Éder César Moreno: “Quiero regresar campeón, libre y limpio”
El atleta Éder César Moreno está próximo a terminar el calvario que vivió en los dos años de sanción por dopaje.
Editor del área Deportes con más de 30 años de experiencia en el cubrimiento de fútbol y todas las disciplinas olímpicas. Comunicador social-periodista egresado de la Universidad de Antioquia. Premios colectivos con EL COLOMBIANO Simón Bolívar (Deportes) y Rey de España (Conflicto urbano).
En 13 días despertará de la peor pesadilla de su vida y continuará luchando por un cupo a los Juegos Olímpicos de 2016. Así, el lanzador de bala antioqueño Éder César Moreno quien cumplirá la sanción de dos años por el uso de estanozolol, una sustancia prohibida que se convirtió en una condena para él.
Luego de salir del infierno tras el error que reconoce y que le dejó una lección de vida, todos los días acude a los entrenamientos en el estadio Alfonso Galvis de Medellín. Quiere regresar a la competencia como todo un campeón.
El hombre de 27 años, espigado y robusto (1,85 metros y 125 kilos) se inclina, agarra el tubo que sostiene las pesas en ambos lados y de un solo envión las levanta. Espera unos segundos con sus brazos gruesos y firmes arriba, y luego las deja caer. El sonido que produce el contacto del metal con el piso es tan fuerte que interrumpe la canción de reggae que suena en el gimnasio.
El sudor corre por su cabeza rapada y rostro redondo. Busca la botella plástica que puso en un costado y con un sorbo grande de agua se refresca.
Detrás de la puerta de vidrio le hago una señal, a la que atiende con amabilidad, pero con extrañeza. Más tarde confesaría que desde el día que le anunciaron el castigo ningún periodista lo buscó. Tampoco había una cita pactada y menos con un desconocido.
-Si quiere hagamos la entrevista ya, dice aún agitado.
-No, tranquilo. Termine su práctica que yo lo espero, le respondí.
La puerta se cierra y la rutina continúa para el medallista de oro de Colombia y tercero de Suramérica, que media hora después regresa a desahogar los pensamientos que lo acompañaron los dos últimos años.
Tiene puesta una camiseta negra con un águila estampada en el pecho, una pantaloneta verde y sus rodillas están protegidas por vendajes.
Desde 2006, siendo menor de edad, llegó a Medellín procedente de su natal Chigorodó en busca de un mejor futuro. Allá quedaron sus padres y hermanos, convencidos del triunfo de su pariente que se hospedó en la Villa Deportiva gracias al apoyo de Indeportes Antioquia y la Liga, que no lo abandonaron.
Y empieza el relato sincero de ese capítulo oscuro del que está a punto de salir a flote:
-Esto es muy difícil, porque uno está acostumbrado a las competencias, a entrenar, viajar y estudiar. Han sido dos años duros, pero nunca bajé la guardia y ahora entreno fuerte para ver si obtengo el cupo para Río de Janeiro. El tiempo pasó rápido, aunque fue difícil y no le deseo esto a ningún deportista. Quiero decirles a los jóvenes que no cometan este error, que no se dejen llevar por simples palabras, recetas o por la publicidad. Una sanción es algo muy duro, es como si te encerraran en la cárcel por mucho tiempo.
Y prosigue con franqueza este hombre que ha tenido que trabajar con empresas de seguridad para sostener a la familia, pues las reglas de Indeportes impiden que los suspendidos por dopaje reciban auxilios. “La responsabilidad es mía, no meto al médico y menos al entrenador en esto, es algo que uno indaga solo y cree que porque está escrito en una página te va a hacer maravillas, pero no es así. La ‘maravilla’ fue que terminé sancionado”.
Mientras habla su mirada se posa en las manos grandes, en las que los callos denotan el esfuerzo con las pesas en su afán de mantener la forma física. Cuenta que el momento más complejo ni siquiera fue cuando le dieron la noticia, lo que más le dolía era no poder competir en mucho tiempo. “Eso es lo que uno siempre quiere, porque tiene metas”.
Presencia de sus ángeles
Su primo Levin Moreno, también lanzador y que vivió seis años en Puerto Rico, donde estudió Psicología, al darse cuenta de la situación se vino a apoyarlo. “Me hizo un buen tratamiento y no me dejó caer”.
A ese hombre, espigado y fuerte como él y con quien le toca competir, es la persona a la que le entregará la próxima medalla que consiga.
La gratitud también va para su esposa Juliana Muñoz, sus padres Maris Magola y César que siguen en Chigorodó.
-Juliana nunca me dejó solo, estuvo conmigo las 24 horas, siempre me apoyaba. Hubo veces que no quería venir a entrenar y ella y mi primo me empujaban. Al sol de hoy sigo fuerte y les agradezco. La familia es un factor determinante en las buenas y las malas. Pero por encima de todo está Dios”.
Sus hijas Ximena y Susana también se convirtieron en un motor para él. Aún pequeñas, les explicó lo sucedido y ahora piensa en recuperar el tiempo perdido. Solo espera retornar a los torneos para llevarlas a que disfruten y lo vean competir.
Atleta por siempre
Éder César tiene 27 años y un camino largo por recorrer. Se anima porque está en la edad ideal para adquirir la madurez deportiva en su especialidad y señala que conoce lanzadores que se han mantenido vigentes hasta los 38 y 40 años.
La camiseta que lleva puesta deja ver una parte del tatuaje en su antebrazo izquierdo, un maori del videojuego El Dios de la Guerra. “Es el escudo de él que se prolonga hasta el pecho”. Una imagen que el artista tardó 15 días en dibujar y un mes en dejarlo estampado por siempre en el cuerpo de este paisa que, a pesar de la desaprobación de su padre en 2005, se puso aretes.
Luego de algunos minutos al aire libre y antes de regresar al gimnasio, donde la música lo activa, concentra, transporta a otro mundo y amortigua su esfuerzo, dice que jamás ha perdido la alegría.
Y le queda tiempo para evocar al entrenador Mauricio Hernández, quien visita colegios de Urabá en busca de talentos. “Recuerdo que me puso a correr y no funcionó. Salté y tampoco, pero cuando lancé una jabalina le gustó y cuando impulsé la bala le agradó aún más. Desde 2004 la practico”.
Su vida dio un giro. Ahora, además de luchar por su sueño olímpico, quiere estudiar Educación Física. También, compartir su experiencia con los jóvenes para prevenir errores. Ama el deporte y reitera que solo dejará de lanzar hasta que su brazo izquierdo no le dé para más. Retirarse con honores es su meta.
Cuenta los días “para salir de la cárcel” como bromean sus compañeros desde la pista. Confiesa que tiene mentalidad de ganador, que antes pensaba como mediocre y era conformista. “Ahora sé qué es pasar trabajos y aprendí algo muy lindo: en el deporte, si se practica con valores, puedes llegar muy lejos”.
De nuevo imagina el día del regreso, levantando los brazos “como un campeón, libre y limpio”.