La Mita: una viejita inolvidable
La Piquiña es uno de esos cómics de los años noventa, pero su cuento viene de otra parte. No tiene mucha sofisticación gráfica y sus personajes viven presos en las viñetas. Fue creada por dos parceros de un barrio popular que no entraron a la universidad, ni participaban de los circuitos del arte, que tenían una historia y estaban buscando una nueva manera de contarla.
La idea inicial era dibujar un sicario temible, pero no tenían un personaje hasta que lograron concebir “una viejita sana, camelladora... aparentemente...”.
La Mita, la mamá de la mamá, la abuela que en Medellín es un ser sagrado y protector, no una joven sexi ni un joven atravesado, es el ángel exterminador que puede pasar perfectamente inadvertido. Es inmoral, se ensaña con los proletarios, los enfermos y los desesperados, roba, extorsiona y mata a su propia gente en El Playón, La Francia, Los Populares, Zamora o La Orquídea.
“Es el reino de la irreverencia total, una mirada a esta ciudad por el ojo del culo”, sentenció Ricardo Aricapa para advertir contra la tendencia de una lectura sociopatólogica de la historieta, y reclamar así un lugar para el humor y la transgreción en una ciudad acostumbrada a la censura de sus propias tragedias.
La Mita aprendió sus mañas en la calle, pero siempre recordaba que algunos de sus trucos los conoció de No nacimos pa’ semilla de Alonso Salazar, Rodrigo D. y El pelaito que no duró nada de Víctor Gaviria, relatos de las clases medias urbanas de Medellín que revelan su extrañeza por esa otredad radical del sicario en una ciudad masificada y marcada por la violencia.
Comprender a la juventud e integrar a los sectores populares que se habían alejado de los valores burgueses dominantes fue la empresa cultural y política de esa generación de intelectuales y artistas finiseculares.
La Mita es, simplemente, la personificación en tinta y papel de sus peores pesadillas.
Despeluque en el parque San Antonio
23 muertos y un centenar de heridos. Cuerpos desechos cuelgan del mobiliario del parque San Antonio. Una paloma de la paz gorda y destrozada con una bomba es algo demasiado desatinado, hiperbólico, incluso para los parámetros del terror en Colombia. La escena es... cómo decirlo... putamente real. Ocurrió en Medellín, el 10 de junio de 1995.
La obra macabra apareció en la portada de La Piquiña 4, dibujada a cuatro manos por Alexander Cuervo y Edward Herrera. La Mita pisa sin despeinarse los cadáveres esparcidos por la plaza e insensible al miedo que embarga a la ciudad, bromea con La Parca.
El público mira, en silencio. Solo alguien en la última fila deja caer lágrimas. Brazos, cabezas, un crucifijo, una lata de cola, un walkman rodando por el suelo. “Una mirada digna de Mita, esa era su percepción”, dice Mauricio García.
—¿Qué opinó la gente en esa época?
—A todo el mundo le gustó y era tal vez un homenaje póstumo de la revista para dejar ese registro para la historia. Así como lo hizo Fernando Botero, pero a nuestro estilo.
Zamora es cuna de algunos de los emprendimientos culturales y criminales más conocidos del valle de Aburrá. Allí Mauricio creció entre pillos, algunos todavía bien reputados, otros ya enterrados en el Cementerio Universal, que se convirtieron en la inspiración de su obra. Para él los pillos tienen un cuento diferente: “Ellos conocen, viven y sufren la ciudad como muchos jóvenes”, son rechazados, estigmatizados y viven en la pobreza, pero buscan protagonismo, no se resignan a la pobreza, son talentosos e irreverentes.
Mauricio piensa que La Mita hubiera triunfado en este siglo XXI de industrias culturales mafiosas, con personajes que ven desde afuera el multiverso de los sicarios que La Piquiña contribuyó a crear. Él sigue allí, se quedó en Zamora, camellando. Vive en unión libre, tiene una hija y un hijo grandes: Paulina y Juan Pablo. El hombre es periodista de la U. de la V., cronista de barrio. Ha sido actor y técnico de televisión. Ahora trabaja, dice, en la BBC, porque fotografía bodas, bautizos y comuniones. También reportea fiestas, eventos culturales, campañas políticas, no se queda quieto, anda en el rebusque.
Salieron 7 números, el primero en 1992 y el último en 1998. Uno por año, porque La Mita casi siempre estaba encanada, encaletada después de un secuestro o escapando de La Flaca que no la dejaba tranquila.
Primero fue Onceadas, periódico de los estudiantes del grado 11º del Colegio Fe y Alegría San Juan de Luz. Lo publicaba con su parcero Edward Herrera, primer dibujante de La Mita. Ambos participaron del programa de periodismo juvenil de la Corporación Región, donde aprendieron a hacer los machotes, la diagramación con solución de caucho y les regalaron una caja de luz para dibujar y hacer La Piquiña, que comenzaron a publicar terminado el bachillerato para vender en el barrio.
La idea inicial era que la historieta estuviera dirigida a la gente del barrio, pues compartían un lenguaje, un paisaje, tenían muchas cosas en común. Nada de eso ocurrió. Los pillos tenían mucho trabajo. Los chichipatos no tenían plata. Las muchachas compraban un ejemplar, lo leían entre todas, lo rotaban, se morían de la risa. Un buen pretexto para una bella historia de la lectura en Medellín, una tragedia para los creadores que se descubrieron así en el negocio riesgoso de los papeles impresos.
El prestigio vino de otra parte, de las lecturas y de las complicidades de gente de clase media, de investigadores de oenegés, estudiantes y profesores de las universidades que volvieron La Piquiña una pieza de culto. A todas estas La Mita también tuvo tratos con gente de dudosa reputación en el humor antioqueño, como Crisanto Vargas y los Marinillos.
Después de publicar el número 4, pasado el éxito de Una viejita inolvidable, Edward y Mauricio se abrieron. Con la fama de la televisión surgieron diferencias económicas sobre el proyecto, en medio del tenaz rebusque cotidiano.
Muñecos
La Mita, soltera y sicaria, jíbara, etc. ha sido acusada por varios crímenes del habla, antioqueñismos, parcerismos e innovaciones léxicas nororientalescas.
Los y las sociolingüistas llegaron al barrio buscando “carritos”, “parceros”, “muñecos”, “cruces”, “totes”, “visajes”, “traquetos”. Encontraron las calenturas de La Mita con el lenguaje de la real academia de la jerga, un emprendimiento cultural que sirvió como base para la fundación de una respetadísima escuela de sicarios en Colombia.
Ricardo Aricapa, enredado como estaba viendo el mundo por el ojo del culo ajeno, contó en La Piquiña cien maneras de decir la muerte, el arma homicida y el cadáver en Medellín. Otros, menos afortunados, fueron abducidos por la microsemántica del balín.
Luz Stella Castañeda y José Ignacio Henao, este par de reconocidos académicos que dieron tanto visaje con El diccionario del parlache, llenaron páginas y páginas con esa jeringonza para que el público educado pudiera ver las películas de Víctor Gaviria sin subtítulos.
Ahora no, nadie se escandaliza, todo el mundo sabe por qué hay tanta gonorrea en Colombia... hasta el gringo de Carlos E. dice parcero y parcera, pero hubo una época no muy lejana en que parecía posible escribir La Virgen de los sicarios con la lengua de Rufino José Cuervo.
La Piquiña es la evidencia de un crimen violento consumado por la academia. muñeco: DRAE: fig. mis. acep. 4 jerg. col. cadáver de una persona. NUDICO: fig. mis. Hacer muñeco a alguien: matar a alguien. DIHAPA: fig. mis. persona muerta en forma violenta. DIAM: fig. mis. Co. Cadáver de una persona que ha sido asesinada/.
Una viejita inolvidable
El documental cuenta la historia de cómo nació la tira cómica y sigue la transformación de Mauricio en La Mita. Siempre hay gente, niños, jóvenes, mirando. La gente del barrio es el público de su propia historieta.
El documental respeta la composición de algunas viñetas, pero por supuesto permite un movimiento que trasciende el límite de las canaletas y presenta planos desconocidos en el cómic original. El video destaca en escenarios de colores la vida del barrio, pasa por la tienda, la terraza, la esquina, la revueltería. Un trávelin de Mauricio en bicicleta permite ver la ciudad en movimiento: los vecinos caminan por las calles empinadas, los buses suben trepidantes, las peladas hablan en los balcones, los niños saltan en los carritos de rodillos, los jóvenes parchan en las esquinas.
En el archivo de Región hay dos versiones del documental de Víctor Gaviria, un master de autor y otro de la emisión en Teleantioquia el 1 de abril de 1995. La diferencia es que en la primera hay una escena de más, porque la otra fue censurada por Teleantioquia, y en su lugar tiene una introducción en un set de televisión en el que el director se dirige al público: “Yo quisiera que vieran este documental sin prejuicios, que lo vieran como el fruto, como el trabajo de un artista.” La historieta es violenta“en apariencia...” y la censura, recuerda Víctor Gaviria, es una amargura en la mirada que siempre acompañó la existencia ultraviolenta de La Mita.
Se filmaron tres escenas en que los personajes cobran vida con el maquillaje de Adolfo Gallego: La Ofendida, La Traba y La Salida. En la escena censurada, Muris llega a pedir a La Mita que lo mate, porque lo amenazaron las milicias, lo buscan los feos y tiene a la novia embarazada. Ella se niega, intenta consolarlo, pero al final le presta el arma y ¡pum! el chino se vuela los sesos.
La Mita - Reboot
Petardina Guerra Blun llegó al mundo en Segovia, Antioquia, un día cualquiera de 1909. En las memorias de nuestra guerra se ha dicho, falsamente, que fue víctima de la violencia y llegó a Bello, que trabajó en textiles bajo la férula del patronato hasta la huelga de 1964, cuando resultó despedida y se encontró sin techo y con hambre, que pasó a liderar la invasión de tierras en Zamora con el presbítero Vicente Mejía, creó comités populares y fue la primera miliciana de la zona nororiental.
Ahora la recordamos en medio de una murga interminable bailando salsa con un tote en la mano, celebrada por la intelectualidad paisa y rodeada siempre por sus chichipatos. Vieja y con las tetas caídas fue portada de Playboy, mucho antes de que Judith Botero se hiciera famosa y cuando Rosario Tijeras estaba en kínder.
Una imitadora suya apareció como Doña Anciana en La Tele desde 1994. Juan Fernando Ospina, luego de una noche de sexo duro, le tomó varias fotografías despelucada, armada con una escopeta de juguete y con el gabán a medio cerrar en la tumba #2011 del Cementerio Universal. Eso no terminó bien.
Pero ella no nació para el crimen de un día para otro. La Mita era una veterana de mil batallas, una muñeca rota de la Guerra Fría. Estuvo en la Segunda Guerra Mundial antes de que comenzara, combatió ferozmente a los comunistas en Vietnam, en la operación Causa Justa de Panamá fue condecorada con el corazón púrpura y luego apareció en las cámaras de CNN mientras peleaba por la libertad en la Tormenta del Desierto.
De vez en cuando hacía trabajos inconfesables con la DEA, por eso no fue difícil el regreso a su natal Colombia, donde traqueteaba un día sí y otro también al servicio de la mafia con el nombre clave Tami. Alonso Salazar nos quiso hacer creer, en la última página de un libro largo y escrito a las patadas, que todo comenzó cuando La Mita apareció en un tejado del barrio Los Olivos, ese jueves 2 de diciembre de 1993. No. En Zamora todo el mundo sabe que Rodrigó D (spoiler) no se suicidó, sino que perdió el año con La Mita, dizque por robarle las baquetas un día lluvioso de octubre de 1992.
La verdad se vino a saber años después. Víctor Gaviria se quedó sin caja menor para pagarles a los actores naturales de una de sus películas, hubo un conato de huelga, pidió prestado a una oficina en Aranjuez, se fue a Cannes para zafarse de las culebras y quedó debiéndoles plata a los feos. Lo demás ya es leyenda.