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Diego Meneses y su madre construyen juntos la alegría del deporte

Comunicador social y periodista de la UPB. Disfruto de un libro de Saramago, un regate de Iniesta y un drive de Federer.

30 de octubre de 2017

Cuando estaba en una competencia en Toronto (Canadá), en el 2015, Diego Meneses se dio cuenta que iban a botar una silla para lanzadores en condición de discapacidad.

Diego, que sufre de una parálisis cerebral desde su nacimiento, apeló a su capacidad para “echar cháchara”, conoció al dueño de la silla, lo convenció de que se la regalara y se la trajo para Colombia.

Mientras tanto, en Cali, la ciudad en la que nació hace 19 años, su mamá Nora le escribía molestándolo: “Mijo, qué me va a traer de por allá”. La respuesta: “Espérese y verá, mami, es un súper regalo”.

A su regreso a la capital vallecaucana la sorprendió dándole la silla. “Mijo, yo a estas alturas qué me voy a poner a hacer deporte”, fue la reacción de la madre, que sufrió una fiebre cuando tenía dos años que le produjo una parálisis cerebral. Así se lo contó su mamá.

Sacando excusas, como falta de zapatos y de artefactos para practicar disciplinas deportivas como lanzamiento de bala o jabalina en el movimiento paralímpico, Nora quiso evadirlo. Pero Diego Fernando, que desde los 10 años hace atletismo (primero fue corredor, pero hace 4 años conoció el campo), le regaló lo que le faltaba y la motivó.

Incluso, este joven de tez morena y amante del gimnasio comenzó a ser su profesor, pero quería que ella fuera como él, un campeón panamericano, nacional y, en Suiza 2017, triple medallista dorado en un Mundial juvenil. “Me exigía demasiado, no me tenía piedad, pero yo le hacía caso muy juiciosa. Ya después en la casa, las cosas cambiaban”, exclama la alumna, que en ese entonces tenía 45 años.

Quince días después de los primeros entrenamientos, en los que los brazos dolían y eran molestia para las tareas del hogar (además de Nora y Diego Fernando, están Yizeth Fernando, la hermana, y Diego, el padre), tuvo su primera competencia. Eso la enamoró y convenció de seguir por el deporte. “Es lo mejor que me ha pasado en la vida”, dice Nora.

Diego, su guía

El recorrido de Diego, a pesar de tener 19 años, hablan de uno de los mejores exponentes del paralimpismo colombiano. Él, bromista y alegre, motivó a su madre diciéndole que en esa competencia de Toronto estuvo una señora de 63 años. “Un profesor me dijo que mi mamá servía también para practicar y quise que me acompañara”.

Por eso, al menos en el ámbito criollo, se la lleva a la mayoría de los torneos y luchan juntos por las medallas. Así lo hicieron en el Abierto Nacional que se cumplió el fin de semana en Medellín, la que consideran su segunda casa.

“Son tantos años viniendo que uno se acostumbra. Siempre que estoy con ella, me siento seguro y animado”, explica Diego, ese mentor exigente, pero cariñoso y ejemplo, no solo para su mamá, si no para los jóvenes con condiciones similares