Los 500 años del Bosco, un artista actual
El artista holandés murió en 1516. Su obra sigue siendo un misterio que se estudia y reinterpreta. Homenaje en el V centenario de su muerte.
Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.
En la tabla de la izquierda del Jardín de las Delicias, el cuadro de Hieronymus van Aeken Bosch, el Bosco, hay un elefante y encima de él, un mono. Detrás hay un árbol. Parecen detenidos en ese paraíso. En la tabla de la mitad, el caos no tiene al elefante ni al mono, y toda criatura que hay allí se mueve. En la tabla tres tampoco está el elefante ni el mono, y la oscuridad reina entre instrumentos musicales.
El Jardín de las Delicias es una obra que se mira distinto cada vez, y que le habla de diferente manera al que mira. Es la pieza más conocida del Bosco, el pintor holandés que murió en 1516, hace 500 años, al parecer el 9 de agosto.
Del Bosco se tienen muchas obras, la mayoría en España, porque a Felipe II le fascinaron sus pinturas, pero sobre ellas se cierne el misterio y, por tanto, las miles de explicaciones. El Jardín no es solo su obra más famosa, sino también, así la nombran los expertos, la más compleja y enigmática. Sobre ella muchos han escrito, tratando de descifrar qué hay detrás.
Diversas lecturas
El Bosco es un autor de referencia, importante todavía, aunque hayan pasado 500 años de su muerte. El profesor Carlos Arturo Fernández dice que, de hecho, su obra volvió a ser reconocida desde el siglo XX. En su época ya lo era y le tenían en alta estima. En un texto del Museo de El Prado, donde hoy se expone una muestra que celebra el V centenario, se lee que murió “considerado por sus cofrades como alguien notable de la comunidad, en una buena posición económica y siendo apreciada su pintura incluso en algunas zonas de Europa”.
Otro punto es su sintonía con su época: eran tiempos de gárgolas, los monstruos están en la pintura. Así que la gente entendía esas mezclas raras que hacía, esas criaturas que proponía. El Bosco es extraño, y es distinto, precisa el profesor, porque todo lo suyo es así, lo asumió de una manera total.
De todas maneras, la importancia que se le ha dado en los últimos años se debe, continúa el experto, a que es en este tiempo en el que se ha llamado la atención sobre los temas del inconsciente. En momentos anteriores, sus piezas pasaron a segundo plano y se veían como cuadros raros, excéntricos, porque los temas se miraban desde la racionalidad.
Carlos Arturo señala que la historia del arte, y la historia en general, se mira “necesariamente desde nuestro punto de vista, con la consciencia que tenemos. No vemos el Bosco como lo veían en 1700 o 1900, lo vemos con nuestros puntos de vista”.
Por ejemplo, se cree que Enrique III de Nassau lo mandó a hacer (así lo explica Pilar Silva Maroto en un texto del museo), cuando se desposó con su primera mujer, porque pensaba que había una temática relacionada con el matrimonio.
Y en este tiempo los ojos que miran son distintos. Carlos Arturo explica que esas representaciones extrañas, esa mezcla entre personas y animales que están en sus pinturas se han entendido con algo que tiene que ver con el inconsciente, los pensamientos y manifestaciones oníricas, “y eso en realidad se ha reconocido desde el siglo XX”.
Cuando el Bosco pintó sus obras no se miraban de esa manera. Él lo hacía con la visión de su tiempo y su espacio, es decir, final de la Edad Media, Norte de Europa. Hay ahí una intención moral, una preocupación por el pecado, el mal en el mundo, la envidia, el egoísmo, la lujuria.
“Una de las cosas esenciales que hay es esa mirada muy simbólica de la realidad –indica el profesor–, que se entiende fundamentalmente a través de elementos como las ideas de la salvación, la condenación, el juicio final. Metido dentro de ese esquema, los cuadros tenían mucho efecto en su época”.
Por supuesto, lo afecta el mundo en el que vive. En una explicación sobre su vida, en la página web de El Prado, el museo que más obras tiene del autor, escriben que “los años de la infancia y juventud del Bosco, cuando gobernaba Felipe el Bueno, se movieron en un marco optimista y feliz. En su madurez, con el gobierno de Carlos el Temerario y María de Borgoña, las cosas se complicaron y se vivieron tiempos de crisis, luchas e inestabilidad”.
Interpretaciones
Luego está, entonces, la mirada que se le da en este tiempo. Si bien las interpretaciones de su obra son muchas, hay una en la que se coincide: el Bosco está hablando del destino de la humanidad. La profesora de historia de arte, Luz Análida Aguirre, indica que en sus piezas se muestra al ser humano en distintos contextos, con todas sus ganancias, sus bajezas, sus dolores, su capacidad imaginativa.
El Jardín de las Delicias “habla de las contradicciones humanas en las que nos movemos permanentemente: sentirnos en el infierno, en la oscuridad absoluta, pero otras veces somos capaces de la alegría, del ímpetu del espíritu. Su obra da cuenta de lo que ha sido, de lo que es la humanidad en todo momento, y por eso esa universalidad nos atañe a todos. No es un mundo exclusivo, es un mundo global que reconoce sus bajezas y sus grandezas”.
De todas maneras, no es claro qué significa cada obra de el Bosco. Primero, por el contexto (se lee con la consciencia de la actualidad, como ya se dijo). Además, su obra es un misterio. Carlos Arturo expresa que hay artistas con mensajes directos. Los del Bosco, en cambio, son más ambiguos. Ahí es cuando hay intentos por acercarse a los mensajes: “Podría ser justamente con esas imágenes de mezclas de seres humanos o encuentros entre personas, abrazos, actos sexuales, donde uno podría decir que efectivamente hay un mensaje que sigue vigente hasta la actualidad: el ser humano es mucho más complicado y complejo de lo que simplemente vemos”.
El profesor recuerda que el filósofo francés Michel Onfray ha dicho que el reto del artista holandés es pensar lo impensable. Partiendo de allí, la influencia es importante: la posibilidad de pensar que las cosas van mucho más allá de lo estrictamente racional y, por tanto, puede mirarse como una invitación: saber que hay cosas no lógicas, que no proceden de la razón, que proceden de la intuición. Mirar El Jardín de las Delicias y sentir ese impulso de pensar lo impensable.
Porque frente a esa pieza de 205.6 centímetros de alto y 386 de ancho que está en El Prado, y que ahora muchos observan por internet, cada quién mira y se encuentra de distintas maneras. Ahí está El Bosco, 500 años después, aún poniéndonos a descifrar sus misterios.