Edición del mes

Estímulos

Por Valeria Mira

15 de julio de 2025

En Colombia es difícil desarrollar un proyecto de vida libre y autónomo. La mayoría de las personas trabajan en lo que les toca y lo hacen para sobrevivir. En este contexto, dedicarse al arte en cualquiera de sus expresiones, implica hacer malabares para conciliar este deseo con las exigencias económicas de la vida adulta: juntar la plata del mes dictando clases o talleres, aceptando pequeños contratos de prestación de servicios, ofreciendo presentaciones privadas, en fin, rebuscandose. Las políticas públicas culturales tratan de corregir esta situación a través de los “estímulos a la creación”. El nombre de este instrumento es interesante porque estimular es buscar que alguien haga algo o que quiera hacerlo y usualmente las personas que se dedican al arte no necesitan estímulos sino resolver la vida práctica para poder enfocarse en la creación.

Las becas son los “estímulos” más conocidos. En esta modalidad una persona u organización presenta un proyecto y, en caso de ser seleccionada, recibe recursos públicos para desarrollarlo. Cualquiera que sea cercano al sector cultural sabe que muchos artistas y colectivos subsisten gracias a la alocación de estos recursos públicos. Más que “estimularlos” este dinero les alivia temporalmente algunas de las afugias que supone vivir del arte. Que se llamen “estímulos” es un asunto determinante para el diseño de las convocatorias y es ahí donde la política falla: a pesar de que materialmente actúan como subsidios para creadores, formalmente se distribuyen como premios y la convocatoria agrupa en una misma categoría a personas y organizaciones que quieren que su trabajo sea reconocido, pero que no necesitan dinero público para desarrollar su propuesta, con personas y organizaciones para las que este recurso es fundamental en la sostenibilidad de sus proyectos de vida. Los resultados de la más reciente convocatoria del Distrito de Medellín muestran que esta falla en la focalización de la política cultural tiene un efecto perverso: una parte de los recursos va a entregarse a personas que no serían elegibles para recibir un subsidio y que pueden desarrollar perfectamente sus exploraciones creativas sin necesidad de apoyo económico del estado.

Que haya personas que quieran ser reconocidas públicamente por sus creaciones no es problemático, de hecho es valioso que se reconozca a los artistas si queremos que su labor tenga cada vez más relevancia social. Lo que es problemático es que la convocatoria esté diseñada para que sea indiferente si lo que se busca es el reconocimiento social de una creación o el apoyo económico del estado. Apelar a la moderación y a la solidaridad de los actores del sector cultural es insuficiente cuando el diseño de la convocatoria no es honesto con el contexto y no reconoce su verdadera finalidad.

El estado, en todos sus niveles, debería reconocer que en la práctica estas becas son instrumentos de redistribución, debería ser sincero con el verbo y declarar que más que “estimular” los recursos públicos alivian la carga de quienes deciden vivir de la creación en un sistema económico que no reconoce el valor del arte ni de los artistas. Esto es una tarea compleja que tomará tiempo porque implica fortalecer la focalización de la política pública cultural y la coordinación entre el nivel nacional y el regional. Mientras eso pasa, sería ideal que las personas que se presentan a estas convocatorias solo para estimular su ego con el reconocimiento social, miren críticamente el papel que ocupan en el sector y antepongan el interés colectivo al interés particular que se expresa en su mezquina vanidad.