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Hace 50 años, Helmut Bellingrodt conquistó la primera medalla olímpica de Colombia

Gracias al barranquillero, Colombia pisó por primera vez un podio en las máximas justas del deporte, gesta logrado en Olímpicos de Múnich-1972.

Periodista del área de Deportes

31 de agosto de 2022

Si Helmut Bellingrodt impresionaba con su puntería, pese a que la culata del arma con la que disparaba era artesanal y el hierro y todo el mecanismo obsoletos, los detalles para recordar su hazaña sorprenden todavía más. Tiene 73 años y su mente es su mejor disco duro.

En su hogar, el extirador barranquillero, de ascendencia alemana, conserva cientos de medallas, pero la plata que logró en los Juegos de Múnich, confiesa, tiene un significado especial. “Me cambió la vida”.

Y no es para menos, pues dicha presea, que conquistó en la prueba blanco móvil 50 metros, conocida como tiro al jabalí, se convirtió, el 1° de septiembre de 1972, es decir, hoy hace 50 años, en la primera de Colombia en unos Olímpicos y, de paso, en la motivación y confianza para que el resto de atletas del país entendieran que lograr podio en las máximas justas del deporte no era imposible.

Tras esa gesta, alcanzada 40 años después desde que un colombiano participara por primera vez en Juegos (Jorge Perry, en Los Ángeles), 24 representantes más han conquistado 34 medallas en los Olímpicos.

Este martes, en charla con EL COLOMBIANO, Helmut rememoró ese momento, lo que simbolizó para el país y lo que se debe hacer con nuestros deportistas para que sigan brillando como lo vienen haciendo en el ámbito internacional.

Se cumplen 50 años de la primera medalla olímpica que le entregó a Colombia. ¿Para usted, qué significa saber que abrió el camino hacia una senda brillante en el olimpismo?

“Primero le agradezco a Dios que me ha dado salud y vida para poder festejar estos 50 años de esta medalla, un tiempo que es bastantico (risas). Realmente recuerdo ese instante con felicidad, nostalgia y tristeza”.

¿Por qué tantos sentimientos encontrados?

“Obviamente felicidad por conseguir la primera medalla colombiana y por la manera en la que se compitió en los Juegos; nostalgia porque muchos de los compañeros que estuvieron en ese certamen conmigo ya no nos acompañan en este mundo; y tristeza debido a que en esos Juegos se partió la historia olímpica en dos tras el atentado terrorista palestino contra los israelíes (murieron 11 atletas). Fue una dolorosa realidad que conmocionó al mundo”.

Y eso que llegó sin favoritismos a esos Juegos...

“Indudablemente. Pero el tiro es un deporte de marcas, y puede ser fácil de predecir. Lo comparo con la prueba de 100 metros del atletismo. Si uno sabe que un velocista está corriendo esa prueba en 10,8 o 11 segundos, este no tendrá prácticamente opción de un podio olímpico, pero si está entre 9,75 o 9,90 segundos, sí se sabe que podrá lograr medalla. En el tiro es lo mismo, aunque no me veían como favorito, en el equipo estábamos conscientes de que si me mantenía en los registros que había hecho antes, existía posibilidad de podio. Eso solo lo conocía la familia del tiro en Colombia, pues ante el mundo nosotros no éramos populares”.

¿Entonces en qué eventos previos se dio cuenta que podía hacer la diferencia en Múnich?

“Se hicieron varias pruebas en Cali, Medellín, Montería y Barranquilla. No eran torneos nacionales sino chequeos para sacar a los dos tiradores que iban a ir a Juegos. En esa época el país inscribía a sus atletas a los Juegos, sin una clasificación previa o una marca mínima, aunque cada Federación hacía unas pruebas internas para no ir a hacer el ridículo. Los cupos los ganamos mi hermano mayor Hans Peter (fue top-10 en esos Juegos) y yo ante unos 35 tiradores. Entre ellos se destacaban los vallecaucanos y antioqueños”.

¿Qué anécdota tiene de esos Juegos?

“Se disparaba tres días, dos series de 10 disparos, y en la última jornada, cuando terminé de competir, me acuerdo del grito, atrás en la grada, del locutor Édgar Perea (falleció en 2016). Decía, ‘viva Barranquilla’. Estaba dando a entender que yo ya había asegurado la medalla de plata, pero aún faltaban tiradores por acabar su concurso. De inmediato sacaron a Édgar del polígono. La alegría fue inmensa, se había hecho historia”.

Y eso que el arma con la que disparó ya era bastante vieja...

“La que tenía no correspondía a la modalidad, pues cada una tiene una específica. Entonces mi padre -Ernesto Antonio Bellingrodt- la adaptó. La parte de la culata la hizo artesanalmente y el hierro y todo el mecanismo era obsoleto y no el adecuado para disparar. Pero con mente positiva y convicción salí adelante. Los rivales se sorprendían cuando empecé a sumar puntos. Siempre he dicho que hay que vivir para el deporte, no vivir del deporte. Y si realmente se tiene pasión, se alcanza lo que se desea”.

Inmortalizó su nombre y de paso impulsó a otros deportistas para que lucharan por grandes logros...

“Sí, fue el inicio de la cosecha de medallas que tenemos ahora. Además, esto ayudó a que comenzara el incremento de los presupuestos a nivel nacional para el desarrollo del deporte”.

Y las personas le siguen reconociendo lo que consiguió...

“Así es, sobre todo mi familia, que se siente orgullosa por lo que hice. Pero ese es un legado para la juventud, para las nuevas generaciones del deporte. Antiguamente se creía imposible que un atleta colombiano consiguiera algo destacado, y vea que después de la medalla en Múnich, al mes siguiente, Antonio Cervantes Reyes “Pambelé” fue campeón mundial de boxeo. Así comenzamos y ahora Colombia es considerada potencia deportiva en América”.

¿Qué se necesita para consolidar ese potencial que tenemos?

“Tener más conciencia y mentalidad positiva para que realmente los grandes dirigentes y los ejecutivos nacionales, empezando por el presidente de la República, se den cuenta que con el deporte se puede, debe y tiene que hacer patria. Si se incrementa el presupuesto para el desarrollo de la juventud y del alto rendimiento, sobre todo desde las escuelas públicas, se podrán conseguir más gratos resultados”.