Erika, voleibolista de élite y madre consagrada
Editor del área Deportes con más de 30 años de experiencia en el cubrimiento de fútbol y todas las disciplinas olímpicas. Comunicador social-periodista egresado de la Universidad de Antioquia. Premios colectivos con EL COLOMBIANO Simón Bolívar (Deportes) y Rey de España (Conflicto urbano).
Solo paró temporalmente la carrera deportiva cuando tenía cinco meses de embarazo de Ana María, su niña que ya cumplió cuatro años. Y en los últimos Juegos Nacionales de Playa, en San Andrés Islas, donde representó a Antioquia en voleiplaya, se fue con la familia para poder amamantar a David, su segundo hijo.
Y algo que para las mamás del pasado resultaría imposible, Erika Grisales terminó la primera dieta jugando un partido oficial. El día 40 no lo pasó comiendo caldo de gallina ni encerrada en la casa en medio de sahumerios, sino sudando la camiseta en una final de Liga con el Politécnico Jaime Isaza Cadavid, club al que pertenece y que dirige su esposo Hernán Osorio. “El equipo me necesitaba y no podía dejarlo solo”.
Así es la pasión de esta antioqueña por el deporte de alto rendimiento, actividad que ha sabido combinar sin descuidar su papel de madre. Y todo gracias al apoyo de su cónyuge y sus padres, pero sobre todo a la pasión que impone en cada uno de sus roles.
“Son facetas diferentes y las vivo con intensidad. A veces toca duro para cumplir todas las funciones porque, además, estoy estudiando. Pero cuando uno hace las cosas con amor todo sale bien”, relata la espigada jugadora que representa a Colombia y Antioquia en voleiplaya, y al Politécnico en voleibol convencional (campeona nacional y se alista para viajar a las Universiadas en Corea del Sur).
Al que madruga....
Sus días comienzan a las 5:45 de la mañana cuando se levanta a despechar la niña para el colegio. Luego se dirige a entrenar, y en la tarde y la noche, aparte de las funciones de la casa con los hijos, estudia.
Erika cuenta que cuando se casó tenía planeado abandonar el voleibol y ponerse a trabajar, pero pudieron más los ruegos de su entrenador de la época, el cubano Raúl Vilches, y de su esposo.
El primero le dijo que la esperaba el tiempo que quisiera y el segundo le recordó que él se había enamorado de ella viéndola jugar. “Me insistió en que yo no podía perder esa esencia y esa pasión por el deporte que inicié a los dos años en natación y seguí a los 13 con el voleibol”.
Su condición de mamá, confiesa Erika, es fruto de un milagro. Su esposo sufrió de cáncer y supuestamente, decían los médicos, no podía engendrar. Pero vino la sorpresa. “Me siento afortunada con la vida, Dios nos regaló estas dos maravillas (hijos) y los gozamos al ciento por ciento”.
Para estar cerca de ellos casi siempre los lleva a las competencias. Más pequeños le costaba escucharlos llorar en las tribunas y tenerse que mantener concentrada en el partido. Ahora, más grandes, cuando la niña la ve empacar maletas, y le pide no tardar tanto en el viaje, una constante por su participación en las paradas nacionales (ocupa el segundo lugar del ranquin) y el circuito suramericano.
Su intención es terminar su ciclo deportivo después de los próximos Juegos Nacionales de noviembre y diciembre en Chocó, y dedicarse de lleno al hogar. Además, está terminando su especialización en Gerencia Integral, luego de graduarse como tecnóloga industrial e ingeniera de productividad y calidad.
Sin embargo, no en una decisión definitiva. Añade que solo dejará de jugar cuando el organismo le diga no más, porque cada día siente como si el cuerpo se levantara solo y le pidiera actividad, algo tan espontáneo como su instinto maternal.