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La antioqueña Ana María Gómez, primera colombiana en un Mundial de Aro Deportivo

La deportista paisa, que tiene 31 años, participará en el evento que realiza la Federación Internacional de Deportes Aéreos y Pole Sport el próximo mes de octubre en Polonia. Una práctica de mucha dedicación.

Estudiante de periodismo de la Universidad de Antioquia. Interesado en el periodismo narrativo y los deportes.

03 de julio de 2023

La lucha más grande de una bailarina de élite, que siempre lleva su cuerpo a límites inhumanos, hostiles, es contra sus pensamientos.

Ella, que siempre tiene un espejo al frente mientras entrena, debe aprender la manera de que lo que ven sus ojos —si su cuerpo está suficientemente delgado o no, la perfección o imprecisión de sus movimientos durante una rutina—, escuchan sus oídos —comentarios pesados de sus entrenadores—, sienten sus manos y piernas —dolor, ardor—, no se conviertan en frustraciones que afecten la seguridad en sí misma y la fortaleza mental que debe tener siempre y que lleva a que se muestre con la frialdad de una porcelana durante una presentación.

Eso lo aprendió con el tiempo Ana María Gómez Pereira, una bailarina y deportista antioqueña de 31 años que representará a Colombia en el Mundial de deportes aéreos que organizará en Polonia, entre el 25 y 29 de octubre, la Federación Internacional de Deportes Aéreos y Pole Sport.

Gómez será la representante de Colombia en la prueba de aro. El cupo para competir por el país lo ganó luego de que el jurado del Campeonato Nacional le diera una calificación de 29.8 puntos a la rutina que presentó en el evento que se realizó en una universidad de Bogotá el último fin de semana de junio.

En su presentación, Ana, que es delgada y tiene unos tatuajes en los hombros que le hizo con la técnica del puntillismo una amiga que es artista, ejecutó algunas piruetas azarosas que de solo verlas causan vértigo.

Se subió en un aro de 90 centímetros de diámetro, que colgaba del techo, cuya parte baja se ubicaba a 1,70 metros del suelo y empezó a hacer movimientos: dio vueltas, levantó una pierna hasta alcanzar un ángulo de 120 grados mientras estaba sentada en el arete, dejó caer su cuerpo y se sostuvo tirando el cuello hacia atrás, al tiempo que daba una vuelta con los brazos abiertos, como imitando el Cristo del Corcovado de Río de Janeiro.

“Cuando me bajé no recuerdo qué pasó. Solo llega a mi memoria que me sentía tranquila, satisfecha con la rutina que hice y las decisiones que tomé en caliente mientras estaba montada en el aro”, cuenta Gómez con un tono de alegría en la voz, sentada en una silla en la academia de baile Fénix, en donde entrenó seis meses durante las noches para perfeccionar el número que presentó en Bogotá.

Una práctica con altura

Era la mañana del viernes. Ana María subió con energía las escaleras del edifico en el que queda Fénix, en Laureles. Llegó al tercer piso y mostró con orgullo los elementos que componían el lugar: espejos para verse todo el tiempo, tubos para practicar pole sport, telas artísticas, un arnés colgado de una columna y unos cuantos aros apilados en una esquina.

—Estos blancos son los que utilizamos para los entrenamientos porque el material en el que están envueltos permite tener buen agarre. Estos dos negros, que son como en cuero, son los que se utilizan para las competencias.

Ana María cogió uno de los blancos, se subió en una escalera, bajó el arnés y le pidió al fotógrafo que le pasara el aro para colgarlo. Después se balanceó para certificar que hubiera quedado firme, bien puesto y que no corría peligro de caer al suelo al montarse.

—¿Para colgar los aros hay que tener curso de alturas?

—Sí, aunque suene chistoso. Para poderlo poner para los entrenamientos te piden una certificación. En las competencias no hay problema porque ellos tienen personas que se encargan de tener todo montado cuando uno llega. El deportista solo tiene que elegir la pista de música de su presentación y hacer la rutina.

La deportista empezó a entrenar la modalidad del aro —que guarda un parecido con la gimnasia o el patinaje artísticos porque se hace con música y los atletas ejecutan piruetas— hace dos años. La primera vez que lo practicó fue en nueva York, donde vivió durante varias temporadas.

Después, cuando volvió a Medellín, más o menos en septiembre de 2021, empezó a hacerlo con más frecuencia, con más intensidad, para superar una decepción amorosa. Decidió cambiar el dolor del desamor por el gran esfuerzo físico que tiene que hacer para ensayar las figuras que componen sus rutinas. “Esa tusa me ha servido para mucho”, relata entre risas.

En la academia Fénix la impulsaron para que siguiera entrenando. Vieron que era buena y, aprovechando sus conocimientos en pilates y danzas clásicas como el ballet, le propusieron que fuera profesora, que dictara clases mientras entrenaba. Ella aceptó, porque practicando aro se siente como si estuviera en la luna —por la forma del elemento— y la danza siempre ha sido parte fundamental de su vida.

Un sueño llamado ballet

“Siempre me ha gustado el movimiento, me hace sentir viva”. Cuando Ana María tenía 4 años entró a estudiar al Instituto Jorge Robledo. Allá vio por primera vez a alguien practicando ballet. Le gustó y quiso practicarlo. Desde ese momento empezó en la danza. Ensayó con dedicación hasta que llegó la época universitaria y pasó a la Nacional a estudiar Historia y a la U de A para el pregrado de Antropología. Pero la carga académica la alejó del ballet.

Se retiró de las universidades y se dedicó a ser profesora de la danza clásica. Empezó a enviar videos de audiciones a escuelas en el extranjero. Se ganó una beca en la Joffrey Ballet School de Nueva York. Se fue a vivir a Estados Unidos cuando tenía 21 años. Lo hizo de manera legal porque su papá llevaba varios años instalado en ese país y le ayudó a gestionar la permanencia.

Mientras estudiaba, tuvo que trabajar en hasta tres lugares distintos para sobrevivir en una de las ciudades más caras del mundo. Su rutina era pesada: iba a la escuela desde las 8 de la mañana hasta las cinco de la tarde, luego se iba a los trabajos y regresaba a su vivienda en la madrugada.

Ese momento fue difícil para ella. Ahí fue cuando empezó a descubrir que su mente se afectaba cada vez que no se veía suficientemente delgada frente al espejo, que no hacía perfectos los movimientos en las clases, que una profesora rusa les decía a las estudiantes que tenían las nalgas como una almohada, que les hacía falta fuerza.

Por eso se cansó del ballet, del baile y se fue a estudiar pilates. Es cierto que no se alejó del todo de la danza, pero dejó de practicarla en el más alto nivel. Empezó a reconciliarse con su cuerpo y luego pasó lo que ya sabemos: empezó a entrenar en el aro, lleva dos años haciéndolo y ahora será la primera colombiana que compite en ese aparato en un Mundial de la IPSF. Su lucha consigo misma valió la pena.

Busca apoyo

“Ojalá en Colombia hubiera más apoyo para los deportistas y artistas porque muchas veces representar a país termina siendo un esfuerzo económico personal muy grande y no me parece que sea justo. Siempre las prácticas ‘alternativas’ tenemos que hacer todo con las uñas”, dice Ana María, quien tiene que reunir entre 15 y 18 millones de pesos para viajar al Mundial. No solo para cubrir los gastos de los vuelos y el hospedaje, sino para su preparación integral con fisioterapeutas, diseñadores de vestuario y entrenadores en los meses que le faltan para la competencia. Está buscando apoyo y tiene una vaki en la que le pueden aportar.