Andrés Burgos vuelve épica la vida de oficina
Clases de baile para oficinistas es la nueva novela del autor que también escribe guiones de televisión y cine.
Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros. Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa.
Andrés Burgos es escritor en varios formatos: libros, series de televisión, guiones cinematográficos.
Su nombre ha estado vinculado a series televisivas de gran impacto, como Las prepago, Leyendas de pasión y Hasta que la plata nos separe.
Ahora propone una novela: Clases de baile para oficinistas, sobre la vida en el ámbito ejecutivo.
Tema no muy explorado en la creación literaria.
En literatura, escribir sobre algo extraordinario, una aventura, por ejemplo, provoca de inmediato el interés. Hacerlo sobre lo cotidiano, en cambio, es tratar algo que de tanto verlo casi se invisibiliza. ¿Resulta esto más complicado?
“Yo escribo de lo que puedo. Las historias con mayúscula, los grandes temas, no me salen bien. Lo mío es observar, chismosear e inventar la existencia. Miro la vida diaria como una aventura épica”.
Esta es una novela surgida de una película. Generalmente sucede al contrario. ¿Cómo se relacionan ambos formatos?
“No. La película es una adaptación de la novela, aunque esta haya salido después. El libro cuenta cosas que el cine no puede contar, aunque va por el mismo rumbo. Por eso el título es diferente. Los personajes y la historia son los mismos. Describe los ambientes de las fiestas decembrinas nuestras, con el disco de los ‘14 cañonazos bailables’. Me gusta mostrar lo nuestro. Como las casas de jardín con brevo, comunes en Bogotá”.
El de cine y televisión son lenguajes directos y efectistas. ¿Trabajar en estos medios le ha aportado esas características a su literatura?
“Escribir para cine es especial porque el guión nunca es una obra terminada. El escrito se choca con la realidad, o sea, con los costos de producción y otros factores, que lo modifican. Disfruto de todas las formas de escritura. Sin embargo, el libro es otra cosa. Me permite algo que no me posibilitan los otros dos: puedo escoger entre escribir de manera directa o dar vueltas y carambolas.
Los diálogos, en el cine y la televisión, tienen que estar siempre ligados a la historia. En literatura, las obras piden más o menos diálogos. En esta, Clases de baile para oficinistas, los diálogos abordan los temas del libro: la parranda, el chucu-chucu...”.
¿Cree que escribir guiones de cine incide en que su narración se llene de imágenes?
“En la universidad recibí el consejo de un profesor de periodismo literario: ‘no hay que seguir dogmas, pero si puede mostrar algo, no lo cuente: muéstrelo con imágenes’. Y eso hago”.
Sé quién es ese profesor: Juan José Hoyos.
“Exactamente”.
¿Por qué conoce el mundo de las oficinas?
“Pareciera que hubiera sido oficinista. Y, bueno, lo fui, pero poquitos años. Mi fascinación por ese universo se expandió con Fernando Gaitán, el de Yo soy Betty la Fea, obra magna de las oficinas. Después, trabajé en Hasta que la plata nos separe, que era en un concesionario de carros, pero también con vida de oficina. Aprendí a ser colorido con espacios aparentemente aburridos... No hay mucho mérito en eso; es observación. La secretaria del libro es la síntesis de muchas secretarias que conozco. Cada personaje, de muchos seres de la cotidianidad”.
¿Cómo hablaría de Amalia y con qué palabras se referiría a Lázaro, sus personajes, si usted fuera un oficinista al que le pidieran recomendaciones de ellos?
“Amalia es tímida, eficiente, confiable, ordenada, responsable; Lázaro es desordenado, impulsivo, no tiene filtro para hablar, pero es todo corazón... Él es un personaje que parece que estuviera siempre en diciembre”.