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La otra cara de Rodrigo de Bastidas, el fundador Santa Marta

Con la celebración de los 500 años de la ciudad más antigua de Latinoamérica, se levantó una polémica por la figura del fundador, el español Rodrigo de Bastidas.

hace 12 horas

Hace 500 años, un 29 de julio de 1525 —aunque esta fecha sigue siendo motivo de controversia entre historiadores—, en un territorio ocupado por decenas de pueblos indígenas, Rodrigo de Bastidas fundó Santa Marta, la ciudad aún habitada más antigua del territorio colombiano. Para conmemorar esta fecha, Carlos Vives lanzó su canción 500, que ha generado polémica por ofrecer una versión edulcorada e idealizada de la llegada del conquistador sevillano a estas tierras. El cantante samario, que de ingenuo no tiene nada, sabía que su postura generaría revuelo, pero está dispuesto a asumirla. Como lo ha expresado en distintos medios —incluido El Colombiano—, en tiempos en los que “ser hispanista es políticamente incorrecto”, él busca ir contracorriente y proponer una narrativa distinta sobre Bastidas, una que reivindique su memoria, borrada y vilipendiada por los relatos de la leyenda negra.

Vives asegura que Bastidas fue un pacifista que logró fundar Santa Marta gracias a las relaciones amistosas establecidas con algunos caciques y a acuerdos basados en el respeto mutuo. Según él, el buen trato del conquistador hacia los indígenas y su falta de codicia despertaron la ira de sus propios compañeros, quienes intentaron asesinarlo. Aunque sobrevivió al ataque, las heridas causaron su muerte el 28 de julio de 1527 en Cuba. Para Vives, el fallecimiento del adelantado español marcó el fin del sueño de construir una ciudad donde españoles e indígenas pudieran convivir en paz, e inició la pesadilla para los pueblos originarios, sometidos al yugo de los codiciosos compañeros de Bastidas. En palabras de Vives: “El magnicidio representó para muchos de los caciques de la localidad la guerra, porque ellos sabían que, de ganar ese lado ambicioso, iba ser para problemas... fue el final de un sueño”.

El relato construido por Vives —que él considera irreverente, como alguna vez lo fue el programa La Tele— tiene poco de novedoso. Desde hace décadas, la versión idílica de Bastidas forma parte de la historia oficial del país y de la ciudad samaria. En Historia de Colombia (1910) —libro que durante más de 50 años fue texto guía para la enseñanza de la historia en el país—, sus autores, Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, describen al conquistador sevillano como un hombre que “sobresale entre los demás expedicionarios por su prudencia y humanidad, y en los cambios de valores con los indios procedió con nobleza; el piloto brilla por su clara inteligencia y profunda discreción”.

Bastidas, al igual que otros conquistadores que llegaron al actual territorio colombiano, conserva una imagen blanqueada en las páginas de la historia patria y ocupa un lugar destacado en múltiples espacios de memoria de Santa Marta. Su figura es homenajeada con el camellón que lleva su apellido —construido en la década de 1920—, con una estatua de 12 metros de altura de espaldas al mar, ubicada frente a la Plaza de Bolívar, y con una de las avenidas más importantes de la ciudad y con varios colegios que llevan su nombre. Además, en 1953, las autoridades nacionales trasladaron sus restos desde Santo Domingo para sepultarlos bajo un monumento en el interior de la Catedral Basílica de Santa Marta. Así, pese a que Vives diga lo contrario, el adelantado no ha desaparecido de la memoria de los samarios.

Si el relato de Vives es la continuación de una narrativa vigente desde hace al menos un siglo, ¿qué de cierto y qué de imaginado hay en esta visión idílica —o rosa— de Bastidas? Por fortuna, la investigación histórica, tanto en España como en Colombia, ha avanzado lo suficiente para ofrecernos una imagen más precisa de quién fue, alejada de la figura pacifista o del “buen samaritano” traicionado por sus codiciosos compañeros. Estas investigaciones, lejos de reforzar una visión de villano o de promover el odio —como advirtió Vives en su entrevista con El Colombiano—, buscan comprender a un personaje que protagonizó uno de los periodos históricos que, para infortunio de las comunidades indígenas americanas, transformó por completo su mundo y el de toda la humanidad.

Entonces, ¿quién fue realmente Rodrigo de Bastidas? Si bien aún existen zonas grises, hoy contamos con una imagen bastante cercana a la realidad, gracias a los relatos de cronistas de la Conquista como Gonzalo Fernández de Oviedo, Fray Pedro de Aguado y Juan de Castellanos, entre otros, así como a las investigaciones de historiadores sustentadas en documentos conservados en archivos históricos de España y Santo Domingo. Uno de los estudios más rigurosos lo realizó el historiador ucraniano nacionalizado colombiano Juan Friede, quien, a mediados del siglo XX, llevó a cabo una exhaustiva búsqueda en el Archivo de Indias que dio lugar a uno de los relatos más confiables sobre Bastidas. En esa misma época, el historiador y archivista José Joaquín Real Díaz publicó un breve artículo donde desmentía algunas afirmaciones sobre la vida del conquistador. Más recientemente, el historiador colombiano Joaquín Viloria De La Hoz ha dedicado un artículo, titulado “El adelantado Rodrigo de Bastidas: relectura de sus oficios como marino, mercader y conquistador” (2023) a desmitificar al fundador de Santa Marta.

Rodrigo de Bastidas nació en Sevilla en 1475. Desde joven gozó de cierto reconocimiento social en el puerto. A los 25 años ya era capitán de navíos que partían de Sevilla rumbo a las Indias. Casado con Isabel Rodríguez de la Romera —perteneciente a una familia prestigiosa—, Bastidas contaba con una modesta fortuna, vínculos en el mundo comercial y contactos en la Corte, lo que le permitió obtener en 1500 una capitulación para explorar territorios en el Nuevo Mundo.

El joven aventurero costeó su expedición con recursos de varios comerciantes, lo que implicaba un compromiso claro: devolver lo prestado con utilidades para sus financiadores. En su primera travesía lo acompañó Juan de la Cosa, veterano navegante que había participado en los dos primeros viajes de Colón. Juntos recorrieron la costa Caribe del actual territorio colombiano, desde el Cabo de la Vela hasta el Golfo de Urabá. Allí sus hombres realizaron lo que en los relatos de la época se conoce como “rescate”, palabra clave para comprender el carácter de Bastidas y las prácticas de los conquistadores, que consistía en un intercambio desigual entre los españoles y las comunidades indígenas: los europeos ofrecían baratijas o mercancías de escaso valor a cambio de oro o plata. En muchos casos, estos “intercambios” eran forzados y se daban tras el secuestro de indígenas —en particular, caciques—, cuya liberación solo era posible mediante el pago en metales preciosos.

Tras ese recorrido —durante el cual exploró la desembocadura del río al que llamó Magdalena— Bastidas regresó con las naves averiadas a Santo Domingo. Los relatos indican que llegó con indígenas cautivos y que fue acusado por un encomendado de realizar rescates sin autorización en la isla. El caso llegó hasta Cádiz, lo que obligó a Bastidas a volver a la península. En su breve estadía no solo logró probar su inocencia, sino que obtuvo una renta vitalicia por su participación en la conquista de Tierra Firme y una nueva Capitulación para explorar el golfo de Urabá. Pero esta vez su interés por la navegación cedió ante una motivación distinta: hacer dinero a través del comercio.

En 1504 se estableció en Santo Domingo y pronto figuró entre los vecinos más activos de la ciudad. Su ascenso económico fue rápido y se explica por la diversificación de sus negocios. Sus actividades —resume Real Díaz— iban “desde la captura del indio caribe para su venta como esclavo hasta el productivo negocio de las perlas; desde la cría de ganados hasta la agricultura, desde la venta de mercancías de Castilla hasta el rescate de oro con los indios”. Para Bastidas, el tráfico de personas —a quienes, según la investigación de Joaquín Viloria, describía como “bestias e inútiles”— representaba una fuente segura de ingresos ante la escasez de mano de obra en las islas del Caribe.

En 1521 obtuvo otra Capitulación, que decidió rechazar para evitar un enfrentamiento con el hijo de Cristóbal Colón. La situación cambió hacia 1524, cuando recibió una nueva autorización real. Para entonces, debía una fuerte suma a la Real Hacienda y enfrentaba un pleito con los herederos de un comerciante por presunta estafa. La expedición a Tierra Firme se presentaba como una oportunidad para recomponer sus finanzas y dejar atrás los líos judiciales, y, además, fundar una ciudad en aquella bahía resguardada por la Sierra Nevada que había avistado más de dos décadas atrás; echar raíces y asegurarse el título de gobernador.

Bastidas organizó una nueva expedición y, en 1525, envió una avanzada encabezada por Pedro Sánchez, quien entabló relaciones amistosas con algunos pueblos indígenas. Un año después, en 1526, Bastidas llegó a la región para fundar formalmente la ciudad de Santa Marta. De acuerdo con diversas fuentes, estableció vínculos con las comunidades gaira, taganga y dorsina. Como muchos otros conquistadores, supo aprovechar las rivalidades entre los pueblos originarios para sellar alianzas que, en su momento, resultaban estratégicas para ambas partes. Estas amistades no le reportaban grandes cantidades de oro, pero le aseguraban estabilidad en el territorio. Ante la imperiosa necesidad obtener botines para cumplirle a sus acreedores en Santo Domingo y entregarles a sus huestes, Bastidas organizó expediciones hacia zonas más alejadas, donde capturaba indígenas y realizaba rescates. En su investigación, Villoria narra que varios testimonios de la época “acusaban a Bastidas de llevar preso a Santa Marta al cacique de Bonda y a su hijo, por quienes debieron pagar un rescate elevado”. Estas incursiones le causaron varias querellas por violar los límites de otras capitulaciones.

Con 51 años, el adelantado sevillano era una de las personas más ricas y prestantes de Santo Domingo. Inconforme con su privilegiada situación, ambicionaba más: esperaba en su nueva ciudad ser amo y señor de un territorio que había divisado en su juventud. Pero la fortuna, la astucia y la malicia que lo habían convertido en un conquistador exitoso no lo acompañaron en su nueva aventura. Los contantes desacuerdos por el reparto del oro rescatado derivaron en una conspiración entre algunos de sus hombres para asesinarlo. Una noche de mayo de 1527, el capitán Pedro Villafuerte entró en sus aposentos y lo acuchilló. Bastidas logró huir herido hacia Cuba, donde intentó recuperarse, pero murió pocas semanas después. Moría así un hombre que, en palabras de Viloria, no fue “un benefactor de los indígenas de Santa Marta”, sino “un empresario que asumió los riesgos de la conquista y la colonización”. Un hombre que no tenía reparo, en cobrar rescates y esclavizar indígenas, con tal de hacer rentable su empresa.

Hablar con franqueza sobre quién fue Bastidas no implica promover el odio ni sembrar divisiones —como sugiere Carlos Vives—. Significa reconocer que la conquista fue una época profundamente violenta y contradictoria en la que millones de indígenas en todo el continente murieron por las enfermedades traídas desde Europa, por las guerras de resistencia y por la esclavización. Un tiempo en el que se impusieron nuevas formas de organización social que relegó a los sobrevivientes a una posición subordinada frente a los españoles. Se trata de un capítulo cuya herida sigue abierta, no por terquedad de los pueblos indígenas, sino porque muchas de esas desigualdades aún persisten.