Cultura

Mateo García Elizondo creó su Comala en Una Cita con la Lady

Periodista que entiende mejor el mundo gracias a la música, que atrapa cada momento que puede a través de su lente fotográfico y a la que le fascina contar historias usando su voz.

09 de octubre de 2020

Entre miradas de miedo y otras de asco, un hombre entró al pueblo remoto de Zapotal, en México, con una única idea en la cabeza: morir. Él no había escuchado de Zapotal y es probable que usted tampoco, esa población distante donde “se acaba el mundo de los hombres”, cuenta el protagonista de la ópera prima de Mateo García Elizondo: Una Cita con la Lady, publicada por Anagrama y que se presentará el viernes 9 de octubre en la Fiesta del Libro.

Aquel hombre, sin papeles y sin un nombre verbalizado, llevaba consigo un kit apto para un conocedor heroinómano. “Cuando te encuentras con la muerte tantas veces como yo, la vida cobra otro sentido”, añade el personaje, quien entra como una aparición a ese pueblo maltrecho.

El escritor de 33 años, licenciado en Letras Inglesas de la Universidad de Westminster, llevó consigo a Pedro Páramo y la Comala de Juan Rulfo, aunque esa evocación del pueblo fantasma y almas perdidas no fue del todo consciente.

También fluyeron entre sus letras Albert Camus y El Extranjero, Las Memorias del Subsuelo de Dostoyevski, La leyenda del Santo Bebedor de Joseph Roth y La Lechuza Ciega de Sadeq Hedayat. Le parece que la suya bien podría ser “una novela hermana”, una que se armó a punta de esas lecturas, consciente o inconscientemente, para crear ese “terror opiómano”.

Sus dos apellidos tienen un enorme peso en el campo en las letras Latinoamericanas. Su abuelo paterno fue el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez y el del lado materno fue el escritor Salvador Elizondo, autor de Farabeuf.

Con esta, su primera novela, intentó desligarse un poco de ese doble peso literario, “aunque es muy difícil y quién sabe si no es un poco arbitrario”. Sí ha querido que “el éxito y el aura” de sus abuelos no prevengan a un futuro lector y que “aborde estos textos sin preconcepciones o prejuicios”.

Supo que quería escribir en la adolescencia, aunque “en la adolescencia todo el mundo quiere ser escritor”, pero a él le quedó sonando. Estaba rodeado de gente que se dedicaba a contar historias, escritores, cineastas, diseñadores, y supo que por ahí quería irse, así piense que escribir supone un acto de necedad.

Ha trabajado como periodista y guionista. De hecho, junto a Jonás Cuarón estuvo detrás del guión de Desierto, una película protagonizada por Gael García Bernal.

Más allá de hablar de adicciones, su primera novela se da la libertad de caminar hacia el borde del abismo y quedarse un tiempo contemplando los metros que anuncian cómo será la caída. EL COLOMBIANO habló con el autor a propósito de su participación en la Fiesta del Libro.

Hay una concepción oriental de que solo vive en paz quien logra no tener ningún deseo. En su novela, ¿el deseo es eso que lo impulsa al personaje hacia la muerte o podría ser la soledad?

“Uno como escritor siempre se está preguntando qué es lo que desea su personaje. El deseo de tu personaje es lo más fuerte que tiene, lo que lo impulsa y lleva dentro. Me gustaría dejarlo a la interpretación de cada lector porque este personaje hace las cosas que hace. No sé si haya una respuesta sencilla y directa. Lo escribí desde el punto de vista oriental, de que el deseo es un poco lo que nos ancla a la existencia y nos mantiene moviéndonos. En este caso la heroína era un deseo superlativo muy claro. Es un deseo que te consume, que funcionaba bien en el sentido de que te va desgastando. La heroína es algo que te desgasta, que te mantiene moviéndote pero al mismo tiempo te empieza a tumbar y desatar de la existencia. Eso era un juego bonito: el de la heroína y la muerte. Pero sí, en efecto, a mí siempre me han interesado mucho las culturas orientales y sí hay referencias allí a libros orientales. Usé mucho ese tipo de filosofías para entender la vida y la muerte, no me lo inventé yo”.

¿Tener tan cerca a la muerte como eje de la novela se tornó un poco pesado?

“Es raro porque evidentemente uno acompaña a sus personajes y en algún punto se identifica mucho con ellos, les da uno mucho de sí mismo. En este caso, el personaje estaba sufriendo. Como escritor, tus personajes siempre, idealmente, están sufriendo, pero en este caso sí era como un descenso al infierno. A mí me preocupaba más por el lector, que fuera muy pesado para quienes leyeran el libro, pero para el personaje no tanto porque él lo tomaba todo con cierta distancia y desapego al fin y al cabo. Le suceden muchas cosas terribles, pero también tenía una actitud muy particular que me hacía reír. Me la pasé bien al mismo tiempo. Sí estaba escribiendo cosas terribles, pero tenía un personaje que tenía una manera muy particular de lidiar con ellas. A mí me permitía hacer una reflexión y cierto trámite sobre todos estos temas que son muy pesados y oscuros, pero hacerlos desde cierta distancia, desapego y humor, a veces”.

Ha dicho que, tanto en la escritura de un guion como de una novela, lo importante es contar una buena historia...

“Me siento muy poco satisfecho, muchas veces. Para mí es difícil porque tiene tantas cosas. Creo que lo que a mí me atrae de una historia es lo que nos atrae a todos, supongo: personajes interesantes o un problema muy interesante para el cual te imaginas un buen personaje. En el caso de la Lady era: un personaje que se quería morir y no podía. Ese me parecía un bonito conflicto, se le podía sacar jugo a esas situaciones. Creo que cuando escribes y tú mismo conoces cosas a través de tu historia y la disfrutas, otra gente también lo hará”.

¿Qué le llama la atención de América Latina como escenario narrativo?

“Hay tantas razones, ¿por qué no hacerlo? Yo crecí en América Latina y sí me he movido un poco, he vivido en varios lugares, pero es lo que mejor conozco. Siempre me ha fascinado tanto su naturaleza como su folclor, que es una mezcla de muchos folclores del mundo y que ya se volvió una síntesis de varias cosas. Yo me siento producto de esa síntesis. La muerte también está presente en América Latina y tanto el culto como la devoción y una especie de convivencia con la muerte son temas que se sienten aquí”.

¿Y qué le aprendió a sus abuelos?

“Tanto a Gabo como a Salvador les aprendí mucho. Tanto por escuchar lo que decían como por recordar cómo eran y cómo trabajaban, mucho más ahora que creo que tengo un poco más de perspectiva en la escritura. Los conozco por leerlos, que es el privilegio que tengo también de tener abuelos escritores. Como me decía mi primo cuando murió uno de ellos, ‘tenemos abuelos para un buen rato, los podemos ir conociendo todavía’, y dejaron muchas lecciones por ahí que podemos ir rescatando: con la vida, con el tiempo y con la perspectiva. De eso no me deslindo para nada y evidentemente son mis maestros, al igual que mi abuelito Rulfo, que mi abuelito Albert Camus o mi abuelito Dostoyevski. Todos son mis abuelos de cierta manera y a todos les estoy aprendiendo. Hay una tradición literaria y eso se vuelve mucho rollo, quien sabe si uno está o quiere estar en una tradición literaria, pero todos estamos jugando a lo mismo y sí considero que se le aprende a los que lo hicieron mejor que uno, definitivamente”.