Mariachis: caballeros de la noche
Para celebrar, para decir “te amo” o para pedir perdón, entre otros motivos, están estos hombres que pasan sus veladas en la calle esperando a alguien que necesite una serenata.
Periodista en incubación, pero con mucho que cacarear. Trabajo en el área de Interacción y Comunidad. Universidad de Antioquia.
Botas texanas, pantalón bordado, cinto de cuero, camisa, chaleco, chamarra, lazo y sombrero. Así se visten los mariachis, que de domingo a domingo salen en busetas a buscar trabajo en la 70 con Colombia. La Twittercrónica acompaña esta vez a uno de ellos.
Primero, hay que arreglarse
Guillermo Hernández, líder del grupo Mariachi Xochimilco, se prepara en su casa en Manrique Oriental, antes de salir a las calles de Medellín a la espera de un cliente que esté en la búsqueda la serenata del día.
“El trasnocho es inherente al oficio del mariachi”, comenta Hernández después de almorzar a las cinco de la tarde. “Lo más difícil de este trabajo es acostumbrarse a los horarios. Uno tiene que dormir de día obligado, porque sino se queda dormido mientras canta y a ningún cliente le gusta eso”.
Después de tener una noche “fuera de lo normal” para ser entre semana, con cinco espectáculos, Hernández y los dos compañeros que viven con él llegaron a dormir a las cuatro de la mañana. “Eso es mucho, porque los mejores días son los sábados; o el Día de Madres, que nosotros lo llamamos ‘el Día de los Mariachis’, porque podemos hacer hasta 15 serenatas”.
Los sombreros están apilados en una esquina, las chamarras guardadas en una maleta y los lazos arrumados en una bolsa; solo cuando cae el sol se empiezan a arreglar para salir a trabajar.
Segundo, hay que esperar
En la buseta van las trompetas, los violines, el guitarrón, la vihuela y, por supuesto, los diferentes sombreros.
En este vehículo se monta Hernández sin sus compañeros, ya que ellos van a descansar. “Llevamos semanas trabajando sin parar y teníamos una serenata de reconciliación a las once, pero me llamó el señor a decirme que se reconciliaron sin nosotros. Voy solo a ver qué consigo”.
La esquina de la calle 70 con Colombia es llamada de dos formas: Caballo Blanco, por el bar que acoge visitantes; y Plaza Garibaldi, como la famosa situada en Ciudad de México, por los amantes de la ranchera.
Nueve busetas se parquean en el lugar y hombres con trajes negros, blancos, azules y rojos se paran a esperar y atajar todos los carros que al pasar bajan la velocidad buscando un grupo de mariachis. “Yo cobro 230 por media hora, pero dígame cuánto tiene y cuadramos”, negocia Hernández con su primer cliente de la noche