Recordar el primer museo, el que pensaron muchos
Alberto Sierra, Álvaro Marín y Juan Camilo Ochoa recuerdan los tiempos en los que inició el Mamm.
Durante el acto de inauguración del museo, el 22 de abril de 1980.
FOTOS archivo el colombiano.
Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.
En las primeras paredes del museo se colgaron 160 obras. La inauguración de la muestra El arte en Antioquia y la década de los 70, y la inauguración del museo, se hizo el 22 de abril de 1980.
La historia, no obstante, había empezado antes. El museo existía en papel sin haberse mudado a su primera sede, en Carlos E. Restrepo, desde 1978, cuando el patrimonio del Mamm empezó con dinero que aportaron sus gestores, difíciles de contar, porque fue, sobre todo, una suma de amigos.
Cuando el Mamm estrena nuevo edificio, devolverse en el tiempo vale la pena. Aquí tres recuerdos, el del Alberto Sierra, el primer curador del museo, que ya tenía la galería La Oficina, donde se empezó a conversar de tener un museo de arte moderno; el de Álvaro Marín, uno de los artistas fundadores, y el de Juan Camilo Ochoa, que hizo parte de la junta directiva.
Alberto Sierra
“No hay un día en el cual nos reunimos todos a decir vamos a hacer un museo, no. A mí se me metió en la cabeza que teníamos que tener uno, después de la ausencia de las bienales, después de que llevábamos seis años sin que pasara nada en Medellín. Yo tenía una galería de arte moderno, entonces simplemente les dije a mis amigos que habían empezado a ser coleccionistas en la galería, ‘hagamos un museo de arte moderno’. Todos se entusiasmaron, la gente dijo qué hay para hacer, que qué tan buena idea. Era un momento en que el Museo de Antioquia era un espacio inexistente.
Aparecen otros señores, por ejemplo Mario Aramburo y hace los estatutos, que eso es una cosa de uno o dos años, y se va pegando la gente a esta idea. Acuérdese que con el vacío de las bienales, siempre decían, este año las vamos a hacer, y la hicieron en el 81, pero para el 78 ya estaba el museo armado.
Yo no me acuerdo en qué fecha aparece el presidente Belisario Betancur, unos intelectuales y personas ya metidas como ejecutivos de empresas, que vivían en Carlos E. Restrepo, muchos que tenían influencia política, le dijeron al presidente que nos entregara el sitio común que había de zona social en Carlos E. Restrepo, que ahí había un sacerdote que daba misa de vez en cuando, y se suponía que iban a dar clases de costura.
Estos señores dijeron que era el sitio preciso, con la ubicación entre la universidad y Suramericana, muy bien poblado y al lado de la Piloto. Entró el gobierno y nos dio el espacio, y entró el Centro internacional del mueble a darnos los paneles. Todos los artistas cargaban ladrillos para ajustar muros, porque la gente quería hacer un museo de arte moderno.
La idea era muy atractiva y, como lo he repetido, estábamos muy lejos de la última bienal y sin posibilidades de la próxima. Aquí en Colombia somos los únicos que hacemos bienales cada nueve años. Las bienales fueron 68, 70 y 72, ese hueco, hasta el 81. En ese momento es que sucede el Museo de Arte Moderno, y sucede porque no había museos. El que se enoje, que se enoje. Ahí no sucedía nada. Se fundó el museo, se inauguró, las señoras pomposas de Medellín hacían fiestas a favor del museo, nos prestaban El Castillo, eso se movía.
Ahí llegaron oportunidades. Ya había por ejemplo exhibido a Ramírez Villamizar en retrospectiva, y aparece ahora sí la cuarta bienal, y no nos invitaron a participar. Como se dice aquí, por pelear, por rivalizar, por lo que fuera, dijimos, hay que hacer un evento paralelo, que ayude a la Bienal, pero que sea distinto, e hicimos el Coloquio latinoamericano de arte no objetual, que es lo más importante que ha hecho el museo.
Reunimos lo mejor que se estaba pensando, más contemporáneamente, al lado de la Bienal. Muchos artistas de ella actuaron también en el coloquio. El museo disparó una relación con Latinoamérica, que no tenía, y se volvió una entidad de referencia.
¿Qué pasó después? Muchas cosas. El museo se inventó el cuento de los Rabinovich, que es una cantera de artistas la más brava, y también el parque de las esculturas en el cerro Nutibara, que no lo continuó el alcalde siguiente, pero que hubiera sido un hito en la ciudad.
Como todas las cosas el Mamm evolucionó, pero tuvo además sus crisis. A partir del 84 dijéramos que consigue un símbolo, Débora Arango, y se encarga de su obra. Empieza a mostrar una idea importante de los años 40, y va haciendo una vida alrededor de una oposición que es como la de Débora.
El museo, cuando aparece Fernando Botero a decir que iba a regalar cien obras suyas, se mueve la alcaldía, el señor Gómez Martínez, regala el edificio de las Empresas Públicas, y ya con todo lo que significa Botero, el Mamm cayó a menos.
El museo ha sido mezcla de un evento, unos personajes políticos y empresa privada, y en ese momento la gran sombra la proyectaba era Botero, así que el museo estaba como en nada. Resucita cuando le dan Talleres Robledo, y en vez de ser un museo para carros antiguos, se hizo el Museo de Arte Moderno, y nos lo dotaron. Ya el museo consume esa etapa y ahora se triplica en espacio. Ya es un museote que empezó en una idea con los amigos, en un momento crítico de Medellín. Y eso es todo.
Al principio era solo una mesita y cuando nos pasamos a Carlos E. Restrepo que fue la primer sede, era una mesita, y otra mayor al lado, que era la sala de juntas. Pero era eso, una salita.
Yo fui el primer curador por quince años. La primera muestra se llamó El arte en Antioquia y la década de los 70. Era sobre los artistas de la década de los 70, la mayoría habían estado en la idea de tener un museo, porque eso era un deseo de todos.
Era el arte en Antioquia, quería decir de dónde venimos, por lo menos durante el siglo XX, y luego en los años 70, a qué hemos llegado. Estaba un cuadrito de Débora, Pedro Nel, Eladio Vélez, un montón de artistas que son los premodernos, y de allí vienen los artistas de la década de los 70, que se llamaba la generación urbana.
Cuando llegamos a Talleres Robledo dijimos, qué dicha. Resulta que antes teníamos dos salas, aquí ya teníamos cuatro y muy grandes, y ahora vamos a tener nueve o diez. No sé decirte cómo evolucione el museo, porque claro que se van a crear más necesidades. En este museo estamos a full con los deseos que teníamos”.
Álvaro Marín
“Éramos un grupo de artistas jóvenes en ese época, que teníamos una galería muy pequeña, La Oficina, pero no un museo donde pudiéramos mostrar de una forma que no fuera comercial, sino artística. El museo Zea en ese momento estaba dedicado a los maestros anteriores, pero no tenía presupuesto y no podía abrirse a las nuevas tendencias. Nosotros desde la galería y de un grupo de once antioqueños, los cuales éramos varios de diferentes estilos y condiciones, a través de la prensa, que nos hizo mucho bien, empezamos una cantalenta, que la situación no era propicia para mostrar nuestra obra.
Ya habíamos expuesto en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, entonces en ese momento Gloria Zea, y un grupo de industriales, banqueros, señoras, industriales como Tulio Ravinovich, arquitectos como Jorge Velásquez, como Horacio Arango, Sol Beatriz Duque, junto con estos once y otros más, impulsamos la creación de este museo que empezó en Carlos E. Restrepo, en un comodato que era una capillita donde nosotros con las uñas, porque me acuerdo de antes de la inauguración, nosotros mismos colgando las obras. Con un compañero, Ronny Vayda, que vivía enseguida, pusimos una manguera para poder estar el día de la inauguración con agua. Todo era con las uñas, pero tuvimos apoyo .
En Carlos E. Restrepo, barrio estudiantil y profesoral, llegamos al sitio que era, pues se creó una comunidad junto al cine club, con una vida que nosotros no creíamos. Luego hubo la guerra del narcotráfico y el museo pasó por afugias económicas, pero seguíamos trabajando con exposiciones muy buenas que nos traían. Por el museo pasaron los jóvenes, estuvo el salón Rabinovich, todos exponíamos como si fuera nuestra casa. Ya me puedo morir tranquilo en ese aspecto. Qué tan bueno que ya no tengamos que quejarnos.
La inauguración fue con bastante sudor, lágrimas, risas y licor, muy bien tomado. Nos divertimos mucho, porque eso era en la ciudadela de apartamentos, no es como ahora que hay mucha más gente. En la bulla para podernos divertir y trabajar hicimos un circo. Es decir, todos nos disfrazamos ahí mismo o fungimos el uno de domador, el otro de trapecista. Nos colgamos de las vigas y hacíamos maromas. Estábamos muy jóvenes y bellos. El día de la inauguración, no sabíamos que eso iba a llegar a tanto”.