Para la felicidad está la vida: Gilmer Mesa
El escritor presenta su segunda novela, Las Travesías. Una historia que narra las tragedias de una familia.
Los primeros personajes que se conocen en Las Travesías, el libro más reciente de Gilmer Mesa, son Mercedes, Carmela y Cruz. Cruz es el hombre con el que Mercedes se casa y el mismo que luego arma otra familia con Carmela, la hermana de Mercedes, sin dejar a su esposa. Todo un enredo desde el que se desata una historia familiar desgraciada que pareciera cargada con esa maldición: la que armó el bisabuelo al tener dos familias con dos hermanas.
Como pasa en La Cuadra, el primer libro de Mesa, este también se cuenta por personajes. Luego se conocen a las hermanas, a Abraham, a Fidel, a Ismael, y uno ve crecer a la familia, a los hijos de Mercedes, a los de Carmela, a los nietos, a los bisnietos. Igual los ve morir.
La mamá de Gilmer le contó relatos de su familia y él se dio cuenta de que eran historias muy tesas, pero cuando le contó la de Cruz y las hermanas entendió que ahí había material literario, así que siguió conversando y empezó a escribir.
–Pasaron muchos años conversando con ella hasta que llegó un momento en que intenté escribir e hice lo de siempre, partir de unas historias más o menos reales e inventarme un universo literario que las sustentara. El primero que escribí fue el capítulo de Martín, y me di cuenta de que tenía que devolverme hasta Cruz. De Martín tenía más historias, porque era el hermano de mi mamá y ella me contó mucho. Ya lo que hice fue inventarme un narrador que comparte muchas cosas conmigo, pero no soy yo exactamente, y coger esos personajes e inventarles lo que me hacía falta.
Página 311. Inicio del capítulo 6. Martín. A mi tío Martín lo mataron un día antes de cumplir veinte años de un tiro en la cabeza disparado desde un barranco, en una tarde noche lluviosa de principios de noviembre, por no enfrentar su mirada prefirieron apagarla desde las sombras, murió sin darse cuenta y sin conocer los porqués de su exterminio, que aún hoy para nosotros siguen siendo difusos.
Una historia de corrido
El estilo de Gilmer es vertiginoso. Casi que ni se puede parar. Él mismo dice que sus novelas son un solo párrafo.
–Yo me crié en un ambiente, tanto en mi casa como en el barrio, donde la gente es muy contadora de historias, y ese ritmo que yo he encontrado en la manera en que mi mamá me cuenta las cosas, o en la manera en que en la esquina se cuentan las cosas, es ese, muy trepidante y muy simple. En la esquina no hay punto y aparte. Lo que hace que uno se quede escuchando la historia de un amigo no es tanto la historia en sí como el ritmo, y yo siempre he perseguido esa línea, ese tono de que la historia lo mantenga interesado, y es una muy arrolladora, de tiro largo. Eso es lo que buscamos, incluso con los editores tengo ese problema, dónde poner un punto aparte porque quieren separarlo mucho, y a veces digo sí, bueno, para que la gente respire, pero no tanto, que no respiren tanto.
Y funciona para que uno no quiera parar y siga, tratando de entender qué sigue para esos personajes. Es dolorosa. Duelen que maten a ese y a ese y a ese otro más.
–¿Le dolió escribir?
–Creo que justo por eso escribo, es la forma que tengo de tramitar las angustias, los dolores, las inconformidades. Ahí es cuando me hago las preguntas, doy todas la opiniones. Por eso para mí escribir es tan importante, es casi un devenir de mi vida en la escritura. Se me hace poco satisfactorio opinar en las redes sociales o condolerme públicamente o buscar indulgencia contando alguna vaina o bebiendo o haciendo lo que casi todos hacemos para tramitarlos. Yo los tramito a través de la literatura. Yo de verdad escribo con las vísceras.
Gilmer estuvo escribiendo esta novela unos dos años. En este tiempo terminó la primera versión. Después pasaron muchas cosas, incluyendo una pandemia, luego la edición, y aquí está, contando esa historia de los García, que es también un relato de la violencia de mitad del siglo XX en Colombia.
Página 164. Cada vez la guerra se hacía más exigente en horrores imposibles de justificar, como si agrandándolo de afrentas el conflicto se explicara por sí mismo, volviéndose irremediable per se, de ahí en adelante a Ismael le tocó hacerse espectador y luego partícipe de su odio potencializado y extendido a todo su entorno...
Duele. A Gilmer le interesa la vida interna de los personas, lo que pasa con ellos, sus problemas, sus dolores, sus tristezas. Él es, se define, un contador de interiores. Y termina:
–El arte tiene que servir para eso, para un montón de vainas distintas a la felicidad, para la felicidad está la vida