Una dosis por Alberto Montt
El ilustrador y humorista cuenta la vida cotidiana en letras y dibujos. El internet ha sido importante.
Es periodista porque le gusta la cultura y escribir. A veces intenta con la ficción, y con los poemas, y es Camila Avril. Editora de la revista Generación. Estudió Hermenéutica Literaria.
El último dibujo de Alberto Montt en su página web Dosis diarias es del 6 de septiembre: una periodista de nariz larga dice que “para nuestro siguiente segmento hemos invitado a dos expertos para hablarnos de evolución”. Charles Darwin y Ash Ketchum esperan. La dosis de los dos días siguientes no ha llegado porque a veces puede ser dosis mensual. Montt se ocupa a veces, o viaja con sus dibujos a otra parte lejos de Chile, donde vive, y entonces no puede dibujar cada 24 horas. Eso aunque sus seguidores sufran síndrome de abstinencia.
8 de septiembre. La voz de Montt se escucha en el teléfono.
–¿Por qué las Dosis diarias no son diarias, Montt?
–Sabes qué, es algo que me encanta hacer, pero a ratos me consume el tiempo y no lo logro, y entonces se me van acumulando ideas y no alcanzo.
–¿De dónde le llegó el humor? ¿Es una cosa de chiquito?
–Todos tenemos humor y a algunos le riegan la plantita y a otros no tanto. Tengo la suerte de haber crecido en una familia que era muy cuestionadora y desde ese cuestionamiento siempre existía la ironía y el sarcasmo como recurso para cuestionar. El humor ha sido parte desde muy pequeño. Incluso la literatura que me llegaba desde muy chico y la música que escuchaba fueron cultivando algo que todos tenemos, pero que no todos intuimos está ahí. El tema de las redes sociales ha hecho que mucha gente que creía que no tenía humor se vuelva tremendamente graciosa. En Twitter ves gente que en persona es muy parca y de repente sus tuits son muy geniales y tienen un humor que no habrías imaginado. Siento que el humor es algo que requiere que se den los espacios para explorarlo, y yo tuve la suerte de tenerlos.
–¿Qué llega primero, la idea o el dibujo?
–Diría que 99 por ciento es la idea. El humor gráfico es más cercano a la literatura que al dibujo en sí. Muchas veces lo que uno consume, cuando consume humor, es la idea. El dibujo es un soporte. Hay otros casos gloriosos, por ejemplo Quino, en donde resuelve magistralmente desde el dibujo sin apoyarse de la palabra, pero aún así el dibujo en sí mismo es un concepto, una palabra trazada. Sin duda es la idea antes.
–Cuando estaba pequeño vivía en el campo y su papá le llevaba revistas que conseguía en el pueblo, pero era difícil conseguir información. En cambio ahora hay mucha, y solo se requiere un clic. ¿Qué fue eso para usted?
–Soy de una generación que tuvo la suerte de vivir el advenimiento del internet, donde realmente había que luchar por conseguir un libro, un disco, y hoy día todo está a un clic de distancia. Creo que eso desde alguna perspectiva hizo que aquello que llegara a mis manos fuese apreciado como un tesoro, y es por eso que cuando llegó a mis manos lo poco que llegó, que eran revistas de Mafalda o un par de Olafos, revistas tipo Kalimán o un superhéroe un poco más extraño, yo las releí mil veces, era algo muy apreciado por mí. Cuando es difícil conseguir algo te empeñas en saber más al respecto, en encontrarlo. Esas primeras lecturas fueron el punto de entrada para lanzarme en una carrera de consumo desesperado y frenético de todo aquello que cayera en mis manos que tuviera relación con este plasmar ideas que pueden parecer extrañas, pero que son generadoras de preguntas. Al final eso es lo que debería darte el humor gráfico: no respuestas, sino preguntas.
Dibujar
–¿Recuerda el primer dibujo?
–Me acuerdo de muchos dibujos, porque al principio uno comienza copiando. Recuerdo vívidamente un par de cuadernitos que tenía yo de esos cuadriculados que traía mi padre, sobre el que dibujaba mucho personajes de Mafalda... Siempre se me hizo más fácil dibujar a Condorito que a Mafalda, por alguna razón extraña. No entiendo por qué, será por la genética chilena. Yo creo que mi casa estaba llena de esos cuadernos.
–¿Ya no los tiene?
–Los más cercanos que tengo son ya de entrados los ocho, nueve años. Antes de eso no tengo nada. Creo que los padres hoy en día le dan más importancia a ese tipo de cosas, quizá el tema familiar, pero me da pena haber perdido esos cuadernos, porque ahora los apreciaría más. La compulsión ahora me ha hecho guardar hasta la última hoja que tiene un trazo de mi hija de cinco años, y tengo una bodega llena de cosas que ha hecho, justamente por mi carencia.
–¿Y cómo dibuja su hija?
–Laura dibuja horrible, pero dibuja.
–¿Y usted chiquito dibujaba horrible?
–Yo sigo dibujando horrible. El tema es que yo ahora puedo guiarla a ella a ver si dibuja mejor que yo, pero no me considero un muy buen dibujante. Soy un tipo que logra transmitir una idea a través del dibujo, pero no soy un tipo que maneja técnica ni perspectiva ni controla las dimensiones exactas. Todo lo contrario, son un tipo bastante torpe para dibujar, que lo utiliza solamente como una herramienta de comunicación, no como un aliciente estético.
–Cuenta la relación con su hija a través de Laura y Dino. ¿Qué tanta ficción hay o qué tantas ideas de verdad le da ella?
–Hay cosas que dicen los niños que a uno lo vuelven loco y que son puerta para reflexiones un poco más profundas de las que ellos no se dan ni cuenta. Yo diría que el 90 por ciento de lo que está en Laura y Dino es real. Son cosas que ha dicho, reflexiones con las que ha venido, sorpresas que me ha dado. Por ahí le pongo un poco de sazón a una que otra, pero la mayoría son textuales. En un principio hice ese proyecto exactamente para eso, para que sirviera como reflejo de una relación de un momento específico de mi paternidad, y creo que lo logré. Por lo menos sentí que hubo conexión con algunos otros padres o personas que se ven reflejadas tanto en la niña como en el dinosaurio. Así que es fiel a la realidad.
–¿Por qué dibujarse como un dinosaurio?
–Comenzó porque Laura tiene un dinosaurio de croché que lo ama y lo lleva a todas partes y que es un asco porque está semidestruido y lo arrastra por todos lados. Yo lo que quería hacer era su relación con el dinosaurio. Cuando me puse a dibujar me di cuenta de que las respuestas del dinosaurio tenían que ver más con mis respuestas, que yo estaba proyectando en el dinosaurio todo lo que yo quería de la relación. Al poco tiempo me di cuenta de que cuando estaba sucediendo este fenómeno me convenía más hacerlo de la relación de ella conmigo y siguió siendo un dinosaurio, bueno, será mi parte jurásica, o porque en el fondo yo también me siento... La tuve cuando ya estaba muy grande, cuando cumplí 38 años, así que soy un papá viejo, un dinosaurio para esta niña. Hay una serie de elementos que terminaron configurándose en Laura y Dino.
–¿Ella es consciente que la dibuja?
–Es consciente. No creo que sea consciente es que hay otros papás que no dibujan a sus hijas. Ella ha crecido con eso, y por ahí en su cabecita debe pensar, “ah sí, me dibuja, seguro que el papá de Amanda o de Juanita también las dibuja”. Después se dará cuenta de que yo era el único idiota que estaba ventilando su intimidad a través de la red, y bueno, tendré que pagar el psicólogo, pero mientras tanto para ella es muy común. De hecho alguna vez me reclamó que dejara de dibujarla, que yo debí hacer mis propias historias, y en algún momento traté de dibujar a otra niña para molestarla y se enojó mucho, y fue la primera vez que vi un ataque de celos para con otra mujer que era una niña dibujada.
Los temas
–Montt, usted trata muchos temas, distintos todos, y eso también lo diferencia de otros, que se quedan en la política, por ejemplo. ¿Por qué?
–Yo dibujo más un diario de vida que un interés por comunicar ideas. En principio, cuando me puse a dibujar Dosis diarias, era mi necesidad de poner en papel lo que se me iba acumulando en el cerebro. No tenía yo una intención editorial, no es que dijera “quiero hablar de la realidad o de lo cotidiano”, sino quiero hablar de mí, y en mí está lo cotidiano, también lo absurdo, el helado, lo político y lo religioso. Como esto fue algo que comencé por capricho, sin una línea editorial definida porque no estaba haciéndolo para un medio en específico, pude darme el lujo de hacer lo que se me diera la gana. Es por eso que existe este abanico. Hay ilustradores políticos que lo que buscan es un humor político, hay ilustradores de lo cotidiano que buscan un humor de lo cotidiano y como yo no estaba buscando nada, me fue más orgánico hacer algo y tener un espectro amplio.
–¿Hay que ser exigente con el lector?
–Por un lado es el hecho de que yo hablo de lo que me importa y para esto recurro a mi bagaje de conocimiento, que no es el de un tipo que tiene un conocimiento enciclopédico. Considero que lo que hago es más cultura pop. Siento que si alguien no sabe quién es Gregorio Samsa está en reales problemas. Entonces no pretendo hacerlo de forma esnob. No es que ponga esto porque crea que es para un público selecto. Pongo aquello que conozco porque siento que soy un tipo probablemente que está en el promedio. Por otro lado el humor que consumo no me subestima, es un humor que me trata como persona pensante. Siempre me molestó mucho ese humor que usa metáforas y te las explica y te habla del fracaso político de la izquierda en Latinoamérica, por decir algo, y tiene un barquito hundiéndose y un texto que dice política de izquierda. Es como estos dibujos animados que estaba escrito peligro y había una voz en off que decía peligro. Es eso.
–Tiene personajes cercanos como el Mago de Oz, El Principito. ¿Es la idea entonces?
–Mi humor es muy cercano. Tal vez es el hecho de que nos tienen acostumbrados a un humor tan pedestre, que alguien pone un referente básico como es El Principito y ya alguien dice que es culto, y la verdad es que es humor pop.
–¿De dónde llegan los personajes?
–Yo siempre he sido pésimo para repetir el mismo dibujo, no me sale. Es más, tengo muchas caricaturas en las que salen dios y el diablo, y si te fijas siempre son distintos: el bigote, el pelo más largo. No es por opción, sino por incapacidad, y los personajes van saliendo con base en lo que voy necesitando de acuerdo al chiste que voy haciendo. Por ahí, y esto lo he conversado mucho con Liniers, que tiene muchos personajes que se repiten. Quizá se vería más fácil porque cada personaje va teniendo una personalidad específica que te permite explorar un determinado tipo de humor. Yo en cambio tengo que valerme en cada viñeta con todo. Es por eso también que Laura y Dino terminó siendo un experimento a muchos niveles, como el de tener dos personajes estables y lograr que exista una coherencia entre una viñeta y la que viene, pero los personajes los encuentro de acuerdo a las necesidades.
–¿Cómo es el proceso, lleva una libreta a todas partes?
–Las ideas salen de manera rarísima. No entiendo bien el proceso y quizá perdería la magia si entendiera. No ando con una libreta, pero sí con mi teléfono en donde anoto absolutamente todas las ideas. Muchas veces las pongo en Twitter y después de eso pueden volverse un cuento, una viñeta, un pequeño artículo. Creo que tener a mano algo para poner lo que va pasando por la cabeza es básico y esto puedo suceder a las 4:00 de la mañana o a las 6:00 de la tarde. Como es muy caprichosa la inspiración, hay que estar atento.
–¿Y cuánto se demora en el dibujo?
–En el dibujo me demoro entre 40 minutos y una hora, no más que eso. Me siento a dibujar cuando tengo la idea en la cabeza, ni un minuto antes, y no soy de los que busca inspiración con el lápiz en la mano. A veces estoy gracioso, porque estoy almorzando con un amigo, o estoy jugando videos, y me preguntan qué estoy haciendo, y digo trabajando. Esos momentos en que no estoy haciendo nada es donde más trabajo.
–Dios y el diablo son dos personajes. ¿Cómo es esa relación en la que a veces dios resulta más malo que el diablo?
–Definitivamente lo es. Yo crecí en Ecuador, que es un país muy religioso, yo creo que como Colombia, y muy de pensamiento mágico: las cosas buenas son porque Dios nos ilumina, y las malas, algo hubo, magia negra. Crecí con esta religiosidad, con una familia muy extensa donde un buen porcentaje era católico y otro porcentaje era espiritual, y uno que otro ateo, pero yo estuve muy metido en la religiosidad desde muy chico. Mi viejo parte de las revistas que me traía sin saberlo era las de editorial Atalaya, estas de los testigos de Jehová, y esta idea de algo poderoso más allá de nosotros siempre me atrajo y me volvió un tipo que buscó mucho durante su primera adolescencia el tema espiritual. Me gustó mucho la Biblia cuando la leí, estuve metido en caminos chamánicos. Eventualmente a los 14 o 15 años uno empieza a pensar más y te das cuenta de que todo es una mentira, una máquina para el beneficio de unos pocos, y ahí es donde le doy vuelta a la tortilla y digo esto está pésimo, es una manipulación absoluta y es un asco y es por eso que aparece tanto dios y el diablo, que no necesariamente tienen que ver con la religión, sino con las relaciones humanas. Generalmente es de eso, es la relación humana lo que se ve reflejada. Nosotros creamos a dios a nuestra imagen y semejanza, por eso es un tipo caprichoso, belicoso y celoso. Nos dibujo a nosotros mismos, nuestras bajezas, nuestras inmundicias, los dolores y nuestros placeres representados como los hemos venido representando, a través de la figura de un ser bondadoso y un ser poderoso y maléfico.
Han pasado 31 minutos y 49 segundos. Montt cuelga su teléfono, al otro lado. La Dosis diaria llega, menos mal, el 12 de septiembre. Aunque por estar en Medellín, la abstinencia regresó el 25.