Cultura

Felipe Zuleta lanzó nuevo libro: aquí uno de los capítulos

A continuación puede leer el capítulo 12 de Más allá de la familia presidencial. Vivencias desde el corazón de un Lleras.

03 de abril de 2022

El suicidio de mi padre

En 1988, siendo todavía director de Inravisión, en el mes de junio, mi padre se suicidó. En efecto, un día de verano unas personas descubrieron, en medio de un bosque, un carro con un cuerpo adentro. Era lo que quedaba de mi padre, su piel descompuesta y los huesos. Todo lo demás se había secado por los calores del verano en Washington D.C.

La policía buscó a mi hermano Diego que, como he dicho, vivía allá. Nunca supimos cómo sabían que él era su hijo. Él nos llamó y nos contó todo lo que estaba pasando. Viajé tan pronto pude.

Todo lo que tiene que ver con ese episodio es absolutamente dantesco y doloroso. Ciertamente, la policía nos indicó que, en un parqueadero, a dos horas de Washington, estaba el carro de papá. ¿Cómo se suicidó? Metiendo el tubo de la aspiradora por un huequito de la ventana izquierda trasera. Se murió en segundos, según dijo el policía, ahogado por el dióxido de carbono. El olor a mortecino era tremendo y se sentía a cien metros del carro. El carro estaba lleno de millones de moscas y en la silla del conductor se veían unos pelos pegados a las sillas.

Con arcadas y tapabocas logramos sacar todo lo que había en el baúl. Quedamos muy impresionados porque había echado allí muchos recuerdos de su vida. Fotos de sus hijos con las edades en las que los había dejado de ver por años, las partidas de bautismo de nosotros, los registros civiles y otras cosas que lo relacionaban con sus hijos, a pesar de que nos había abandonado.

Siendo una persona con TOC, estoy seguro de que todo lo que metió en el baúl lo pensó detalladamente calculando que alguno de sus hijos vería todo eso, como efectivamente ocurrió. Es como si quisiera que supiéramos que siempre estuvimos en su corazón o nos quería pasar una cuenta de cobro. Había fotos hasta con mi madre.

No encontramos recuerdos de su segunda esposa ni de sus pequeños hijos Andrés y Mónica. El carro se lo regalamos al dueño del parqueadero, pues ni modo que lo hubiéramos querido.

Con Diego compramos un sitio en un cementerio cerca a Washington. Le pedimos al de la casa funeraria que nos diera lo más barato. La policía lo había cremado y nos lo entregó en una cajita de madera.

Diego y yo no nos íbamos a gastar una fortuna en la tumba de quien nos había abandonado muchos años atrás. En esos momentos uno siente mucho dolor, pero más rabia por habernos llevado con su muerte al círculo del infierno de Dante. Eso –pensé– no se le hace a nadie que uno quiera.

Andrés, mi medio hermano y quien no tenía más de cinco añitos, me preguntó por qué su papá, que era tan grande, cabía en una cajita tan pequeña. Le dije que le preguntara al cura, porque yo no quería ni hablar del asunto.

Debo contar que ya de adulto busqué a papá en Washington. Lo vi varias veces, pues quería saber cómo era y quién era. Era tremendamente vanidoso, a pesar de que la vida le dio muy duro. Tengo con él un sentimiento de agradecimiento pues, un día comiendo en su casa, me dio un choque anafiláctico. Después de comerme unos frutos secos me puse rojo y me empecé a ahogar. Él, sin dudarlo, me llevó a un hospital cercano en donde me inyectaron con epinefrina. Eso me mejoró inmediatamente. Después de eso supe que soy alérgico a los marañones.

Pero esa alergia me ha hecho otras trastadas. Años más tarde estando en isla Hornby, cerca de Vancouver (Canadá) me dieron un pan con pesto que comí confiado, porque el pesto tiene piñones, pero no marañones. Empecé a sentir los síntomas. Perdí el control sobre mi cuerpo y, literalmente, me vi muerto. Una de las amigas reaccionó porque César, mi esposo (del que hablaré en detalle más adelante), se paralizó. En esa isla no había sino una enfermera en un pequeño centro de salud. Ella llamó al 911 en donde le dijeron que fuéramos inmediatamente al centro. En menos de diez minutos, ya me habían inyectado con epinefrina. Alcancé a pensar que de esa no salía.