A los 72 años se fue Óscar Collazos
A los 72 años se fue el escritor Óscar Collazos, autor de novelas, columnas de opinión y poemas. Una voz crítica y también un buen amigo.
Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros. Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa.
Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.
Lo primero que marchó de Óscar Collazos fue ese vozarrón con el que decía, sin cohibirse, lo que tuviese que decir. Nunca, en cambio, desde que supo en agosto que la disfonía que había empezado un año atrás era menos silenciosa de lo que creía, y que su diagnóstico, según el médico, era una “enfermedad de las neuronas motoras”, es decir una esclerosis lateral amiotrófica (ELA), se fue la escritura. Él siguió diciendo, en el papel, como también acostumbró desde muy joven. Su última columna de opinión apareció el 12 de mayo, cinco días antes de que se marchara él. Ya era domingo. Habrían sido, dicen, las 2:45 de la mañana.
Bahía Solano fue el lugar donde nació y donde vivió los primeros siete años, no obstante no se fue de sus letras. Lo trajo en sus novelas, en sus columnas y, pocos lo recuerdan como poeta, en sus poemas. Para él, repitió varias veces, Bahía Solano era felicidad y una casa de madera, y la infancia. También el mar, del que no se quiso ir.
Después de vivir en París, en Barcelona y en México, volvió al país, para no dejarlo por largo rato otra vez, en 1989. Bogotá no le gustó, y buscó ese mar de sus amores en Cartagena. Desde su apartamento podía escucharlo. Beatriz Mesa, editora de Generación, lo visitó una vez allí, y recuerda que esa búsqueda, tal vez, la hizo añorando las primeras imágenes que tuvo de él en su natal Bahía Solano. “Amó el mar, sus colores, su ímpetu, eso insondable que hay en sus aguas”.
Solo que esos pasos por otros países le dieron historias, como la famosa, con Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa. En 1969 Óscar tenía 26 años –nació un 29 de agosto de 1942– y andaba de director del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, en Cuba. El cruce entre los tres, si bien resonó más el de Cortázar, ya de 50 años, ya conocido, fue escribiendo. Debatían sobre la relación entre escritura y compromiso político. Entre lo que se alcanzaron a decir, Cortázar escribió que “la novela revolucionaria no es solamente la que tiene un ‘contenido’ revolucionario sino la que procura revolucionar la novela misma”.
Óscar explicó después que entonces sus pensamientos eran apasionados e ingenuos, influenciados por la sociología de la literatura. Él y el escritor de Rayuela se hicieron amigos después. La polémica, que no la llamaron entre ellos así, les ayudó.
Sobre la política y la literatura, explicó en 2011 en EL COLOMBIANO, que su literatura era comprometida. “Hace unos años, cuando un escritor no asumía una posición política y social manifiesta en sus escritos se decía que no hacía una literatura comprometida. Por mi parte, nunca concebí la literatura como forma de hacer propaganda ideológica o para subvertir las consciencias. En los libros, a veces la política está en el trasfondo. Acepto que un escritor se sienta incapaz de participar en lo político, por escepticismo o para replegarse en la creación. En otra época rechazábamos eso. Ahora entiendo que eso tiene que ver con el carácter y la educación pública de cada uno”.
Estaba comprometido con la escritura, sobre todo, que iba más allá. En Twitter se definía, además de escritor, como periodista de opinión y profesor universitario. Todo eso era, y un poco más.
Una vez, por ejemplo, y según el periodista Miguel Ángel Bastenier, fue barcelonés. Era una broma privada, de cuando Óscar vivió en Barcelona en los años 60 y 70, donde incluso se casó por primera vez –lo hizo dos veces más, la última con Jimena Rojas–. “No mentiré diciendo que éramos amigos, pero nos habíamos visto alguna vez, y muchos años más tarde, con ocasión de un extensísimo reportaje que publiqué en El País sobre ese fenómeno, entonces incipiente, que es el ‘uribismo’, hablé con muchísima gente, entre ellos otros dos ilustres fallecidos, Nicolás Restrepo y Carlos Gaviria, y naturalmente Óscar. Y en el periódico lo presenté, haciendo un ensayo de broma, como ‘novelista barcelonés, de origen colombiano’. No faltó quien se lo tomó en serio y el propio Óscar me contó que el novelista, ese sí barcelonés, Enrique Vila Matas, creyó que se había nacionalizado español. Veo y oigo a Óscar, mientras esto escribo, echándose a reír el día que lo comentamos”.
También un hombre de detalles, al que a veces la gente insultaba por correo electrónico. “No me molesta que me insulten –dijo a este diario una vez–; lo que me molesta es que me insulten con errores de ortografía”.
El amigo
En su adolescencia leía los libros de la biblioteca del colegio. Escribía cuentos y poemas y los profesores le hacían comentarios sobre su talento.
Su primer relato lo publicó El Espectador cuando él tenía 20 años; sin embargo, él se volvió escritor, contó a Cromos en 2013, cuando publicó su primer libro, a los 24 años. El verano también moja las espaldas. Es de cuentos.
Después vinieron ensayos, columnas de opinión y novelas. La última, la quince, fue Tierra quemada, en 2013, en la que narró al país desde la violencia.
El escritor William Ospina relata que “legendarias son sus obras en prosa, la cual es vigorosa y apasionada, pero también se destacó en la escritura de poemas excelentes. Sin embargo, no figura como poeta”.
Figura, entre sus amigos, como buen amigo y excelente anfitrión. Collazos se esforzaba por atenderlos muy bien, cuando los invitaba a su casa. Era buen cocinero, en especial –sigue Ospina– de unos arroces caribeños.
Como William, Piedad Bonnett también echará de menos sus habilidades de cocinero y el gran sentido del humor. “Era un hombre profundamente amoroso. Aunque no pareciera, estaba lleno de cariño. Lo expresaba a cada instante con su esposa, Jimena, con su hija, sus nietos y sus amigos. Se esforzaba por hacerlo sentir bien a uno cuando lo invitaba a Cartagena. Nos sentábamos a tomar las onces o almorzar y también a reírnos”.
William y Piedad lo dibujan culto, valioso, intelectual completo, dice ella, con un ojo político bien puesto. Entre sus amigos, además, comenta él, era un símbolo de buena salud física.
Era mordaz. No leía libros prestados porque le gustaba subrayar. En su apartamento, el del mar, tenía una biblioteca que rodeaba los pasillos, en esa o en otra, le tomaba fotos a su nieta y las ponía en Twitter –era un tuitero sin pelos–. Se recogía en su escritorio a escribir sus columnas, sus novelas, sus cuentos, su poesía. Desde el balcón veía el mar y se preocupaba por el maltrato a las playas.
Se fue Óscar Collazos después de batallar contra esa enfermedad, de hacerle preguntas, de decirle que él seguía, aunque se le fuera llevando la fuerza, aunque no lo dejara mucho tiempo más en su cuerpo, él que todavía tenía tanto por decir y que estaba trabajando en una próxima novela en la que Cartagena era el escenario. Entonces uno se lo imagina con su esposa Jimena, con un libro, mirando al mar, allá tan inmenso.