manera, hoy está frente al mismo reto: defender esas ideas en un mundo que se está ‘conservatizando’ y en el que parece que, después de muchos logros y avances de las ideas liberales, hay retroceso. Entonces, es un reto saber defender las ideas liberales en un ambiente como ese”.

Creen en asumir ciertas militancias con temas y causas actuales, o aún son de la idea de mantener distancia y garantizar “asepsia” en instrumentos y enfoques periodísticos...

“El buen periodismo necesita un cierto equilibrio. Pero cualquier intento en ese sentido requiere un punto de vista. Un periódico tiene una personalidad y unas ideas que defiende, en esencia desde la parte editorial. Ese punto de vista permea la información. No soy tan purista, primero porque no creo en el equilibrio total. Uno tiene principios básicos: darles oportunidad a todas las voces y que el periodismo permita debates con mayor altura y reflexiones. Para eso no hay que dejarse meter en una burbuja en la que uno lea a quienes piensan igual y manejan los mismos argumentos. Desde lo informativo, además del equilibrio, hay que ser transparente. Que uno sepa quién le habla y darles oportunidad a todos, sin sesgar la información de entrada”.

García Márquez advirtió hace 20 años de una tecnología disparada sin control y sin periodistas criteriosos. ¿Hoy cuáles son los mandatos a su redacción para hacer buen periodismo?

“Los principios del periodismo no han cambiado. Han cambiado los lenguajes, las formas, los medios, pero el sentido del mínimo equilibrio, de la reportería profunda, de la duda siempre frente a las fuentes... todas esas cosas son mucho más valiosas hoy que antes. Hoy competimos con las fake news y con las noticias interesadas. Informaciones que se presentan como bien trabajadas y tienen una doble intención, y eso es muy fácil de diseminar en los nuevos medios y en las redes. Es fácil hacer pasar como seria una información ‘teledirigida’. En ese sentido es más grande el reto: no dejarse vencer por los signos de éxito de hoy: el tráfico o los likes de las notas. Es lo que debemos procurar los medios confiables”.

¿Tenemos más país, más realidad, que medios capaces de interpretarla y de enfrentar fenómenos complejos, o Colombia conserva algo del periodismo reputado que le atribuyen?

“Siento la profesión muy amenazada. Primero porque el negocio está en veremos. La trasferencia al mundo digital no está siendo fácil para sostener una redacción dedicada a hacer buen periodismo. Eso es más difícil. Las redacciones se están volviendo cada vez más inexpertas, no son bien pagas. Y eso finalmente afecta la calidad del periodismo. Pero encuentro que la gente joven tiene ganas de hacer buen periodismo. A los millennials uno les puede decir lo que sea, pero tienen una concepción más comprometida con causas y con hacer buen periodismo. Entonces, tengo esperanza, pero hay que ver de qué manera vamos a lograr que la gente descifre y valore el buen periodismo y esté dispuesta a pagar bien ese trabajo. La otra amenaza, es cómo medir ese buen periodismo: hay jóvenes que se dejan desencajar por esas métricas de los ‘me gusta’, los seguidores, esa cierta fama... si tales elementos se vuelven los medidores de la calidad del trabajo, se cae en la trampa de no diferenciar el buen periodismo de lo que pueden hacer otros productores de información”.

Desde la experiencia de ustedes, ¿cuál es la fórmula ideal entre periodistas jóvenes y veteranos, entre el multiplataforma y el reportero a la vieja usanza?

“El Espectador es hoy un periódico con mucha rotación. Estamos formando gente todo el tiempo y nos la quitan porque somos bastante deficitarios... Pero eso tiene de ventaja que cuando llega gente joven le renueva a uno los pensamientos. Hay buen balance: editores con más experiencia, con criterios claros sobre qué es El Espectador y sus principios y una juventud que nos está renovando todo el tiempo, que nos propone otras formas de contar historias y de atrevernos a hacer cosas. Hoy en día no hay fórmulas, y quien las tiene se queda obsoleto a los dos meses. Hay que hacer ensayo y error todo el tiempo, pero con el liderazgo de lo que ha sido siempre el buen periodismo”.

La opinión y los columnistas son un activo importante en su diario. ¿Para qué sirven ellos en un país polarizado, en una sociedad calenturienta y reactiva como la nuestra?

“Sin duda, la opinión siempre ha sido un fuerte de El Espectador y las plumas que han llegado ni hablar. Pero obviamente en un momento como este, de tanta polarización, de tanto odio en esta sociedad, pues uno a veces esperaría que la opinión no participara de esa generación de más odio. Lo que pasa es que creo firmemente en la libertad de los columnistas y caricaturistas. Mientras no cometan delitos de injuria o calumnia, ellos tienen plena libertad de expresarse y de alguna manera las páginas de opinión son reflejo de lo que pasa en el país. Es inevitable que a veces se publiquen cosas o lenguajes que uno no quisiera ver dentro del periódico, pero es la defensa total de la libertad de expresión y hay que aguantárselo. Nunca le diría a nadie qué es lo que tiene que decir, o no, en una columna”.

¿No cree que si bien hay actores políticos y figuras de la vida nacional a las que se les va la mano en adjetivos y señalamientos, también hay periodistas y “opinadores” que han perdido el sentido del equilibrio y la ponderación?

“Sí, creo que sí. Ha habido excesos en utilizar esa libertad de opinión de una manera que no es productiva. La libertad de expresión existe para mejorar el debate, no para tener el derecho a insultar. No quiero decir que no haya derecho a insultar, pero el sentido es que las opiniones dentro de un periódico sirvan para enriquecer las controversias y las ideas y no con malos tratos personales u odios”.

¿Qué tanto perviven hoy en su diario el espíritu aguerrido y la franqueza de don Guillermo Cano?

“Tratamos de mantenerlo vivo y cualquier periodista que llega a El Espectador sabe a dónde está llegando y eso qué significa: que hay que atreverse, que hay de defender unos ideales y un mejor país. Ahora, en el último tiempo no hemos tenido una batalla como la que dio Guillermo Cano en su momento, pero eso no quiere decir que no demos batallas importantes. Ese legado está ahí, permanentemente”.

¿Qué sensaciones y reflexiones lo asaltan cuando ve, por ejemplo, a John Jairo Vásquez, “Popeye”, opinando sobre la realidad del país y haciendo juicios de moral y conducta, a propósito de lo que sufrió su medio con ese tipo de figuras?

“Da mucha tristeza que la sociedad pueda tener ese tipo de personas como referentes. Él está en su derecho porque pagó su cárcel y puede hacer lo que a bien tenga. Lo que me entristece es que le paren tantas bolas y que personajes así terminen dándonos clases de moral. Que la gente no sepa diferenciar cuando le habla un personaje así o un periodista de la integridad de Guillermo Cano o de tantos otros muy respetables que hay en Colombia”.

Ha sido testigo de este proceso de paz, ¿cómo valora esa experiencia?

“Sin duda es histórico. Un punto de quiebre para el país que no está garantizado, pero que puede serlo. Ha sido duro acompañarlo. Desde el comienzo creímos en la salida negociada, y toda la vida lo hemos creído, con la distancia crítica que se debe tener, pero apoyando un proceso que es una oportunidad de trasformar este país y esta sociedad. Falta ver si somos capaces de hacerlo. El ambiente que generó el proceso trajo muchos ataques, odios y malinterpretaciones, pero me siento orgulloso que haya terminado bien. Ahora la duda es si será un quiebre para un país mejor”.

Fidel, lo mejor de vivir dentro de un periódico 14 o 16 horas al día. ¿Cuál es el secreto encanto de este oficio tan agobiante?

“Buena pregunta. Nunca me he puesto a descifrar qué es, pero... tal vez la variedad, que uno está en todo momento empezando de cero y terminando en pocas horas su trabajo. Esa pasión por tratar de entender el mundo y cuestionarse las cosas. Eso, en el periodismo, atrae mucho: poderse plantear reflexiones sobre todo lo que pasa y hacerse preguntas y tratar de responderlas. Masoquismo, ¿también?”.

¿Para dónde va El Espectador en los cinco o diez años próximos, cuáles son sus metas estratégicas hablando de su labor periodística?

“Conquistar nuevas audiencias, con el periodismo serio de 130 años. Encontrar un modelo de valor de la información que producen los periodistas. Es el reto que tenemos que superar los próximos cinco años. De qué manera la gente valora y nos ayuda a sostener redacciones y periodistas que cumplan principios”.

Fidel, recordando el tango, se podría decir que 130 años no son nada, a qué horas corrieron tanta historia y tanta tinta...

“El Espectador no sería nada sin esa historia. Pero no son nada si nos dormimos sobre esa historia. Tenemos retos muy grandes para que esos 130 años tengan relevancia en el futuro. ¿Qué papel vamos a jugar en ese mundo multimedia y en medio de esa sobreoferta de información?”.

El negocio de los medios vive un momento de crisis: de identidad, de modelos, de formas de “negocio”, de hacia dónde va. ¿Cómo está de salud periodística y económica su diario?

“Económica: si usted mira los balances, estamos en la ruina. El Espectador no da un peso por allá desde los ochenta. Solo da pérdidas, pero los dueños saben lo que es El Espectador para este país y lo han defendido y subvencionado todo este tiempo. De manera que, desde ellos, hay garantía de que El Espectador va a estar ahí, pero eso no quiere decir que no tengamos que hacer la tarea para que no sea un barril sin fondo y que realmente lo que hacemos tenga un valor y que hay gente dispuesta a pagarlo”.

Todo periódico tiene tesoros guardados: fotos, documentos, ilustraciones, páginas. ¿Cuáles son esos tesoros de El Espectador?

“Voy a sonar a reina de belleza, pero cuando García Márquez ha pasado por su redacción, cuando en nuestro magazín se publicó su primer cuento, cuando tiene el primer capítulo de Cien años de soledad, antes de salir el libro, esos son tesoros invaluables. Uno pasa por el archivo y se le estremece todo. Cuando se leen las crónicas de Luis Tejada uno se siente muy chiquito para estar a la cabeza de ese periódico. Tener a Rendón, incluso hoy a Osuna. Guillermo Cano. El mausoleo de Fidel Cano en el cementerio aquí en Medellín. Son demasiados tesoros”.

¿Y un recuerdo de esos imborrables?

“El día de la bomba. Fue morir y renacer en un período de 12 horas. Llegar y saber que habían acabado con el periódico y hasta ahí llegábamos y de pronto ver el renacimiento. Ese día jamás se me va a olvidar. Todo el mundo se metió en ese edificio y empezó a barrer y se organizó un escritorio mientras la gente de la rotativa reparó una unidad y don José Salgar se echó al hombro esa edición de ocho páginas. Entrar a un edificio de muerte y salir vivos”.