Medellín revive amor ciclístico
Así se vivió el inicio del Tour que por unas horas reemplazó el agite del Centro por una fiesta familiar.
Soy periodista porque es la forma que encontré para enseñarle a mi hija que todos los días hay historias que valen la pena escuchar y contar.
“Rodrigo, Miguel Ángel, voy cogido pa´l trabajo. Me van a echar por venir a verlos”, soltó un aficionado, minutos antes de marcharse sonriente con un saludo de pulgar de Supermán López y la respuesta de Rodrigo Contreras: “A todos nos han regañado por andar embobados en bicicleta”.
Y eso que aunque el gran contrarrelojero cundinamarqués sabía de la ligazón que tiene Medellín con el ciclismo, no sabía que precisamente en las calles de esta ciudad que vibra con las bielas, y que estaba a punto de recorrer con el emblemático equipo Astana, el retratista del pedal colombiano, Horacio Gil Ochoa, inmortalizó hace 50 años una de las fotos más famosas que ha hecho parte de incontables exposiciones alrededor del mundo.
En ella se muestra al ciclista Jairo González botando dos dientes por la brutal caída en una etapa de la Vuelta a Colombia tras arrollar a un pequeño travieso a quien la mamá mandó a misa, pero que no pudo evitar la tentación de disfrutar de la caravana, y cuyo infortunio quedó para la posteridad en los periódicos del día siguiente.
Medellín está llena de historias como estas alrededor del ciclismo. Y el Tour que comenzó ayer en la capital antioqueña tras varios meses de espera ayudó a recuperar ese fervor colectivo del público paisa.
Probablemente esta ciudad se demore para volver a ver a familias compartiendo el fiambre en plena orilla de la avenida Ferrocarril al mediodía. Con el agite y afán que envuelve a Medellín lo que logró el Tour Colombia es un pequeño milagro citadino.
La clave es la sencillez
Mientras el público agolpado frente al podio le profesaba a Rigo Urán todo su cariño, Laura Melisa Valencia, esposa del campeón nacional contrarreloj y compañero de Rigo en el Education First, Daniel Martínez, siguió emocionada la ovación que recibió Daniel tras enfundarse la camiseta de combatividad.
“Para uno que vive el ciclismo en la propia casa, siguiendo de cerca el esfuerzo de ellos, es muy emocionante ver cómo se conectan con la gente, nos hacen sentir como en una familia enorme. Cuando ellos se caen, cuando triunfan, la gente nos hace sentir que contamos con ellos. Ahora incluso unas señoras me bendijeron a Isaac cuando supieron que era hijo de un ciclista”, contó Laura, a quien este deporte la condujo hacia al amor pues conoció a Martínez mientras representaban al país en unos Panamericanos.
Cuando ya el bullicio se disipaba y los ciclistas se preparaban para partir en caravana, Taylor Phinney, compañero de Rigo, se paseaba entre la gente haciendo bromas y garabateando el castellano que se le ha quedado de tanto andar con Urán.
“Ustedes (los colombianos) hacen que todos los quieran porque son sencillos. Por eso sus ciclistas son especiales en el circuito”, dijo.
Phinney, Laura y su pequeño y hasta el señor que le hizo el quite a los afanes laborales, a lo mejor no lo dimensionan aún pero hicieron parte activa de una jornada que será combustible para renovar el fervor de una ciudad por un deporte sin el cual este país y su gente no serían iguales