Andrea y su coqueteo eterno con la bicicleta

Andrea se sintió atraída por esa pista de bicicrós que hay en el que fue su colegio. Insistió a sus padres por una bicicleta con tanto brillo en sus ojos que para Álvaro Escobar, su padre, fue imposible negársela.

Pero sufrió ante el primer obstáculo: “era la única niña, mis compañeros me molestaban y me decían que era un deporte de niños”.

La bicicleta quedó empolvada y la nueva atracción fueron las zapatillas, el balón naranja y las cestas. “Era muy buena en el baloncesto, pero no la llenaba el deporte”, revela su progenitor.

A los 12 años, el viejo amor la volvió a llamar y ella cedió ante aquel coqueteo. “Juan David Idárraga me dijo que, para evitar el bullying en el colegio, podría ir a entrenar en la Liga”. Allí, en el club Los Paisitas, fortaleció su relación con la bicicleta y la pista. Pronto empezó a demostrar habilidades, tanto que sus papás y los de algunos compañeros formaron un club para los futuros profesionales del deporte.

Con Lilo y Stich, sus perros, como inspiración, Andrea resistió golpes en la cara, fracturas como la de su clavícula y el estigma masculino: “Mariana (Pajón) empezó a ganar muchas cosas importantes y eso me animó más”.

Tras un campamento de la Unión Ciclista Internacional (UCI) en Suiza (2012), regresó fortalecida y con la meta de ser una de las mejores del país. “Si hay algo que me define es que cuando me propongo algo, lo cumplo”, asevera.

Desde 2014 se encuentra con Martín Bedoya, entrenador que le pule sus detalles para la alta competencia en la categoría élite. “Apenas es su primer año en la élite, es normal que le falte, pero ha mejorada mucho en su técnica y tiene una fortaleza que la proyectan”, describe.

Las mismas notas que produce con su guitarra, son las que suenan en su cabeza a la hora de sortear rampas. Hoy, con un palmarés envidiable, se proyecta a ser una compañera ideal de Mariana Pajón: “ella es mi ídolo, es una inspiración y deseo ganar algo de que lo que ha logrado”