Cultura

Los otros artistas del Águila

Carlos Mario Aguirre y Cristina Toro, además de actores, pintan y escriben. Momentos que no se ven en el escenario.

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Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.

14 de febrero de 2015

Detrás de Carlos Mario Aguirre y Cristina Toro, los actores del Águila Descalza, los dos que han hecho teatro por más de 35 años y han interpretado tantos personajes como se les ha ocurrido, hay un pintor y una poeta.

“Esas formas de expresión son de toda la vida —dice él—, uno viene arrendado ya con eso desde que nace”.

Carlos Mario pinta desde que está pequeño, solo que cuando le tocó elegir, eligió el teatro. De todas maneras solo ha parado de pintar por cuatro años, desde 1972, cuando empezó con el Águila, hasta 1976, cuando llegó al taller de artes de Samuel Vásquez,por el que pasaron personajes como Negret, Samudio, que le explotaron ese deseo de seguir pintando. Desde esa vez, la pintura ha sido en serio, aunque pocos lo saben, porque lo del gusto le ha interesado para las tablas —que al público le gusten sus obras—, no tanto para su arte, donde prefiere mantenerse libre, hacer lo que se le venga en gana. Por eso no ha mostrado mucho.

En una pieza de arte de este actor se puede encontrar cualquier cosa. “Él es un pulpo recolector —cuenta Cristina—que va guardando cosas que se encuentra en la calle y que cualquiera diría que son basura y que para él tienen otro significado, cuando los ensambla en sus collage”.

Es un pintor de muchos estilos, que puede pasar por lo figurativo, lo abstracto, los colores, dejarse influir por Góngora o el flamenco, pintar al óleo o con acuarela, poner un lienzo o una lata, o ensamblar objetos en una vitrina. “A veces encontrás unos panties incrustados —unos cucos, le recuerda él—, unos cucos —corrige ella— en un ensamble de óleo”. También una sierra o piedras. Con boards de computadores construyó una ciudad.

En su taller de pintura, que está en su casa, que cuenta Cristina que huele a trementina, a pintura, donde hay mesas de carpintería, herramientas, pinceles, él mantiene un lienzo montado, comenta, para cuando siente la necesidad de resolver espacios con objetos, de pegar cosas, de pintar después de actuar, de regar pintura.

El teatro está mucho más en los títulos de las obras —Pelos en el alambrado, Carlos II con su enano en el infierno del Dante, Madam Boquineta masturbándose—, que en el espacio pictórico, aunque una que otra vez se haya colado en un tema o en pensar un objeto para la escenografía.

En el trabajo reciente ha explorado con el silencio del lienzo, del blanco y el negro, pero hubo un tiempo en que no estuvo el silencio en el lienzo. Le interesaba regar pintura. Desde hace un año, y hasta hace poco, se dedicó a los 17 cuadros y dos esculturas que están desde el miércoles en la galería Naranjo y Velilla, en la que es su primera exposición individual, Ahí está pintado.

Con pelo de poeta

Cristina ha “cometido” pintura. Es de las cosas que le gusta hacer, “pero de las que más mal hago”. Después del teatro, lo suyo es la poesía. Es más, antes de las tablas su oficio era la escritura y lo era tanto que cuadró sus horarios en el trabajo para terminar a las 2:00 e irse a escribir.

Cuando estaba pequeña trataba de escribir en verso y pese a que cree que su familia guardó unos cuantos poemas, por fortuna, se ríe, se perdieron en algún trasteo.

Si bien ha sido difícil sacar tiempo, sobre todo por el trabajo administrativo que tenía en el Águila, ahora está decidida a tener más, a leer más y a escribir más.

El teatro y la poesía son dos momentos opuestos. “El teatro es hacia afuera, crea este ser público, donde hay mucho sonido. Todo suena, el aplauso, la risa, los textos. La poesía es el tiempo del silencio. Es la opción de lo no dicho en el teatro, es una cosa más interior”.

De la poesía a veces salta a la crónica, sobre todo de viaje, y hasta tuvo un blog, que no alimentó en el último paseo porque estuvieron muy ocupados en una nueva obsesión, bailar tango.

Carlos, mientras tanto, dice que en la poesía de Cristina aparecen seres para nombrar el mundo, desde un cangrejo que sale a tomar el sol, hasta una reja, “para hacer de lo más común y corriente, un milagro”.