El sancocho y la arepa también forjan campeones; ¿cómo incluir una nutrición tradicional si es deportista de alto rendimiento?
La comida típica criolla también puede ser combustible para el alto rendimiento, si se consume adecuadamente.
En Colombia, el deporte de resistencia se mezcla con la panela, el bocadillo veleño y las papas cocidas que caben en el bolsillo de un ciclista. Y aunque la industria del fitness está llena de suplementos importados y productos en empaques brillantes, la nutrición criolla sigue demostrando que tiene con qué competir.
De esto sabe bastante Vanessa Cubides, médica de 31 años nacida en Roldanillo (Valle del Cauca) y hoy radicada en Medellín. Tras haber vivido la pandemia en las unidades de cuidado intensivo y superar un trastorno ansioso-depresivo, encontró en el deporte y la nutrición su propósito de vida. Formada con una maestría en nutrición y entrenamiento deportivo en la Universidad Europea y la Escuela del Real Madrid, combina su conocimiento científico con el amor por la comida de toda la vida.
Le podría interesar: Video | Nicolás Rubio, el primer paracaidista colombiano en sobrevolar y cruzar el imponente Mont Blanc en Europa
Para Vanessa, lo primero es dejar de ponerle etiquetas negativas a los alimentos. “No debemos satanizar la comida. Hay una tendencia a prohibir alimentos y eso genera miedo, incluso trastornos alimenticios. El problema no es el alimento en sí, sino la frecuencia y la cantidad”.
Así, un atleta puede comerse una arepa, un pan o un pedazo de chocolate sin remordimientos, siempre que el plan nutricional esté estructurado. La nutrición criolla no es enemiga del rendimiento: el bocadillo veleño, por ejemplo, puede reemplazar un gel deportivo, con casi 30 gramos de carbohidratos por porción y un precio mucho más amigable.
Vanessa se enorgullece cuando habla de esos clásicos que no fallan: la papa cocida para energía sostenida, la aguapanela que calienta al ciclista en montaña, el banano contra los calambres y hasta el café como estimulante natural. “Son alimentos accesibles, tradicionales y con evidencia científica sólida. Lo importante es saber cuándo y cómo usarlos”.
¿Y qué pasa con platos más pesados como el sancocho? Allí, la clave está en la digestión. “Si alguien se come un sancocho y sale a entrenar, probablemente va a tener náuseas o pesadez. No es satanizar el plato, sino entender cuándo comerlo. En reposo puede ser perfecto; antes de correr, no tanto”.
La flexibilidad, dice ella, es el ingrediente que nunca debe faltar. Una bandeja paisa puede tener cabida en el menú de un atleta, ajustando las porciones y el momento de consumo: más útil en fase de volumen que en definición. Y el clásico desayuno de arepa, huevo y quesito puede ser perfectamente “fitness” si se ajustan las cantidades de proteína, carbohidratos y grasa.
Vanessa insiste en que no se trata de reinventar la cocina colombiana, sino de entender los requerimientos individuales. “Un arroz con huevo, plátano maduro y aguacate después de entrenar es una comida completa de recuperación. Tiene carbohidratos para reponer glucógeno, proteína para reparar músculos y grasas saludables”.
Eso sí, Cubides aclara que el alto rendimiento es otro cuento: los suplementos deportivos existen porque cumplen una función estratégica. “¿Qué es más fácil de llevar en una maratón, papas criollas o un gel? El equilibrio es lo ideal: la comida local puede ser suficiente, pero la suplementación inteligente potencia el rendimiento”.
Más allá de la ciencia, hay algo que para ella no se puede olvidar. “La comida no es solo la comida. Es compartir con la familia, con el equipo, es la recompensa después del entreno. Eso también alimenta el alma de un deportista”.
La base del rendimiento puede estar en los alimentos de siempre. En Colombia, un bocadillo de $1.000 puede aportar lo mismo que un gel importado de $20.000, lo que lo convierte en una opción democrática para deportistas de todas las categorías.