Si las paredes hablaran... las de Discos Fuentes cantarían
En febrero de 2016, la disquera dejará la sede donde ha funcionado desde la mitad del siglo veinte. Una fábrica de brasieres ocupará su espacio.
Envigadeño dedicado a la escritura de periodismo narrativo y literatura. Libros de cuentos: Al filo de la realidad y El alma de las cosas. Periodismo: Contra el viento del olvido, en coautoría con William Ospina y Rubén López; Crónicas de humo, El Arca de Noé, y Vida y milagros. Novelas: Gema, la nieve y el batracio, El fiscal Rosado, y El fiscal Rosado y la extraña muerte del actor dramático. Fábulas: Las fábulas de Alí Pato. Premio de la Sociedad Interamericana de Prensa.
El sitio donde cientos de cantantes, compositores y músicos han creado y grabado piezas emblemáticas de la música colombiana, se llenará de brasieres.
Discos Fuentes, la disquera fundada por Antonio Fuentes en Cartagena de Indias en 1934 y trasladada a Medellín en 1954, dejará la sede de Guayabal, la de la carrera 51 con la calle 13, que ha ocupado desde la segunda mitad del decenio del 50, y en su sitio, la fábrica de brasieres Leonisa tendrá sus productos.
Mucho ruido ha generado este cambio. En diversos medios de comunicación han hablado del asunto, alimentando la nostalgia de quienes encuentran en los cambios una suerte de final.
Según Rafael Mejía, gerente de Fuentes, “no hay por qué lamentarse. Total, no se trata de que esta empresa sonora, que ha puesto a gozar a los colombianos por 80 años, deje de hacerlo. Es únicamente que trasladaremos su sede a un lugar campestre, tal vez por la Avenida las Palmas, alejada de la agitación de ese sitio”, que tiene en su entorno bodegas de café y factorías, las cuales requieren la visita constante de camiones y tractomulas.
Cuando Toño Fuentes llegó a Medellín, el sector donde construyó los estudios y la fábrica de discos era ideal para el negocio. Central, cercano al aeropuerto Olaya Herrera para la llegada de artistas; de fácil acceso para traer materia prima, vinilo y cartón, y para la distribución de discos en bares, emisoras y discotiendas.
Era otra la dinámica de la industria disquera. Hoy, siguen grabando, pero los estudios son más pequeños y los aparatos de grabación más sensibles: “Por debajo del edificio pasa una quebrada —cuenta Felipe Jaramillo, comunicador—. Durante el tiempo que usábamos sistemas análogos de grabación, nunca habíamos sentido el ruido. Ahora, cuando nuestros sistemas son digitales, los aparatos perciben el ruido y deben aislarlo”.
Historias y más historias
Sin embargo, de lo que sienten nostalgia algunas personas, es de las historias que se vivieron entre las paredes del edificio.
Ángel Villanueva, director musical, recuerda a Julio Ernesto Estrada, Fruko, cuando era un muchacho a quien sus primos, Mario y Luis Rincón, lo llevaban al estudio a conectar cables y, con el tiempo, el muchacho se quedaba al medio día tocando los timbales del estudio. “¡Ese muchacho me va a acabar los instrumentos!”, decía Antonio Fuentes, pero, andando los tiempos, Julio mostró sus dotes, un día que Fuentes necesitaba un sonido innovador para Los Corraleros de Majagual, ante la irrupción fuerte de orquestas venezolanas. E ingresó al grupo.
Y Felipe recuerda que Fruko, ya salsero de renombre, invitaba a todos los de la disquera —llegamos a ser más de cien personas— a un sancocho callejero.
El mismo Fruko recuerda que cuando Rodolfo Aicardi estaba lejos de ser el artista en que se convertiría, “llegaba a Fuentes y el portero, Otilio, no lo dejaba entrar, y debía sentarse un rato en la portería hasta que yo salía por él”.
Y Pedro Muriel, quien grabó casi toda la música del magangueleño, recuerda que la timidez hacía que el intérprete de La Colegiala prefiriera grabar ante poca gente y entrar al estudio con los integrantes de la orquesta nada más.
Ah, porque ahora que lo mencionamos, hasta los años setenta grababan todos al tiempo; no cada instrumento por separado y cada voz individualmente, para luego mezclar los sonidos, como ahora.
“Había que rayarles el piso —recuerda Rafael Mejía—. Señalarle a cada músico dónde debía pararse y advertirle que no se moviera hasta terminar, para que los micrófonos captaran su voz o los sonidos de su instrumento”.
Ángel Villanueva evoca el surgimiento de 14 Cañonazos, primero en su estilo, tanto en reunir canciones tropicales como en el diseño de la carátula, con una bella modelo medio en cueros, que causaba revuelo en esa época, hace más de cincuenta años...
Las evocaciones no tienen fin... “Hay, entre la gente, un aprecio por el espacio. Se han generado muchas historias en estas paredes —dice Felipe Jaramillo—. Pero las anécdotas no están en los muros: están en las personas que las vivieron y que nunca las olvidarán”.